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19 de marzo de 2024

Diego Barceló

Por qué todos somos Juan Roig

Sin grandes empresas nos quedaría un país arrasado, incapaz de exportar y de dar empleo a millones de personas

Actualizada 04:30

«Es indecente, compañeros y compañeras, que las grandes empresas de la distribución en España, que los supermercados como Mercadona o como Carrefour, se estén haciendo de oro a costa de la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania. Es indecente que el señor Juan Roig se esté llenando los bolsillos siendo un capitalista despiadado. Y hay que decirlo claro: son capitalistas despiadados. Tenemos que frenarles los pies». Tal una reciente declaración textual de Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales y líder de Podemos.
Imaginemos una España sin grandes empresas. Es algo difícil: en las poco más de 5.100 empresas con más de 250 asalariados trabajan más de 6 millones de personas. Muchas más si tenemos en cuenta los trabajadores de las Pymes que les venden sus productos.
Eliminando las grandes empresas nos quedaría un país arrasado, incapaz de exportar y de dar empleo a millones de personas. La recaudación tributaria caería en picado: solo en cotizaciones sociales, el empleo de las empresas más grandes genera unos 62.000 millones de recursos públicos. Apenas estos datos bastan para imaginar las devastadoras consecuencias sociales y económicas.
Quien entienda lo anterior, llegará lógicamente a una conclusión: un drama de la economía española es que hay pocas grandes empresas; nos iría mejor a todos si fueran, por ejemplo, 10.000 grandes compañías. Una buena política económica debería fomentar el crecimiento de las Pymes y no castigar (ni insultar) a las grandes.
El caso es que el ala comunista del Gobierno trabaja activamente para perjudicarlas. Por ejemplo, promoviendo impuestos «con nombre y apellido» (a grandes bancos y eléctricas), amenazando con «destopar» las cotizaciones sociales, y alentando un discurso oficial contra los «poderosos». Ahora intentan poner precios máximos a los alimentos (para dar un golpe adicional a los menguantes beneficios de los supermercados, con el riesgo de desabastecimiento que ello conlleva); lo complementan con el insulto personal.
¿Qué ocurriría si los comunistas que se sientan en el consejo de ministros consiguieran su sueño de eliminar las grandes empresas? Que sus actividades, que son indispensables para la normal vida social, pasarían a ser realizadas por el propio Gobierno. ¿Y qué ocurriría si el Gobierno fuese el empresario único de sectores como la banca, la energía, los transportes, las telecomunicaciones o la gran distribución, entre otros? Ocurrirían muchas cosas. Al desaparecer la competencia, la calidad de los productos y servicios bajaría progresivamente. La eficiencia de las empresas se iría deteriorando a medida que en sus decisiones prevalecieran criterios políticos en lugar de económicos. Para hacer una buena carrera profesional sería más importante el carné de afiliación a un partido que la valía personal. Esas y otras cosas significan que una eventual desaparición de las grandes empresas privadas haría de España un país más parecido a Cuba y Venezuela que a Canadá, Suiza o Irlanda.
Creer que la inflación la provoca el vendedor final es un razonamiento infantil. Si pudieran hacerlo, ¿por qué no lo hicieron antes? La inflación es culpa de las erradas políticas keynesianas que sigue el Banco Central Europeo, que es el único que puede emitir euros.
No hablamos de inflación ni de las ganancias de las grandes empresas. Esas son excusas. De lo que hablamos es del intento de parte del Gobierno de cambiar nuestro sistema de libertades por otro que los españoles rechazamos. Aunque digan actuar en nombre de la «justicia social» y la «igualdad», lo único que el comunismo puede garantizar es menos libertad y cartillas de racionamiento.
Las grandes empresas son atacadas porque son uno de los principales escollos que enfrentan para la realización de sus planes (la Monarquía es otro de ellos). Sería un error creer que es un tema que no va con nosotros, la gente de a pie. El ataque a las grandes empresas no solo pone en riesgo inversiones, empleos y crispa el ambiente social: es un ataque a la libertad individual. Y la libertad es un todo indivisible: si unos son menos libres, todos somos menos libres.
Hoy es Juan Roig. Mañana, si no se hace nada, puedes ser tú, amigo lector.
  • Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados. @diebarcelo

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