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Los ridículos de la educaciónJosé Víctor orón semper

La animalización de la educación

Necesitamos una educación que sepa integrar el trabajo, sin caer en un mero comportamiento maquinal

Actualizada 04:30

Tan peligrosa es la tecnificación de la educación, que lleva a que las personas vivan como máquinas, como la afectivación de la educación, que lleva a que las personas vivan como animales. Hoy en día dominan propuestas basadas en dichas visiones y sus posturas intermedias. Unas se van más hacia un lado, otras hacia el otro y muchas hacen una educación de supermercado y cogen un poco de cada. Pero todas ellas son propuestas inhumanas y generan engendros. Hablar de la persona no es garantía de que se esté fuera del juego máquina-animal. De hecho, hay colegios que se han dado cuenta de que hablar de «educación centrada en la persona» puede ser un negocio porque capta un nicho de clientela y lo usan como una estrategia publicitaria de la marca pero, en verdad, no son más que una educación maquinal-animalista con apariencia de humanidad. Menuda estafa y menudo ridículo.

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Ya que en otros artículos se ha hablado de la educación tecnificada, centrémonos ahora en la corriente que animaliza la educación. Se animaliza la educación cuando se pone como uno de los máximos referentes la búsqueda del bienestar (ver el artículo «la enfermiza obsesión por el bienestar»). Así sólo se consigue encerrar a la persona en sí misma, que es justo lo que viven los animales.

Algunos dicen que los animales buscan sobrevivir. Los animales no buscan sobrevivir, sino que simplemente buscan estar bien, estar a gusto consigo mismos, y eso es lo que les permite sobrevivir. En sus experiencias, el animal siente la realidad y la valora en función del bienestar que le reportan las distintas formas de posicionarse en esa realidad. El animal no examina ni le interesa la realidad en sí. Al animal no le interesa nada en el mundo que no sea su propio bienestar. No evalúa la realidad, pues la realidad ni siquiera existe para el animal. Para el animal lo único que existe y lo único que evalúa es su propio bienestar.

Cuando el animal percibe ciertos signos de la realidad los conecta con la memoria de sus experiencias afectivas pasadas y recuerda las experiencias emocionales asociadas a cada una de las opciones que tomó en el pasado. Estas valoraciones son el criterio que tiene para examinar las distintas opciones que puede simular. Es decir, un animal para decidir hace muchas cosas: tiene un criterio de valoración, examina distintas alternativas en función de lo vivido y las valora todas relacionadamente para elegir la óptima. Todo un estudio de decisiones centrado en su propio ombligo. Eso mirado desde fuera parece un proceso adaptativo, pero el animal ni busca adaptarse, ni busca sobrevivir. El animal nunca sale de su ombligo.

Cuando a la persona se le educa desde la clave de la adaptación para poder encajar y así sobrevivir, se le está llevando, posiblemente sin saberlo, a una vida animal. Y esto, desgraciadamente, ocurre con bastante frecuencia. Veamos varios ejemplos.

Cuando surge un problema de relación entre amigos se busca que el educando aminore su malestar y aprenda habilidades socioemocionales para saber encajar en el grupo. Cuando se plantea la elección de bachillerato o de carrera se le dice al educando que elija donde él o ella se sienta bien, donde realice sus sueños, donde vea su éxito. Cuando acontece una vivencia envuelta de cierto malestar el primer objetivo es anular tal malestar. El malestar acaba siendo el referente de lo inmoral. Si me haces sentir mal, entonces lo que propones es inmoral. La lista se hace bien larga y la práctica mayoría de las propuestas de educación emocional, no UpToYou, asumen el dogma del bienestar. Es un camino seguro para animalizar al educando y al propio educador.

Un indicador de este ridículo es llamar «problema» a todo lo que se viva con cierto malestar. Se acaba problematizando todo. Se acaba afectivizando todo. Tener desavenencias con los compañeros no es un problema en sí, sino que es lo natural de la convivencia de personas que piensan y cada una tiene sus singularidades y sus historias. Saber por qué siento como siento hasta las últimas consecuencias y saber usar las desavenencias para nuestro crecimiento y encuentro es lo que requiere nuestra humanidad. Y al final, como un efecto, surgirá el bienestar, pero como un efecto o consecuencia, no como algo buscado. El bienestar tiene rango de indicador, no de objetivo.

De ordinario, la afectivación de la educación suele ser una cara de la moneda, y es el instrumento para la otra cara de la moneda: el adoctrinamiento. Unos adoctrinan en ciertos valores o ideales y otros en otros valores o ideales. Pero, ¿qué acredita un valor o ideal? Tan ideal y adoctrinador es decirle al educando «tienes que ser así» (de una forma concreta), como decirle «tienes que ser como te dé la gana». Tanto el «así» como «la gana» son formas de ser. En ninguno de los dos casos se busca el crecimiento y el encuentro interpersonal. Una propuesta educativa alternativa que ya habrá tiempo de presentar parte de la asunción de que no hay ningún reto digno del ser humano que no sea otro ser humano. Poner a la persona frente a sus ideales, sus apetitos, sus pensamientos, sus valores o frente a los ideales, los apetitos, los pensamientos y los valores de otros es reducir a la persona y acabar animalizándola.

Necesitamos una educación que sepa integrar el trabajo, sin caer en un mero comportamiento maquinal. y la experiencia afectiva, sin caer en la afectivación. Eso solo lo puede hacer una educación por y para el encuentro.

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