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Sara AagesenEl Debate (asistido por IA)

El perfil

Sara Aagesen, el último juguete roto de Sánchez

Se esperaba de ella que modulara el discurso sectario de su predecesora, para orientar las políticas en la recuperación de la competitividad y no en el sectarismo ideológico. Nada de eso ha hecho

Hay una tercera, ignota en su cargo, vicepresidenta en el Gobierno de Pedro Sánchez, Sara Aagesen Muñoz (Madrid, 49 años), que sustituyó a Teresa Ribera y que, en teoría, venía a poner algo de rigor técnico en el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Sin embargo, ocho meses después, ni siquiera ha sido capaz de aprobar en el Congreso el decreto «antiapagones» que, en teoría, iba a servir para evitar que se repitiera el gravísimo episodio por el que nos fuimos a negro el pasado 28 de abril. De ese fracaso echó la culpa al PP, al que llamó «irresponsable» y causante de perjudicar a las eléctricas, pero socios de su Gobierno como Junts o BNG y otros que lo fueron, como Podemos, tampoco dieron el «sí» a su reforma estrella, asestándole con su desacuerdo una nueva derrota parlamentaria a Pedro Sánchez.

Desde 2020 y durante cinco años fue secretaria de Estado de Energía. Con la marcha de Ribera a la Comisión Europea fue ascendida a la vicepresidencia tercera. Llegó en un momento delicado, pues el papel en la dana valenciana de su Ministerio y de la Confederación del Júcar estaba y está cada vez más en entredicho: la Guardia Civil acaba de remitir a la jueza un escrito en el que sostiene que en el «peor momento» de esa catástrofe, la Confederación no controló el caudal del Poyo. Y ya con Aagesen como ministra, España vivió el primer apagón masivo de su historia. Un estreno que parece diseñado por su peor enemigo. Su papel además fue discutible porque aquella fatídica mañana de finales de abril la ministra estaba en la sede de Red Eléctrica, lo que alimentó las sospechas de la intervención del Gobierno a favor de las renovables, hecho que pudo haber llevado al colapso al sistema. Fue la propia responsable política la que reconoció públicamente que ese día estaba en el centro de control a las 11:30 horas; el diario británico The Telegraph había manejado la hipótesis de que en el momento del apagón se estaba produciendo un experimento con las energías renovables en España.

Siendo secretaria de Estado ya apostó por este tipo de fuentes energéticas e invitó a superar su uso en un 50 %. No parece descabellada la sospecha, sobre todo porque Aagesen no ha dado todavía una justificación convincente sobre ese tercermundista episodio, no ha tomado decisiones sobre el papel de la responsable de Red Eléctrica, Beatriz Corredor, y ha celebrado 12 reuniones inútiles de sus comités técnicos, que no han dado explicación alguna. Tanto es así que el Gobierno, rey del eufemismo, al apagón lo sigue llamando crisis energética y juega a denunciar que fue un ciberataque, extremo que se ha descartado completamente.

La ministra llegó al poder con una vitola de técnica, alejada de la estrategia política. No tiene carné de ningún partido y cuenta con un talante que en principio no se compadece con la polarización que vive nuestra vida pública. Pero lo cierto es que, como secretaria de Estado de Ribera, fue artífice de las políticas energéticas de la agenda 2030 y comulga con el dogma woke y la imposición de las alternativas verdes. Es licenciada en Ingeniería Química por la Universidad Complutense y en el inicio de su carrera se especializó en Medio Ambiente.

Se esperaba de ella que modulara el discurso sectario de su predecesora, para orientar las políticas en la recuperación de la competitividad y no en el sectarismo ideológico. Nada de eso ha hecho. El primer organismo que celebró su nombramiento fue Greenpeace, que saludó «su talante ecologista y su especialización en cambio climático». De ella dicen que, aunque piensa como Ribera, no es su clon. Sin embargo, una de las primeras cosas que hizo, tras sentarse en el Consejo de Ministros, fue gastar 600.000 euros en una campaña sobre el «desafío climático» que, dijo, «será recordada dentro de veinte años». Eso sí, a las competencias sobre Reto Demográfico, uno de los desafíos capitales que tiene nuestro país por la escasa natalidad que sufrimos, no dedica ni un minuto de su remunerado tiempo.

Su perfil más riguroso se dio de bruces con el Real Decreto que elaboró, como secretaria de Estado, sobre la crisis de precios, que tuvo que recibir una enmienda importante por sus errores técnicos. Nadie esperaba a una ministra en pro de las nucleares, aunque sí con capacidad de diálogo para encarar una negociación con el sector. Tampoco ha cumplido. Ser hija de un danés y de una española le ha permitido conocer dos culturas diferentes. A sus padres les dedicó su discurso de aceptación del cargo. Estudió en el colegio Los Sauces, de La Moraleja, donde siempre destacó por un buen expediente académico. Está casada con el hijo de un profesor emérito de la Universidad de Valladolid, una referencia en investigación medioambiental. Con su marido y sus dos niños vive en una espectacular casa en La Moraleja. Cuando dejó la secretaría de Estado para ascender al Ministerio pasó de cobrar 130.062,56 euros a percibir 84.600. Visto lo visto –hoy es ya es un juguete roto más de los que acumula Pedro Sánchez– no sé si le habrá compensado.