
Ilustración de 'El sí de las niñas'
Las niñas siguen dando su sí: Moratín no pasa de moda
La comedia neoclásica sobre inautenticidad matrimonial que no deja de educar a los jóvenes
Si fue esta la comedia de Moratín «que el público español recibió con mayores aplausos» y se mantuvo en cartelera durante veintiséis días desde su estreno en Madrid el 24 de enero de 1806 su impactó no debió, ni debería, ser baladí. El autor confiesa que, tras acudir a las representaciones, los asistentes regresaban a sus casas ávidos de curiosidad por leer la obra y dejarse empapar por sus enseñanzas y propósito. Con todo, la opinión no fue unánime, pues autor y obra tuvieron sus detractores. Años después de su estreno, y pese a la ovación popular, la Inquisición censura la obra en 1819. ¿Demasiado directa quizá? Habrá que reconocerle, en ese caso, que haya alcanzado aquel fin didáctico, que debía adoptar toda obra que se dijera ilustrada.

Cátedra (2005). 224 páginas
El sí de las niñas
Moderno y avanzado para su tiempo, Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) se abrió paso en los escenarios con un teatro novedoso en pleno cambio de siglo. Los ecos del Siglo de Oro de la literatura española aún se percibían, con sonoridad especial, de hecho, por proceder de nombres de peso como el de Calderón de la Barca. Con todo, nuestro autor neoclásico tuvo el mérito de conquistar la aprobación de un público acostumbrado a la parafernalia barroca y a la magia calderoniana. Con una sencilla posada alcalaína, unos personajes familiares (de tan populares) y el manido, pero siempre actual, asunto matrimonial, Moratín atrapa la atención de su gente.
La trama se desprende del fasto y abandona la inverosimilitud. Paquita, don Diego, don Carlos, doña Irene… nombres usuales, personalidades comunes… podrían muy bien ser vecinos de los espectadores que acudieron al teatro en el año 1806. Como ya no hablan en verso, como sí lo hacían los personajes barrocos, su lenguaje, sus preocupaciones son cercanas. Ella, joven de 16 años y educada con monjas, sale de la clausura para contraer matrimonio, por voluntad de su madre, con don Diego, que triplica la edad de la chica. Esta ha dado su sí complaciente, de palabra, pero no desde el corazón, pues este pertenece al joven don Carlos, sobrino del anciano prometido. Comedia que revela verdades entre broma e ironía, alumbrando, escena a escena un mensaje muy concreto para los de entonces que sigue siendo muy claro para los lectores de hoy.
Pieza neoclásica por excelencia, no podía menos que seguir la regla de las tres unidades. Clásicos son los autores que definieron estos parámetros y Moratín tiene en mente La poética (1737) en la que Ignacio de Luzán se encargó de recuperarlos. Uno es el lugar, el Alcalá del novecientos; una es la acción, el triángulo amoroso entre los protagonistas; uno es el tiempo, transcurrido entre las siete de la tarde y las cinco de la mañana.
La precisa temporalidad interna de la obra no es azarosa, sino que responde, además de a las exigencias del argumento, a los caprichos del «Siglo de las Luces». Qué menos que resolver el conflicto a la luz, a la luz de la razón, arma desveladora de misterios. Don Diego, que asume en realidad la voz del autor, parece encarnar el ideal del hombre racional y razonable que desea responder a la realidad de un modo acorde con los hechos que esta le ofrece. En este sentido, contrario a la precipitación pasional y al interés económico de su futura suegra, así como a la sumisión inconsciente de su prometida, detiene la marcha de lo planeado. Queda claro que obrar sin razonar y por acatamiento es motivo de infelicidad para muchos. «Pues, ¿cuántas veces vemos matrimonios infelices, uniones monstruosas, verificadas solamente porque un padre tonto se metió a mandar lo que no debiera?». Luminosa como siempre, es la razón, y no la violencia o la pasión, la que soluciona el conflicto.
Ahora bien, sería muy pobre aquella lectura que buscara tan solo capturar la enseñanza final de la pieza. Es innegable que el didactismo recorre la obra y ordena los hechos y diálogos hacia un fin muy preciso. La altura literaria de Moratín quedaría, no obstante, escondida tras esta consideración superficial. Una mirada atenta nos descubre una psicología trabajada, diálogos bien construidos, exposiciones de motivos bien fundamentadas, discursos organizados. La acción no es compleja ni múltiple, es cierto, pues la labor moratiniana recae en la caracterización coherente que ayuda al público a comprender. Moratín no pretende dar recetas facilonas para la vida, sino guiar el discurrir de su público a fin de que sea él mismo quien aplique, como buen ilustrado, la luz de la razón.