Gabriel Le Senne y el perdón
Personalmente, le considero incapaz de odiar, no sólo por sus creencias religiosas católicas, sino también por sus reflexiones sobre lo divino y lo humano en aquella primera charla y en otras posteriores
Una de las noticias nacionales más destacadas de este lunes fue, sin duda, la de que el presidente del Parlamento balear, Gabriel Le Senne, de Vox, deberá sentarse en el banquillo de la Audiencia Provincial de Palma, como presunto autor de un delito de odio.
Los hechos por los que Le Senne deberá ir ahora a juicio se remontan al pleno celebrado en la Cámara regional el 18 de junio de 2024, cuando se estaba debatiendo la proposición de ley de derogación de la Ley de Memoria Histórica de las Islas Baleares, que había sido aprobada en 2018, con la socialista Francina Armengol como mandataria autonómica.
En aquella sesión, Le Senne rompió una fotografía de la histórica dirigente del PCE en Mallorca Aurora Picornell, que había sido colocada cerca de él por la vicepresidenta segunda de la Mesa, la socialista Mercedes Garrido. Posteriormente, Le Senne expulsó del Hemiciclo a Garrido y a la también diputada socialista Pilar Costa por presunto incumplimiento del Reglamento de la Cámara.
«He pedido perdón por un momento que me enfadé e hice lo que no debía», afirmó Le Senne dos días después ante los periodistas, para añadir: «Lo he pedido en la Mesa, lo he dicho también en privado a todos los portavoces, lo he dicho en la Junta de Portavoces, y, bueno, aprovecho para reiterarlo. Se lo hago extensivo, por supuesto en primer lugar a la señora Garrido, a la señora Costa, a todos los diputados y a todos los ciudadanos».
Asimismo, reconoció entonces que había sido una equivocación «grave» lo que hizo. «Yo no odio a ninguna víctima, ni mucho menos. Nunca fue mi intención faltar el respeto a ninguna víctima. Yo respeto a todas las víctimas», afirmó también Le Senne, subrayando que «nadie quiere atentar a la memoria de ninguna víctima».
Todas las víctimas, sin ninguna excepción, deberían de tener siempre, efectivamente, la misma consideración y el mismo respeto, aun siendo conscientes de que algunas se acaban convirtiendo con el tiempo en símbolos contra la intolerancia o en paradigmas de la democracia y la libertad, como ocurre en el caso de Aurora Picornell —asesinada a los 24 años, junto a otras personas, el 5 de enero de 1937 por fuerzas falangistas— o del alcalde republicano de Palma Emili Darder, también asesinado en aquellas fechas. Como es sabido, los restos de Picornell no serían hallados hasta noviembre de 2021, en el cementerio de Son Coletes, en el municipio mallorquín de Manacor.
El hecho de que Le Senne hubiera pedido perdón de una forma que a mí me pareció absolutamente sincera, me hizo pensar en un artículo de opinión que yo había publicado en 2008 en el diario Última Hora bajo el título de 'El perdón'. No recuerdo ahora muy bien cuál fue el motivo exacto por el que lo escribí entonces, pero creo que podría valer también para este caso —y quizás para algunos más— y por ello lo reproduzco íntegramente hoy aquí:
«Cuando pedimos perdón, estamos reconociendo, implícita o explícitamente, que hicimos algo mal, algo de lo que nos arrepentimos, algo que hubiéramos querido no haber hecho nunca, porque somos conscientes de que ese algo —esa actuación reprobable— ha causado, en mayor o menor grado, sufrimiento, pena, daño o dolor.
Las actuaciones por las que los seres humanos podemos pedir perdón pueden ser muy diversas y tener también un distinto nivel de gravedad, que puede abarcar desde una palabra desafortunada dicha a otra persona en un momento dado hasta un posible delito punible, pero en todos los casos el objetivo de quien pide perdón sería siempre el mismo, el de intentar paliar o reparar, hasta donde sea ahora posible, el mal hecho en su momento.
El perdón rara vez tiene lugar en el ámbito de la Justicia, en donde sí hay atenuantes o medidas de gracia, ya que la decisión de perdonar corresponde siempre exclusivamente a las personas afectadas, a las personas que han padecido o sufrido directa o indirectamente la actuación de quien ahora pide perdón. El acto de perdonar es siempre, por tanto, un acto voluntario y personal, un acto que no depende de las leyes establecidas ni de las normas en vigor, pues no se puede obligar a nadie a que olvide ni a que perdone.
El acto de pedir perdón, cuando es sentido y sincero, es igualmente voluntario y personal. De esta manera puede establecerse en ocasiones un nuevo vínculo entre quien provocó el daño y quien lo sufrió. Ese vínculo sería el del arrepentimiento de quien pide perdón y el de la generosidad de quien perdona. Cuando ello sucede, casi siempre se consigue evitar, además, que el daño o el dolor originarios se puedan reproducir en un futuro o que puedan extenderse más allá de las propias personas afectadas. En ese sentido, todos deberíamos de ser siempre igualmente capaces de perdonar y de saber pedir perdón».
Han pasado ya diecisiete años desde la publicación de aquel artículo, pero sigo suscribiendo aún hoy lo que pensaba y sentía entonces. Por otra parte, a lo largo de los dos últimos años he tenido la oportunidad de poder charlar en diversas ocasiones con Le Senne, que siempre me ha parecido una persona sensata y respetuosa con las ideas de quien pueda pensar diferente, como por ejemplo el autor de esta columna. De hecho, y por fortuna, tiene muy buenos amigos en todo el espectro político.
Recuerdo que la primera vez que quedé con él para ir a tomar un café fue en las inmediaciones de la iglesia de San Nicolás, en Palma, a donde había acudido a misa. Personalmente, considero a Le Senne incapaz de odiar, no sólo por sus creencias religiosas católicas, sino también por sus reflexiones sobre lo divino y lo humano en aquella primera charla y en otras posteriores. Aun así, ahora será un juez quien decida sobre lo sucedido en el Parlamento balear hace ya casi un año.
Hasta que llegue el momento de la vista oral, no resulta demasiado arriesgado aventurar que durante semanas las redes, las tertulias, las columnas o los chats se irán llenando de insultos, amenazas y mensajes denigrantes o tendenciosos de todo tipo y en todas las direcciones ideológicas, con la «ayuda» de no pocos dirigentes políticos de Baleares y del resto de España.
En todos esos ámbitos y también en algunos otros, ni siquiera la inmarcesible memoria de las víctimas o el noble gesto de pedir perdón parecen respetarse o valorarse hoy lo más mínimo. En un clima tan enrarecido como el actual por culpa de todos —o de casi todos—, a menudo pienso en cuánta razón tenía el gran periodista José Luis Martín Prieto cuando decía que España es un país que, cíclicamente y sin saber muy bien por qué, tiende siempre de manera fatal al suicidio.