Míster «BRICS» Sánchez se va a la guerra contra Trump, qué dolor
En su alocución a los Embajadores de hace un mes, Sánchez no tuvo otra ocurrencia que vitorear que, para salvaguardar la democracia, era innecesario agrandar el desembolso militar
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
Como en la popular canción infantil «Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena», compuesta por los franceses durante la Guerra de Sucesión española para burlarse del duque de Marlborough, al que dieron por muerto, míster «BRICS» Sánchez, según lo caló Trump vinculándolo a China, se lanza al combate contra el reelecto presidente de EE.UU. —con agitación de náufrago— para ver si éste entra al trapo y ello le permite zafarse de su enojosa agenda nacional catapultándolo galácticamente.
No es para menos observando cómo le acechan los agios familiares y de partido, a la par que empuerca el Congreso franqueando sus puertas a un yihadista condenado a 43 años por la masacre de Barcelona y Cambrils de 2017 para darle gusto a unos socios separatistas a los que amnistía y a los que anda en tratos para cederles las fronteras en Cataluña a fin de que el prófugo Puigdemont lo apuntale en la Moncloa. A la expectativa de ganar el jubileo en Waterloo ante aquel al que se comprometió a poner a recaudo de la Justicia, nadie descarte que el matarife «Txapote» sea el próximo invitado estelar de su abyecta ama de llaves, Francina Armengol. A ello apunta el líder bilduetarra, Arnaldo Otegui, con su reciente evocación de las torturas policiales que habría recibido, aunque él no haya pedido perdón por los crímenes de ETA.
Al vicepresidente estadounidense Vance no le falta razón cuando indica que lo que más debiera preocupar a europeos y a españoles es la amenaza interior que representa el retroceso de los valores
Si a ello se le une las tentativas de Sánchez contra la independencia judicial y contra la Prensa crítica creando un «algoritmo» que sea como el espejo mágico de la madrastra de Cenicienta, hay que convenir que al vicepresidente estadounidense Vance no le falta razón cuando indica que lo que más debiera preocupar a europeos y a españoles es la amenaza interior que representa el retroceso de los valores que han hecho grande la democracia y a la nación española. Dicho lo cual, hay que aclarar que subrayar un mal no puede conllevar, en modo alguno, disimular otro aún mayor como el que simboliza la satrapía asesina de Putin, por más que, en su aparición en la Conferencia de Seguridad de Múnich —ciudad que evoca la claudicación de Chamberlain con Hitler—, Vance aseverara con acusada miopía que «el verdadero enemigo no es Rusia».
Sin embargo, a un Sánchez cuyo ombligo es del tamaño del mapamundi le trae al pairo que su belicosidad con EE.UU. y su realineamiento con China —con Zapatero de cobrador sin frac— supedite los intereses nacionales y los ponga en riesgo ante un vecino como Marruecos mejor pertrechado y provisto al que Trump estima como su asociado más fiable a ambas orillas del Estrecho de Gibraltar. Con Sánchez comiendo además de la mano de Mohamed VI, el régimen alauita puede permitirse alguna de las apetecidas plazas de soberanía española sin que la Moncloa tenga teléfono al que recurrir en Washington ni disponga del hipotético concurso de una Alianza Atlántica a la que EE.UU. ha puesto en almoneda por la morosidad de sus inquilinos.
Para más inri, en su alocución a los Embajadores de hace un mes, Sánchez no tuvo otra ocurrencia que vitorear que, para salvaguardar la democracia, era innecesario agrandar el desembolso militar. «En ningún manual está escrito que la paz y la seguridad se conquisten reforzando arsenales», sentenció el jefe de un Ejecutivo cuyo aporte está a la cola de una OTAN a la que su secretario general, Mark Rutte, insta a rascarse el bolsillo, en lugar de quejarse, porque «no hemos pagado lo suficiente en los últimos 40 años en especial desde la caída del Muro de Berlín». Y más cuando el secretario de Defensa, Pete Hegseth, avisa a Europa de que no dé por hecho que la estancia de EE.UU. durará para siempre.
