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TribunaJosep Maria Aguiló

El Día Internacional del Stiletto

Hace poco una de esas revistas definía los tacones de aguja como «incómodos y malos para la salud», mientras que un reciente artículo del 'The New York Times' consideraba que ese tipo de calzado es «poco práctico y perjudicial para los pies y el cuerpo en general»

Seguramente, estas fechas ya casi veraniegas no sean quizás las más adecuadas para escribir un texto de carácter reivindicativo, pero también es verdad que una causa justa no deja de ser nunca una causa justa, con independencia del momento del año en que la pidamos o en que nos encontremos.

Por ese motivo y tras meditarlo mucho, me decido hoy por fin a pedir públicamente a la ONU o a la Unesco la futura implantación de una jornada específica que, inexplicablemente, aún no existe como tal en ningún lugar del planeta: el Día Internacional del Stiletto. Con una petición así sólo pretendo salvaguardar para siempre la existencia de los taconazos, que últimamente no veo del todo garantizada. Me explicaré.

Para quienes sentimos una especial devoción por el calzado femenino de diez, doce o más centímetros de altura, el inicio de cada temporada de primavera-verano o de otoño-invierno supone hoy un motivo de preocupación y de ansiedad añadida, pues siempre nos acabamos preguntando, con algo de miedo y de aprensión incontrolables, si volverá a estar de moda el tacón plano o, peor aún, la plataforma gruesa. Nuestra angustia sólo empieza a desaparecer —y no del todo— cuando vemos en algún escaparate de alguna zapatería los últimos modelos de Manolo Blahnik, de Christian Louboutin, de Jimmy Choo o de otras marcas posiblemente algo más económicas.

Antes de seguir con mi exposición y para que no haya dudas de ningún tipo, debo confesarles que yo sólo ando con pantuflas, con mocasines o con deportivas. Pero aun así, no hay día en que no tropiece ni semestre en que no me caiga, a diferencia de esas heroicas mujeres que diariamente hacen frente a socavones, obras y adoquines de ejes cívicos subidas a altísimos tacones, desafiando también al mismo tiempo los consejos de podólogos y traumatólogos. Ahora que casi nunca hay ya una sola buena noticia, sólo me queda un único consuelo, que los taconazos aún resisten, con dificultad, pero resisten. De ahí que quiera protegerlos hasta el fin de los tiempos.

A priori, tal vez no resulte fácil conseguir millones de firmas o encontrar suficientes almas gemelas fetichistas que puedan llegar a apoyar mi moción, pero quizás no sea del todo imposible poder lograrlo. «Me gusta jugar con los zapatos, balancearlos, hacer un striptease de pies. Es un fetiche estupendo», afirmó hace ya algún tiempo la actriz Dita von Teese, quien muy posiblemente avalaría con gusto mi propuesta.

Es posible que algunos de ustedes aleguen, con razón, que la hipotética creación del Día Mundial del Stiletto debe ser debidamente justificada ante los mencionados organismos internacionales. En ese sentido, mi primer argumento a favor de la necesidad de dedicar anualmente un día concreto al tacón de aguja sería que existen ya varios días internacionales dedicados a la ropa o a los complementos indumentarios, como el Día del Jersey Navideño Feo, el Día Internacional de la Camisa Arrugada o el Día de los Calcetines Perdidos.

Un segundo razonamiento de peso sería que ahora mismo existen jornadas concretas sobre casi cualquier cosa. Los amantes de la comida sabemos, por ejemplo, que desde hace años se conmemoran el Día Mundial de Saltarse la Dieta, el Día Mundial de la Tortilla de Patatas, el Día Mundial del Pastel de Chocolate, el Día de la Comida Congelada, el Día Internacional de la Croqueta, el Día de la Paella, el Día de la Alita de Pollo o el Día Mundial de las Natillas.

A un nivel más general, mis conocimientos sobre los días internacionales no son ya tan exhaustivos, pero de los que conozco hay varios que también me agradan muy especialmente, como el Día Mundial de la Gente Peculiar, el Día del Gorrión, el Día del Vencejo, el Día de la Pereza, el Día de Saltar en los Charcos, el Día del Hijo de en Medio —yo lo soy— o el Día de los Zurdos —yo también lo soy—.

Dicho esto, he de reconocer también que existen otros días cuyo sentido no acabo de entender del todo, aunque por supuesto los respete, como el Día Mundial de Responder a las Preguntas de tu Gato, el Día de Llevar el Perro al Trabajo, el Día del Mosquito, el Día de Ir sin Pantalones en el Metro, el Día Internacional de la Diversión en el Trabajo —por ser un oxímoron— o el Día del Beso al Pelirrojo —por ser discriminatorio—.

Mi último argumento reivindicativo está relacionado con el hecho de que, como ya les comenté, muy posiblemente los taconazos no estén viviendo hoy su mejor momento, ni siquiera en las pasarelas o en las revistas de moda. Precisamente, hace poco una de esas revistas definía los tacones de aguja como «incómodos y malos para la salud», mientras que un reciente artículo del The New York Times consideraba que ese tipo de calzado es «poco práctico y perjudicial para los pies y el cuerpo en general».

No digo yo que ambos textos no tuvieran razón, pero seguro que entenderán que por cosas como estas mi estado de ánimo y el de otros muchos amantes de los stilettos y de los pies femeninos no sean los mejores en estos momentos. Es cierto que, aun así, siempre cabe la posibilidad de ir a dar largos y parsimoniosos paseos por aquí y por allá, con la remota esperanza de intentar encontrar una aguja —nunca mejor dicho— en un pajar, sobre todo en estos días ya casi vacacionales.

Por otra parte, también es verdad que desde hace ya varios años existen los promotores del denominado Día Mundial de Christian Grey, una jornada que, sin duda, alguna relación tendría con los tacones de aguja y con otros complementos que en principio no hace falta detallar ahora aquí. Sería un día específico que, para qué negarlo, podría servir en cierta forma de consuelo, pero, sea como sea, yo seguiré abogando sin desfallecer por la instauración internacional del Día Mundial del Stiletto.

Josep María Aguiló es periodista

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