Fundado en 1910
Francisco Rosell
De lunes a lunesFrancisco Rosell

La rebelión de la España del «por mí que no quede»

En un tiempo en el que la mentira es portillo de la impunidad, el auténtico desafío estriba hoy como siempre en que los defensores de la causa de la libertad no rehúyan plantar cara

En enero de 2024, en la misma plaza donde este domingo se han reunido miles de manifestantes, el PP convocó otra concentración que el partido cifró en 70.000 asistentes y la Delegación del Gobierno redujo a 45.000 participantes.

Imagen de la Plaza de España de Madrid, este domingo en la manifestación contra el deterioro democrático del sanchismoEFE

Al margen de la habitual porfía de cifras, si bien resulta cómica la reacción de un PSOE que hace unas fechas no reunía ni a veinte contando al del tambor en los aledaños de esa misma Plaza de España y con un presidente que tiene erisipela a la calle, cabe calificar de lucida la masiva concentración de este domingo en Madrid que, desafiando el calor canicular, auspiciaba el Partido Popular contra la deriva sanchista bajo el marchamo «Mafia o Libertad». Con resonancias de aquel «Socialismo o Libertad» con el que Ayuso acudió a las elecciones anticipadas madrileñas de 2021, y que ha exportado triunfalmente a Ecuador, esta sexta protesta que convoca Feijóo desde que arribó a Génova entronca como anillo al dedo con la rebeldía cívica del «Por mí que no quede» que fue santo y seña del filósofo Julián Marías. Aquel apóstol cívico de la reconciliación tras una Guerra Civil que ahora resucita Sánchez para atrincherarse en la Moncloa y que aquel pretérito imperfecto sea el porvenir de los españoles.

Ni que decir tiene que Marías —al que algunos sólo reconocerán, si acaso, como padre del novelista Javier Marías— no era ningún radical, sino un sabio de temple moderado que no incurrió ni en la complicidad ni en la equidistancia —no confundir con ecuanimidad— para que el «aquí no puede suceder» pueda acaecer sorbito a sorbito como un veneno dulce. «Las decadencias —subrayaba Marías— consisten siempre en una cesión, una dimisión, un abandono».

Así, al igual que su mentor Ortega se levantó febril del lecho del dolor para replicar a Azaña en el histórico duelo en las Cortes Republicanas sobre el Estatuto de Cataluña, donde concluyó que sólo cabía la conllevancia ante un problema irresoluble, Marías sacó fuerzas de flaqueza, pese a su reciente viudez, para firmar en diciembre de 1977 un artículo análogo en su trascendencia al «No es esto, no es esto» de su maestro contra los derroteros de aquella II República de la que fue partero. Arremetió en el entonces liberal El País contra la felonía de que el boceto de Constitución soslayara el concepto de nación española y arrojara «por la borda, sin pestañear, la denominación cinco veces centenaria de nuestro país». «Me pregunto —clamaba el senador real— hasta dónde puede llegar la soberbia —o la inconsciencia— de un pequeño grupo de hombres que se atreven, por sí y ante sí, a romper la tradición política y el uso lingüístico de su pueblo, mantenido durante generaciones a través de diversos regímenes y formas de gobierno».

Ante tal barrabasada de imberbes, Marías ni se resignó ni se plegó. Como tampoco cabría transigir con la infamia del borrador de sentencia de «Casa Pumpido» que lamina el espíritu y la letra de la Ley de Leyes para amnistiar a los golpistas a los que Sánchez debe la Moncloa. Tras una ardua lid, su cruzada prosperó y se incluyó, en su artículo 2, la «Nación española como patria común e indivisible de todos los españoles». Marías se batió contra engendros como el de Anselmo Carretero, luego retomado por Zapatero y por Sánchez, para fragmentar la más antigua nación de Europa en una confederada «nación de naciones» que a él le sonaban tan incomprensibles como hablar del «Cantar de los cantares». A Marías, los encantadores podrían quitarle la ventura, pero no el esfuerzo y el ánimo.

