Falsa unidad en torno a los valores, principios o ideales
La unidad de vida se requiere en el ser humano porque no está simplemente arrojado a este mundo para estar ahí, sino que organiza su vida desde una propuesta de sentido
Los valores, por muy coherentes que seamos con ellos, nunca unifican una vida, sino que los valores pueden ser expresión de una vida ya unificada. Por ello, lanzarse a la búsqueda de unos valores que unifiquen la vida es hacer el ridículo. La clave es diferenciar entre entender los valores como expresión de la unidad de la vida o como el medio para lograr unificar nuestra vida.
La única oferta de sentido que acaba siendo válida es aquella que pueda unificar nuestra vida compartida, y eso no se logra por la vía de la defensa a ultranza de las ideas, ni las creencias, ni lo valores, ni los principios. Pretender una unificación por lograr unos valores concretos puede llevar a la coherencia, pero no a la unidad. Un terrorista es bien coherente con sus creencias, ideas, principios y valores, pero estos no unifican su vida, pues saca de su vida a quien mata. Más aún, es posible que el terrorista comparta valores con los de la persona que asesina. Tal vez los dos valoren en mucho la familia, la libertad, el trabajo o la religión. El problema no es que no quiera los valores del otro, es que no quiere al otro. O incluso peor, puede ser que la causa de la disputa entre ellos es que los dos valoran lo mismo y pugnan por quedarse con eso. Así pasa cuando distintas personas ven en las mismas cosas la realización de los propios valores o ideales.
El mundo se divide en dos tipos de personas: los que dividen el mundo en tipos de personas y los que no lo dividen. Si dividimos no somos capaces de ponernos en relación, de integrarnos de alguna forma. Y si no puedo integrar a todos en mi vida, divido mi vida; y si divido mi vida, ¿quién soy?
Ciertamente la unidad de vida la necesitamos todos, pues de lo contrario nos rompemos. ¿Pero qué puede ciertamente unificar una vida? La unidad de vida se requiere en el ser humano porque no está simplemente arrojado a este mundo para estar ahí, sino que organiza su vida desde una propuesta de sentido. Pero dicha propuesta de sentido no pueden ser los valores e ideales, sencillamente porque ellos no son persona. Vivir en función o en referencia a valores o ideales es vivir de cara a algo y no de cara a alguien, y decíamos que el único reto digno de la persona es otra persona, no un ideal, por bello que pueda parecer.

Por ello, la unidad de vida se logra con una propuesta de sentido que tenga capacidad de poder acoger a toda persona, incluso a las que piensan de forma contraria a uno mismo. Dicho de otra forma, solo una propuesta universal tiene capacidad de unificar la vida de uno. Por cierto, la palabra católico significa «universal». Solo una propuesta que diga «ama al enemigo» puede dar sentido a la vida, porque es la única forma de que toda persona esté integrada en la vida común, pues si alguien deja de ser persona, entonces ¿quién es persona?
Si se excluye a alguien se le excluye por algo. Luego al otro ya no se le está viendo como alguien, sino como algo. Y entonces ya hemos dividido el mundo en función de quien tiene ese algo y quien no lo tiene. Al decidir cómo relacionarme con alguien por algo que le caracteriza, ya no le trato como persona, pues toda persona es siempre más que cualquier algo característico de ella. Y al tratar al otro en función de su algo característico, uno mismo se convierte en algo y deja de ser persona, pues no actúa en función de ser persona, sino en función de algo. O todos somos personas o nadie es persona. No hay término medio cuando nos referimos a la persona.
Esto hace que el agradecimiento y el perdón sean las dos fuerzas integradoras y unificadoras de la vida de una persona. El agradecimiento integra al otro en un contexto agradable haciendo que el otro sea más importante que aquello por lo que se da las gracias. El perdón integra al otro en un contexto doloroso haciendo que el otro sea más que el dolor causado. Y al tratar al otro como persona, uno vive como persona.
De unas relaciones interpersonales unificadas surgirán unos valores, ideales, costumbres, principios, cultura y lo que se quiera que expresa la unidad lograda. Esos valores son los que vale la pena saber presentar a otra generación, la cual tendrá que testar hasta qué punto esos valores o ideales siguen siendo reflejo de la unidad interpersonal. Y si no lo son, cada generación sabrá mejorar la cultura que recibe haciéndola cada vez más humana.
Vale la pena que cada uno haga una prueba para saber si sus valores e ideales expresan la unidad interpersonal o si son una creación de autoprotección. Con una simple pregunta basta: ¿tus valores o ideales te ayudan a acoger al que piensa de forma contraria a ti? Si la respuesta es que sí, fantástico. Si la respuesta es que no, fantástico también porque puedes empezar ahora un camino de apertura al otro que llevará a una profundización y/o reformulación de dichos valores e ideales.
- José Víctor Orón es director de Acompañando el Crecimiento y asesor educativo de la Universidad Francisco de Vitoria