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18 de abril de 2024

José María Rotellar

Las preocupantes consecuencias de la guerra para la economía española

La estimación del PIB de nuestro país se basaba en un barril Brent a 60,4 dólares. Al estar por encima de 100, nuestro crecimiento podría caer en dos o tres puntos

Actualizada 05:05

La guerra iniciada por Rusia tras la decisión de Putin de invadir Ucrania, también tendrá –ya está teniendo– consecuencias económicas, cuyo impacto será mayor cuanto más dure el conflicto y más agresivo sea.
Por una parte, Putin, además del daño humano a Ucrania y a sus propios soldados, va a llevar a la ruina a Rusia, debido al conjunto de sanciones que su economía va a tener que afrontar. Partimos de la base de que la economía rusa no la convierte en ninguna potencia económica, sino que no deja de ser una economía con mucho todavía que desarrollar y con mucha desigualdad, elemento que impide una mayor prosperidad.
Por una parte, la Unión Europea ha prohibido al Banco Central de Rusia la negociación de servicios de inversión sobre valores del mercado monetario, así como la restricción del uso de sus reservas para que no pueda burlar dicha sanción. Del mismo modo, se lleva a cabo la desconexión de distintos bancos rusos del sistema de pagos SWIFT, una plataforma que permite conectar todo el mercado financiero para la realización de transacciones bancarias, de manera que Rusia tendrá que buscar una alternativa –quizás, China– que será más lenta y costosa, con lo que su economía se resentirá. Adicionalmente, los países occidentales han bloqueado la operativa de distintas entidades financieras, que merme la capacidad de generar ingresos financieros para el Gobierno ruso –como es el caso de VEB.RF– y el bloqueo de los activos de muchos de ellos.
Del mismo modo, las sanciones contra empresas aéreas no se han hecho esperar, prohibiendo que aeronaves rusas sobrevuelen los distintos espacios aéreos occidentales, al tiempo que se prohíbe exportar tecnología a empresas de armamento.
Todo ello hace que el rublo se deprecie un 28 % en los mercados, que ha llevado a Rusia a subir los tipos de interés al 20 % para tratar de frenar la hemorragia de salida de fondos que está sufriendo. En definitiva, Rusia saldrá de esta guerra mucho más pobre de lo que ya entró.
Es obvio que también habrá consecuencias económicas para occidente, aunque menores que las de Rusia. En primer lugar, Rusia es productor del 10 % del petróleo mundial y suministra a la Unión Europea el 27 % de dicho recurso natural. De la misma manera, es su principal proveedor de gas natural, desde su posición como segundo productor mundial tras Estados Unidos. Ese suministro afecta, principalmente, a los países del norte de Europa, principalmente a Alemania, aunque también Italia tiene dependencia del gas ruso. Rusia puede cortar el suministro para tratar de presionar a Occidente para que no apoye a Ucrania, pero como, afortunadamente, parece que los países occidentales no abandonarán a su suerte a los ucranianos la restricción del gas ruso puede llegar. Esa disminución en la oferta incrementará los precios del gas, así como los del petróleo. Aunque puedan buscarse alternativas, como los metaneros desde Estados Unidos, esa opción no deja de ser más costosa y no cubre todo el suministro que potencialmente se puede perder. Como entre Argelia y Marruecos permanece la tensión que ha llevado a los argelinos a cortar uno de los gaseoductos por los que llega el gas a España, el problema se complica, aunque nuestro país puede llegar a ser la nueva puerta de entrada de gas para el resto de Europa.
¿Y en España? Por otra parte, el precio del crudo está escalando ya de manera intensa, al sobrepasar la barrera de los 100 dólares. El cuadro macroeconómico español está calculado con un precio medio del barril de Brent a 60,4 dólares. Es decir, ahora mismo estaría más de un 65 % por encima de dicha previsión. Dada la dependencia energética de España, una desviación del 10 % del precio del petróleo afecta en medio punto al crecimiento de la economía española, de manera que, si se consolidase esa subida durante todo el año, nos llevaría a que mermaría el crecimiento económico español entre dos y tres puntos al menos. Eso alejaría el crecimiento de la economía española del 5,6 % previsto por la Comisión Europea para nuestro país en 2022, y no digamos nada respecto al 7 % que el Gobierno se empeña en mantener como crecimiento tremendamente optimista del cuadro macroeconómico. Es una muestra más de la necesidad de aplicar en España una política energética racional, apostando por la energía nuclear, para no depender ni de mermas en el suministro ni del incremento de costes.
Ese menor crecimiento impactaría de manera importante en el empleo, de manera que no sólo dejaría de crearse nuevo empleo, sino que podría, incluso destruirse. En el caso de que no se destruyese, pero que no se crease, dejarían de generarse entre 300.000 y 400.000 empleos a tiempo completo. Todo ello, unido a la fragilidad de la economía, todavía con decenas de miles de personas en ERTE, complica el mercado laboral.
Paralelamente, el incremento de los precios energéticos, al continuar al alza, van a transmitirse todavía con más fuerza de la que ya lo están haciendo –un 7,4 % de inflación interanual en febrero, según el indicador adelantado, la mayor inflación desde julio de 1989– por toda la cadena de valor –como muestra el 3 % de inflación subyacente de febrero–, con el consiguiente aumento de precios en todos los productos y servicios, que mermará el poder adquisitivo de los agentes económicos. Ante ello, el Banco Central Europeo probablemente tenga que restringir claramente la oferta monetaria y aumentar tipos ya en 2022, pese a su resistencia de estas semanas. Una subida de un punto puede tener un impacto en la cuota hipotecaria de los deudores de entre 35 euros y 130 euros más al mes, dependiendo del importe y el plazo, elemento que reducirá también el poder adquisitivo de los ciudadanos y que ralentizará el crecimiento económico, pero que será necesario porque la inflación, en caso contrario, provocaría todavía males mucho mayores.
Menor crecimiento y menor empleo que desembocará en menor recaudación y, potencialmente, más gasto en desempleo, elementos que terminará por incrementar el déficit y el endeudamiento, con el agravante de producirse en una escalada de tipos que encarecerá la nueva financiación y un nivel de deuda que no puede aumentar más.
Todo ello, en un contexto de encarecimiento generalizado de los mercados del resto de materias primas y caída brusca de los mercados bursátiles ante el claro riesgo que se cierne sobre la evolución económica, completando, así, un horizonte económico cada vez más preocupante.
José María Rotellar es profesor de la Universidad Francisco de Vitoria
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