En un tiempo en el que la mentira es portillo de la impunidad, el auténtico desafío estriba hoy como siempre en que los defensores de la causa de la libertad no rehúyan plantar cara arrellanados en la confortabilidad de su vida muelle y escudados en una tibieza que todo lo enferma y pudre. Esto es justo lo que el Señor reprocha a los laodicenses en la más dura de sus siete cartas a las iglesias de Asia Menor: una actitud tibia con Dios que ni limpia y purifica como el agua caliente ni refresca y tonifica como la fría. Al aprovisionarse de un caudal que no era caliente como las cercanas aguas termales donde la gente se bañaba ni fresco para beber, la Iglesia de Laodicea entendió la analogía divina sobre su patógena —incluso nauseabunda— conducta. Luego de apremiarles a que cubran su «desnuda vergüenza» con las vestiduras blancas de la justicia, el Señor insta a redimirse a aquellos que se solazan con una ilusa sensación de seguridad.

A ese coraje apelaba Marías a fin de que cada quisque, en su ámbito de influencia, se comprometa a no regalar una victoria a quienes, como Sánchez, con premeditación y alevosía, donan las llaves de la Nación, junto con su libertad y bienestar, a sus enemigos para que la carcoman como las termitas. Mucho más cuando el tentetieso se anega en la cloaca máxima monclovita («Moncloaca») que se expande a medida que prolonga su estancia y donde, como en las alcantarillas del París de Los miserables, de Víctor Hugo, los poceros/fontaneros sanchistas se multiplican como los champiñones.

Es más, comunican con la cloaca del «comando Rubalcaba» del faisán etarra y que amenazaba a diputados del PP al estar al corriente, como ministro del Interior de Zapatero, «de todo de todos», amén de tener vigía propio en la montería furtiva de Jaén donde concurrió un mando policial de su confianza con el ministro de Justicia Bermejo, el juez Garzón y la fiscal Delgado, para celebrar una cacería contra el PP que tendría su colofón con la falsa sentencia contra el presidente Rajoy que lo defenestraría. En los entreactos, el policía Villarejo presumía en 2009 ante Garzón y Delgado en el restaurante madrileño Rianxo de poseer una red de información vaginal con la que extorsionar a jueces, políticos y empresarios, lo que le jaleaba la luego ministra de Justicia con aquello de «éxito garantizado», mientras adjetivaba de «maricón» al juez Marlaska y deslizaba el supuesto menoreo sexual de unos colegas suyos en un viaje oficial a Colombia. Uno de los lupanares de chantaje eran las saunas del suegro de Sánchez, cuyas cuentas llevaba la tetraimputada Begoña Gómez, entre antiguos camaradas de la violenta ultraderecha de Fuerza Nueva. Villarejo lo tenía claro: «Todos los cometidos son importantes porque al final son piezas de un mismo engranaje. Para que los engranajes funcionen a veces a algunos nos toca estar en un sitio y a otros en otro». Para ello, «el clan, la lealtad… tú sabes con quién puedes contar y con quién no y ésa es la esencia de la vida».

Al tratar de arramblar contra la independencia judicial para que no se depuren las imputaciones a la familia y a los pretores de Sánchez camino del banquillo, la democracia asiste a un momento crítico tras sembrar su vientre con las semillas de una dictadura ante la que no cabe pasividad para que no fragüe. «¿Qué más tiene que pasar?», inquieren muchos y la respuesta es obvia: lo que cada uno permita. De no frenarse, se sufrirá el trágico desenlace de la estúpida la rana que, gozando del agua templada de la cacerola, no se percata de la subida leve, pero constante, del termostato hasta morir asfixiada sin soliviantarse. No es tiempo, pues, de mirones de obra que ponen pegas apoyados en una valla, pero sin arremangarse para que no pase lo que ya ocurre ante sus ojos y que observan con la apatía de la vaca el paso del tren.