Cubierta de '1077. El invierno del rey mendigo'
'1077, el Invierno del Rey Mendigo': el año en que Europa hincó la rodilla o lo que la ficción le debe a la Historia (y a Gregorio VII)
Rodríguez de la Peña ha dado con la tecla: su novela no se limita a una crónica ficticia de los hechos, sino que se convierte en un tratado vivo sobre el poder, la fe, la fragilidad humana y la lucha por el alma de Europa
En un tiempo en que Europa parece desdibujarse y la memoria de un pasado tan común como asombroso se desvanece, Alejandro Rodríguez de la Peña –catedrático de Historia Medieval y autor de ensayos como Imperios de crueldad o Compasión, una historia– se atreve con un nuevo género: la novela histórica. Cabía preguntarse si el historiador se impondría aquí al novelista, y la respuesta es rotunda: no solo no se impone, sino que ha descubierto que quizá la novela era su lugar natural. 1077, el invierno del rey mendigo (Schedas, 2025) es su primera incursión narrativa, y el resultado es excepcional.

Schedas (2025). 597 páginas
1077, El Invierno del Rey Mendigo
Corre el invierno del año 1077. En una Europa que es un polvorín feudal, el joven rey Enrique IV emprende una marcha desesperada a través de los Alpes, acompañado por su esposa y sus dos hijos pequeños. Debe cruzarlos en plena ventisca para alcanzar Italia, donde le espera, receloso, el papa Gregorio VII. El Pontífice le ha excomulgado y le ha impuesto un plazo improrrogable: si no se presenta ante él antes de que expire, Enrique perderá la corona y el favor de los príncipes. El destino del Imperio pende del hilo de este encuentro incierto.
Así arranca este ambicioso proyecto de casi 600 páginas que se construye en torno a uno de los episodios más fascinantes del occidente medieval: la célebre Querella de las Investiduras, el conflicto entre el Papado y el Imperio, a la sombra de la orden de Cluny. La novela se desarrolla a lo largo de un único año, 1077, pero el lector pronto advierte que está ante una obra monumental. Rodríguez de la Peña, que no es solo historiador, sino también maestro, ha dado con la tecla: su novela no se limita a una crónica ficticia de los hechos, sino que se convierte en un tratado vivo sobre el poder, la fe, la fragilidad humana y la lucha por el alma de Europa. Resulta fascinante redescubrir a los hombres y mujeres que, en toda la escala de grises, se esconden detrás de cada uno de los personajes históricos.
Uno de los mayores logros de la obra es el equilibrio en el retrato de los dos grandes protagonistas, Gregorio VII y Enrique IV, que aparecen en toda su grandeza y miseria. «Intenté ser justo con ambos personajes», afirma el autor. «Mi tendencia habría sido hacer una novela apologética, pero la novela no está para eso». La escena de Canossa, momento cumbre del relato, se resuelve con tensión, inquietud y profundidad emocional. Los personajes secundarios, como el desapacible Gozelo (inspirado en el Tyrion Lannister de G.R.R. Martin… ¿o es al revés?) o la galería de cardenales y obispos –algunos de ellos santos, la mayoría visiblemente corruptos– enriquecen el tapiz de esta Edad Media viva, cruel, luminosa y contradictoria. Figuras como el abad Hugo de Cluny o San Anselmo –aquí una suerte de Guillermo de Baskerville con más hondura– dan sentido a una tesis que atraviesa la novela: los monjes, más que los clérigos, son los auténticos reformadores, y la Iglesia casi siempre se salva por sus márgenes, no por su centro.
A través de una técnica narrativa sólida, inspirada tanto en las estructuras de la novela río como en recursos del lenguaje audiovisual (la multiplicidad de escenarios, los capítulos fragmentarios, el ritmo cinematográfico), el autor aúna rigor histórico con un tono literario ameno, en ocasiones tan mordaz y violento como la vida misma, y en otras profundamente evocador. La estructura se apoya en un recurso muy eficaz: cada capítulo arranca con un fragmento de una crónica medieval, lo que da unidad y coherencia al relato.
Hay, además, en esta obra un notable esfuerzo de verosimilitud. Ningún dato relevante es inventado: los hechos son reales y bien documentados, aunque a menudo parezcan más increíbles que la ficción. Y allí donde la documentación flaquea, el autor rellena con imaginación, pero sin caer nunca en el anacronismo o el efectismo. Las detalladas descripciones de ceremonias, liturgias y protocolos solo pueden provenir de décadas de estudio. Aquí se aprende, y de qué forma. Sin embargo, el tono no es denso: la novela atrapa, entretiene, divierte. Allá donde la complejidad por la gran cantidad de personajes y tramas puede resultar abrumadora, el autor introduce diálogos ágiles e incisivos que devuelven el pulso al relato.
La novela es también un espejo de la formación y las pasiones literarias del autor: Tolkien, Conan Doyle, G. R. R. Martin, Umberto Eco… Resuenan también Homero, los trágicos griegos y hasta las brumas de la materia de Bretaña. Y, por encima de todo, una intención clara: «He escrito pensando en quien no sabe Historia y en mis colegas historiadores, que son muy puñeteros». El equilibrio no es sencillo, pero Rodríguez de la Peña lo consigue. Lo que originalmente iba a ser una única obra, se ha convertido en el primer volumen de una trilogía perfectamente trazada que deja puertas abiertas para –ojalá– futuras entregas.
1077 no pretende formular hipótesis históricas, sino redescubrir la historia que se esconde tras la Historia. Como señala el autor, «la parte divertida de hacer novela es recrear, inventarte cosas plausibles, construir lo que no está documentado». Así, lo que podría haber sido una fría reconstrucción se convierte en una travesía épica, salpicada de malicia, avaricia, traiciones, dudas y ocasionales destellos de santidad.
Con todo, en una obra de esta envergadura hay detalles menores que podrían pulirse en futuras ediciones, como la presencia eventual de laísmos, que desentonan con el extraordinario cuidado estilístico general. Y al ser una novela tan geográficamente extensa, se echa de menos algún mapa que permita seguir mejor los itinerarios clave y colabore al general disfrute de los acontecimientos.
En definitiva, 1077, el invierno del rey mendigo es una primera novela en la que Rodríguez de la Peña no solo nos regala su conocimiento absoluto sobre este periodo, sino también la capacidad de convertir un conflicto teológico-político del siglo XI en una historia universal sobre poder, destino y redención. Una vez más se demuestra que la realidad, cuando se cuenta bien, supera a la ficción. Guionistas, tomen nota.