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23 de abril de 2024

Un joven descubre leyendo el periódico que ha matado a una persona en Madrid - Recreación 3D de la patada

El video es una recreación en 3-D de Criminalística de la Guardia Civil que permite que los jueces entiendan mejor el suceso. Los personajes no guardan relación con sus características físicas reales

El crimen de fin de año

Un joven descubre leyendo el periódico que ha matado a una persona en Madrid

Tras leer la crónica, Pablo intuyó que la patada que le había dado a un joven en el cabeza el pasado 1 de enero de 2015 estaba detrás de su muerte: se lo contó a su padre y decidió confesar​ y entregarse

El crimen estaba sin resolver: hablamos de uno de esos casos que se enquistan y en el que cada pista que los investigadores rastrean se va diluyendo hasta alcanzar la nada. Un laberinto de sospechas e indicios en el que jamás se encuentra la salida. Estos asuntos, cuando ya se han trabajado, cuando ya se ha hecho todo lo humanamente posible, se denominan casos fríos o casos sin resolver. Frustración en estado puro para cualquier policía.
Un 1 de enero, Adrián, de 29 años, como millones de jóvenes, había invertido las primeras horas del año en celebrar, junto a sus amigos Víctor y Julio, la llegada del 2015. Estaba amaneciendo cuando decidieron poner fin a la fiesta y retirarse. Caminaban por la calle Retamas de Alcorcón en Madrid, cuando de repente un desconocido muy corpulento les cortó el pasó, agarró a uno de los jóvenes del cuello y le preguntó: «¿Queréis pelea?». «No, sólo quiero irme a casa», respondió Víctor. La contestación no le gustó al desconocido que reaccionó «dándome un cabezazo en la frente. Después, me empujó y me tiró al suelo. Empecé a recibir una lluvia de puñetazos y patadas. Sólo trataba de cubrirme la cabeza y por eso no pude ver quien me golpeaba». La agresión siguió durante unos segundos, aunque a Víctor se le hizo eterna. Supo que había terminado cuando escuchó los pasos del desconocido y cuatro amigos que le acompañaban, alejarse a la carrera. «Cuando me levanté vi que mi amigo Adrián estaba tirado en el suelo, echando sangre por la boca, inconsciente, y que mi otro amigo Julio estaba pidiendo ayuda a gritos».

Una patada en la cabeza

A Adrián un desconocido le había dado una paliza y, una vez tirado en mitad del asfalto, al grito de «quita para allá maricón» y, cogiendo carrerilla, había usado su cabeza como un balón de fútbol. Un amigo del agresor gritaba desde el coche: «Mátalo», mientras el matón trataba de quitarle una zapatilla a Adrián, completamente inconsciente y sin capacidad de reacción. Después, los agresores habían huido en un Volkswagen Golf oscuro. Víctor y Julio, desesperados, llamaron al 112 para pedir ayuda. A Adrián se lo llevaron al hospital de Getafe. Allí le diagnosticaron: fractura en la base del cráneo, hemorragia intracraneal, hematoma subdural y fractura orbital: «Presentando un estado de gravedad, pero en principio su vida no corre peligro», consta en las diligencias a las que ha tenido acceso El Debate. Sin embargo, falleció el día 2 de enero por la tarde.
Los investigadores interrogaron a todos los testigos, siguieron todas las pistas, incluso pensaron que tenían la matrícula del coche de la huida, pero fue imposible dar con los agresores. De ellos sólo sabían que eran cinco, españoles, jóvenes de entre 22 y 24 años, que llevaban traje y corbata y que se habían escapado en un Golf. Nada más. Justo un año después, el crimen, que había quedado archivado y cogiendo polvo en el juzgado, se resolvió de forma sorpresiva.

Confiesa y pide perdón

Pablo, un joven madrileño, estaba repasando la prensa en internet cuando leyó el siguiente titular: «La muerte sin resolver de Adrián, la espina policial del 2015 en Madrid». El joven devoró la crónica y cada línea que acababa hacía que su ritmo cardiaco aumentara: al terminar la lectura intuyó que él y sus amigos estaban detrás de esa muerte sin resolver y que la patada que le dio a Adrián en la cabeza acabó con su vida.
Poco se sabe de lo que ocurrió después, sólo que la culpa se le agarró a la espalda como si un águila le hubiese clavado las garras. Habló con su padre y reconoció lo sucedido. Entre los dos decidieron que Pablo debía confesar lo que había hecho, entregarse a las autoridades y aceptar la responsabilidad de sus actos por muy duro que fuese el castigo. Así lo hizo, pero al confesar delató a los otros cuatro amigos que le acompañaban aquel comienzo de 2015. Se da la paradoja de que, aunque fue sólo él quien le dio una brutal patada en la cabeza, se puede beneficiar de dos atenuantes muy cualificadas: el hecho de haberse entregado y confesado (si no, jamás se habría resuelto el caso) y el pago de la responsabilidad civil.
Si estuviésemos ante un homicidio, esas dos atenuantes podrían bajar la pena de 15 años de máxima condena, incluso hasta los cinco años y los expertos más optimistas apuntan a los 2,5 años en el caso más beneficioso. Pero sólo para Pablo. El resto de los miembros del grupo no se podrían beneficiar de la confesión de Pablo y, por tanto, se enfrentan a una pena muy superior. Para la familia de Adrián, los cinco actuaron en grupo y pide para todos ellos 25 años de prisión, al considerar que el ataque fue sorpresivo y sin posibilidad de defensa.

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