En el brete de asignar el 5 % de su PIB, lo que entraña un aumento drástico desde el 2 % fijado hace una década y no alcanzado por países como España, Ursula von der Leyen, 13ª presidenta de la Comisión Europea, propone congelar las reglas fiscales. Empero, al activar esta cláusula de escape para catástrofes como el COVID, lo que suspende los límites del 3 % de déficit y 60 % de deuda, no garantiza que esta gatera sirva para meter de matute mayor gasto político, en vez de destinarse a la Defensa por un gobierno socialcomunista y por unos sosias hostiles a ello, e intensificar la agenda 2030 que ha destronado a Europa como potencia industrial deviniendo en parque turístico que depende de China para cualquier cachivache. Luego de trasvasarle la fabricación, delegado en ella la inventiva.
A este propósito, escuchaba la otra noche como una empresaria española, abducida por el aparente «poder blando» del régimen comunista de Xi Jinping contra los aranceles de Trump, deslizaba que Europa debía dedicarse a copiar los productos chinos como estos operaron para propulsar su capitalismo de Estado comunista. Desde el fondo de la sala, un escucha chino sonreía con la felicidad del gato, sea blanco o negro, que sabe que «lo importante es que cace ratones», como en el proverbio que el otrora líder supremo chino Deng Xiaoping le deslizó a Felipe González en 1985 en el curso de una visita oficial.
Lo cierto es que, si Henry Kissinger, secretario de Estado con Nixon y con Ford, así como artífice de la distensión con la URSS y de la diplomacia del ping-pong con la China de Mao, se inquiría en 1970: «¿Qué teléfono marco si quiero hablar con Europa?», Trump lo ha despejado comunicándose directamente con Moscú. Ello deja de lado a la UE que, fuera de la mesa de negociación, puede engrosar el menú con Ucrania de entremés al haber hecho Trump rancho aparte con los autoritarismos comunistas ruso y chino y arrumbar la conexión trasatlántica en marcha desde la II Guerra Mundial, pero de la que el propio continente se ha desentendido echando en saco roto las reiteradas advertencias e incluso retando a EE.UU. con auspiciar un Euroejército que reemplazara a la OTAN. Si la UE no se pone de acuerdo en lo poco, ¿cómo va a hacerlo en lo mucho y costoso?
De esta guisa, si Roosevelt, Churchill y Stalin se emplazaron en Yalta en febrero de 1945, en tanto que vencedores de la contienda, para hallar una solución a sus divergencias sobre el futuro polaco y configuraron otro orden mundial con Stalin como verdadero triunfador para calamidad de una Europa central y oriental sometida a su bota, su octogésimo aniversario mueve a la inquietud por una vuelta a aquel mundo de ayer en el que Trump y Putin se reparten sus zonas de influencia sacrificando hoy a Ucrania como ayer a Polonia, quienes comparten haber sido sojuzgadas a la vez por nazis y estalinistas. Si Roosevelt se lavó las manos con que «hemos hecho lo máximo posible por Polonia» para luego entregársela a la URSS, otro tanto con Ucrania con un Trump resuelto a rescatar a Putin de su fracasada invasión.
Si Roosevelt se lavó las manos con que «hemos hecho lo máximo posible por Polonia» para luego entregársela a la URSS, otro tanto con Ucrania con un Trump resuelto a rescatar a Putin de su fracasada invasión
A la ceguera de Yalta, sucede esta otra que puede sumir a Europa en la irrelevancia al devastar la obra maestra de sus padres fundadores (Adenauer, De Gasperi, Schuman o Monet) por reedificar un continente sin la sombra de Yalta y en cuya UE cifraron los países satélites de la URSS sus esperanzas tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y del desplome de la URSS en 1991. Pero, cuando el «orden de Yalta» ya era historia, resucita 60 años después con un Trump con el que EE.UU. transita de facilitar el ingreso a la OTAN a los países librados del yugo soviético a propiciar el sueño húmedo de Putin de disolver la OTAN y disminuir la presencia americana en Europa tras retrotraerse sus fronteras occidentales a 1.600 a raíz de segregarse la URSS.
Con una Rusia rememorando unas aspiraciones imperialistas que van desde Pedro el Grande a Vladimir Putin, a la puerta de la sede de la Presidencia de la UE en Bruselas, acaece casi a diario un hecho portentoso. Estaciona un poderoso coche oficial vacío, se abre la puerta y de él sale Úrsula «Woke» Leyen cogida a veces de la mano de míster BRICS Sánchez, qué dolor, qué pena.