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03 de mayo de 2024

Amor de perros, Shiva, Krupp, Bagueera y otros canes

Amor de perros, Shiva, Krupp, Bagueera y otros canesGustavo Morales

Crónicas castizas

Amor de perros, Shiva, Krupp, Bagheera y otros canes

A los que le gustan los animales, por lo general, no necesitan una ley para quererlos pues sencillamente su natural les lleva a convivir con ellos

Con la nueva ley animal, en el doble sentido de la palabra, para sacar a hacer sus necesidades al can se van a necesitar dos cursillos, uno de urbanidad para el perro, y otro de doma clásica para el amo. Es una pena que Ángel Cristo falleciese en 2010, pues seguro que podía ganarse unos buenos dineros dando los cursitos de domador de perros y otros bichos de cuatro patas. ¡Si logró domar, perdón, convivir con Bárbara Rey, seguro que podía ser un autentico gurú de la nueva animalidad!
A mi amigo y colega Luis siempre le han gustado más los perros que muchas personas. Afirma con rotundidad que cuando llega a casa la principal muestra de cariño que recibe es de Shiva su perra gran danés. Shiva, con 60 kilos de peso, vive una vida tranquila tumbada en invierno justo encima de donde pasan los tubos de la calefacción como si fuera un guerrero de la tribu Samburu de Kenia, que es sabido que no dan palo al agua. Solo se altera cuando alguien, dentro o fuera de casa, se acerca a Daniela y Gadea, pues piensa con lógica de perro que el mundo está lleno de personas malas y que estaría bueno que alguien se atreva a hacer algo a sus niñas, la nietas de Luis.
Hace unos meses le diagnosticaron, a Shiva, un cáncer de hueso. Sus amos la llevaron a un oncólogo de perros, le quietaron el hueso con el tumor que tenía en una pata, y cojeando un poco Shiva sigue viendo la vida pasar. Luis me comentó que si alguna vez le tienen que hospitalizar, que, por favor, le llevemos al hospital de perros donde estuvo internada Shiva. ¡Me estoy pensando lo del hospital de perros! El ser una afamada estrella de cine no fue decisivo para que le salvasen la vida a Shiva. Para muchos humanos los perros son algo fundamental en su vida. Para tomar esta decisión no han necesitado las nuevas leyes emanadas del podemismo.
Crónicas castizas

A los que le gustan los animales, por lo general, no necesitan una ley para quererlos pues sencillamente su natural les lleva a convivir con ellos. Aunque es ciertamente preocupante la tendencia en nuestra sociedad a sustituir los niños por los perros o gatos, pero eso es otra historia.
Otro congénere de raza, también gran danés, de Shiva, de nombre Bagheera, a lo largo de su vida solo en dos ocasiones sacó su genio. Bagheera pesaba 80 kilos y se sentaba en los sofás con la elegancia de una marquesa jubilada. Un día, cuando viajaba tumbada en el asiento trasero del coche de su ama, yendo de copiloto la sobrina de esta, Mapi para más señas, se acercó un vociferante y agresivo novio (luego se casaron) que agarró a Mapi con fuerza a través de la ventanilla abierta. Bagheera, que cuando iba al parque se sentaba en la hierba a mirar los pajaritos y ver a los niños jugar, sin decir ni mú se levantó, sacó la cabeza por la ventanilla y sujetó al iracundo novio por el cuello al que se le pasó el cabreo de forma fulminante.
Bagheera convivía con Krupp, un pastor alemán que, a diferencia de su compañera de piso, era bastante perro. Krupp no soportaba a la gente con mono, repartidores, carteros y vendedores de cosas varias, lo que hizo que su ama se viese obligada a comprar más de un pantalón con urgencia en el Corte Inglés (forzada cuña publicitaria) y pagar más de una multa para que Krupp no fuese a la cárcel de perros.
Krupp, de naturaleza peleona, con el pasar de los años no se fue dando cuenta de que su fuerza y agilidad mermaba. Cosa que nos pasa a muchos viejos. Un día en el parque de Eva Perón se enzarzó en una gresca con una perra pastor alemán y sus dos hijos ya adultos. Acorralado debajo de un banco, aulló pidiendo auxilio. Bagheera que seguía a lo suyo, paseando, viendo pájaros y flores, por primera vez en su vida se lanzó a la pelea. Se dio una carrera, saltó un seto, cosa que no había hecho nuca seguramente pensando para qué pudiendo pasar por la puerta, y de tres manotazos lanzó fuera del ring a los pastores alemanes enemigos y luego, como si tal cosa, volvió a pasear plácidamente por el parque. No sabemos si al llegar a casa le echó la bronca a Krupp: «¡no te metas en peleas que luego pasa los que pasa!», «¡ya estás viejo para estas cosas!», «¡es que no tienes cuidado!»«¡no pienses que yo voy a estar siempre ahí para hacerte las cosas!», etc.
Monty, un caniche enano blanco, debía su nombre al mariscal del imperio británico Montgomery. Fue un regalo de una abuela a una nieta que propuso de nombre para el can cosas como estrellita dorada y rayito de luz, nombres entonces de moda en unos juguetes llamados Pequeños Ponys. El padre de la criatura, consciente de que sería el responsable de pasear a semejante enanez, cortó por lo sano y le puso Monty, pensando en el inglés que, por más señas, no le caía muy simpático. «¡Un nombre ridículo para un perro ridículo!» sentenció. Por aquello de la División Azul, perdón, pues venía de una familia de germanófilos.
Monty tenía la costumbre, tras saltar a una silla, de subirse a la mesa del comedor y desde una punta ver de cerca cómo su familia comía. Además, seguramente por venganza y amor perruno, no dejaba que el padre de familia se acercase a su mujer adoptando una actitud de dóberman que no le pegaba nada.
El jefe de la Policía Armada, hoy Nacional, de Madrid vivía en la calle General Oráa con su esposa, cuatro hijas y un chaval. Antiguo oficial de La Legión, gobernaba su familia con mano de hierro. Junto a su prole vivía una perra dóberman, que entonces era una perro normal y no una especie peligrosa, educada de forma militar. Un día, cuando el comisario salía a trabajar la perra, le gruñó al salir, se escapó escaleras arriba y costó Dios y ayuda volverla a meter en casa, pues estaba nerviosa y muy desobediente. Muy mosqueado el comisario pensaba que su perra se había vuelto loca. Llegaba tarde a la comisaría de la calle Leganitos. Al salir del portal se encontró la calle repleta de policías. Acababan de detener a un comando de ETA que le estaba esperando para darle el pasaporte. El comisario estaba seguro de que su perra le había salvado la vida.
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