
Armonía
‘Elogio de las virtudes minúsculas’: alcanzando la humilde felicidad
Un libro filosófico lleno de belleza y deseo de conocimiento que analiza qué actitudes ante el mundo nos hacen realmente felices, y en qué consiste su trasfondo
«Sea uno emperador o un hombre corriente, la suya no deja de ser una vida sujeta a los accidentes humanos». Esta sencilla frase de Montaigne guarda toda una filosofía, y supone la mitad que sustenta el Elogio de las virtudes minúsculas de Marina van Zuylen.

Traducción de Lorenzo Luengo.
Siruela (2025). 248 páginas
Elogio de las virtudes minúsculas
Marina, profesora universitaria y autora de otros ensayos como A favor de la distracción, logra abordar la complejidad de la existencia humana y nuestra vida en comunidad desde un punto de vista original y muy relevante en su apariencia pequeña, secundaria: la «vida suficiente». ¿Qué sería una vida suficiente? Aquella que alcanza la felicidad, es decir la tranquilidad, en un término medio entre los deseos y las decepciones, la alegría y la tristeza, la ferocidad del qué dirán y los principios, entre todas las dualidades que nos rodean. Defiende la plenitud que otorga mirar de una forma inteligente, despierta, humilde y agradecida no sin reflexionar a fondo, cuestionándose a cada página, en qué consiste tal cosa y si es realmente posible. Porque observa, por ejemplo, que no es tan sencilla la sencillez (y menos hoy día): «Pocos de nosotros podemos optar por el término medio. Como dice Adam Bradley, sólo alguien que ya ha alcanzado ciertos niveles de éxito o, al menos, un sentido de la propia valía, puede decidir conscientemente que no insistirá en ascender por la escala del éxito». ¿Es necesario entonces haber vivido según qué experiencias para elegir, más plena o absolutamente, permanecer en otras? ¿Puede alguien que (por ejemplo) nunca ha sido ni será millonario saber que prefiere otro tipo de comodidad vital?
Como toda individualidad se basa en el intercambio con el otro, se cuestiona si somos o no capaces de no pensar en quién está social o económicamente por arriba o por abajo cuando interactuamos con otras personas; si todo contacto no genera un inconsciente análisis, una comparación; la cual nos llevaría, muchas veces de mano de los prejuicios, a sentirnos inmediatamente mejor o peor. «Si bien es cierto que la mayoría de nosotros aspiramos al reconocimiento, estas ansias dependen muchísimo de los logros obtenidos (o no obtenidos) por nuestros semejantes. Mis acciones no tienen lugar en el vacío, se sustentan en lo que percibo que es la energía o la apatía de los otros». La clave está en qué es para nosotros ese éxito o ese fracaso, qué significado y dimensiones le otorgamos a las palabras y a lo que éstas significan a su vez para otros, y cuánto permitimos o creemos correcto que ese significado igual o diferente nos afecte.
En este libro cada pregunta lleva a otras, y constantemente surgen diatribas tan interesantes como el cuánto y el cómo nos condiciona el lenguaje y la vida de los demás a la hora de plantearnos, si acaso nos lo permitimos de tanto en tanto, realidades que parecen lejanas pero que interpelan directamente a nuestra identidad. «¿Cómo reconciliar esos placeres efímeros del éxito –nos plantea Marina– con los posibles aunque contraintuitivos beneficios de no ser el centro de atención? ¿Por qué tantos filósofos desde Aristóteles a Spinoza, y tantos escritores desde George Eliot a Emmanuel Bov han sido fervientes defensores de quienes no se dejan ver? ¿Por qué esa insistencia en despojar de su estigma la mediocridad y convertirla en una vida suficiente?». No se debe entender esta como un acomodo, un conformarse, pues además según se atraviesan las distintas edades de la vida el propio carácter se apacigua, se enriquece de experiencias y valoraciones, y es ahí, entre ser Ícaro y ser Dédalo, donde se encontraría la virtud: «El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer, mi biblia del pesimismo, llegó a convencerme de que una vida de pura moderación es algo ciertamente aburrido, que la gratificación está sobrevalorada y que es la búsqueda en sí, y no su cumplimiento, lo que nos hace sentirnos vivos».
Buscar la emoción en las pequeñas cosas que nos pueden hacer realmente felices, en detalles, gestos sucesos cotidianos que reflejan lo importante. No dejarse llevar por modas, corrientes, por aquello que se nos dice que es lo exitoso, a lo que hay que aspirar. No compararse tanto con los demás como con uno mismo, con su recorrido vital y los pilares y valores en los que cree que debe sustentarse una vida plena.
Un ejercicio exhaustivo y delicado de investigación, que en la lectura se traduce en fluidez y ligereza pese a la profundidad de cada tema, hace que los pensamientos y análisis de Marina se apoyen y complementen con otros anteriores en el tiempo, y recorremos así algunos pasajes de novelas y ensayos como La tiranía del mérito de Michael Sandel, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Guerra y paz de Lev Tolstoi, Una habitación propia de Virginia Woolf, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad de Emmanuel Levinas… para llegar, no a responder todas las cuestiones, pues quizá en parte dependan de la subjetividad, pero sí a guardarnos del peligro de las apariencias, de un mal enfoque de términos como prestigio, éxito o satisfacción, y apreciar con más valor esa vida suficiente, la relevancia de lo que parece secundario, de lo que realmente hace caminar al mundo y le da su luz mientras el ruido y la fealdad contaminan alrededor.
Si la cita de Montaigne acerca de nuestra igual condición ante el mundo era la mitad de la filosofía de este libro, la otra mitad sería esta cita de Nietzsche en La ciencia jovial: «Aprender a ver como belleza cuanto hay de necesario en las cosas». Una lectura fácil, agradable y cercana en su amplitud y densidad, y sobre todo recomendable en tiempos de tanta incertidumbre ética y aspiracional.