Carles Puigdemont, el domingo pasado, en un acto de Junts en el sur de Francia

Carles Puigdemont, el domingo pasado, en un acto de Junts en el sur de FranciaJunts

Cataluña

El auge de Alianza Catalana y la sangría de votos hacen peligrar el liderazgo de Puigdemont en Junts

La estrategia del líder prófugo está cada vez más cuestionada a la vista de las últimas encuestas

Carles Puigdemont es Junts per Catalunya, y Junts per Catalunya es Carles Puigdemont. Tanto monta, monta tanto: esta es la realidad de un partido que despegó a partir de la antigua Convergencia de Jordi Pujol, pero cuya actual configuración orbita exclusivamente en torno al fuerte polo gravitatorio del expresidente prófugo.

Lo decía Laura Borràs al asumir de forma temporal la presidencia de la formación en 2022 –«somos el partido del presidente Puigdemont»– y lo repitió cuando el gerundense quiso recuperar el cargo dos años después: «Es la figura que define y cohesiona a Junts», describía. El propio Puigdemont se ha encargado de que sea así, configurando una cúpula cerrada, formada sólo por leales –destacan Jordi Turull o Miriam Nogueras– donde no cabe la discrepancia.

Nada importante se decide en Junts sin pasar antes por Waterloo –o Suiza, en el caso de las reuniones secretas con el PSOE, primero con Santos Cerdán y actualmente con José Luis Rodríguez Zapatero–, pero este modus operandi empieza a costarle caro al partido a nivel electoral. Puigdemont es su principal baza pero, al mismo tiempo, también uno de sus mayores lastres.

Así lo demuestra, por ejemplo, el último barómetro del Centro de Estudios de Opinión (CEO), el equivalente al CIS de la Generalitat de Cataluña. En él se constata que Puigdemont es el líder político más conocido por la población –el 97 % de catalanes sabe quién es, ocho puntos por encima de Salvador Illa– pero es, al mismo tiempo, el quinto en índice de aprobación –sólo un 40 %– y el segundo en índice de rechazo absoluto.

La amenaza de Orriols

Cabe destacar que estos índices varían por partido, y los votantes de Junts sí reconocen la labor de su presidente: un 90 % le dan el aprobado. El problema es que estos votantes cada vez son menos, especialmente por la entrada en escena de la alcaldesa de Ripoll (Gerona), Sílvia Orriols –separatista de línea dura pero con posiciones cercanas a Vox en temas como inmigración o seguridad–, y de su formación, Alianza Catalana (AC).

La líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, en el Parlament

La líder de Alianza Catalana, Sílvia Orriols, en el ParlamentDavid Zorrakino / Europa Press

El citado barómetro del CIS prevé un crecimiento espectacular para AC en unas hipotéticas elecciones autonómicas. Si el partido actualmente tiene dos diputados en el Parlament, saltaría a diez u once. Un salto cualitativo a costa, sobre todo, de Junts, que perdería entre cinco y siete escaños, y quedaría con 28-30. No es un trasvase definitivo, según el director del CEO, Juan Rodríguez-Teruel: «Lo que vemos es que AC crece donde Junts aún es fuerte, lo que significa que podrían revertirlo», explica.

El aliento de Orriols en la nuca ha llevado a Junts a endurecer su mensaje en ciertas áreas –inmigración, seguridad y okupación, sobre todo– y a entrar en una suerte de pánico preelectoral, ya que, aunque lo previsible es que Illa consiga agotar su legislatura, las elecciones municipales previstas para 2027 están a la vuelta de la esquina.

Frente a este reto, no son pocos los juntaires que se preguntan si fiar toda su estrategia de apoyos a que Puigdemont pueda volver a España es la adecuada. El sector de Junts más recalcitrante también se pregunta si vale la pena perder ‘credibilidad independentista’ en pactos con Pedro Sánchez a cambio de lo que, hasta el momento, son promesas incumplidas, como el catalán en la UE, el traspaso de las competencias en inmigración, el concierto económico o la amnistía para su líder.

Junts y Alianza

Máxime cuando, en el fondo, las diferencias entre dos formaciones nacionalistas y de derechas como Junts y AC no son tan profundas, y más de la mitad de los votantes de Junts –se desprende también del barómetro del CEO– aprueban a Orriols. De hecho, en el Parlament de Cataluña los postconvergentes son la formación que más coincide en las votaciones con AC: votan lo mismo seis de cada diez veces, según se hizo público esta semana.

En su última aparición pública hasta la fecha, el pasado domingo, Puigdemont intentó marcar distancia con AC, a quienes acusó veladamente de ser «arquitectos del caos». La propia alcaldesa de Ripoll se encargó de darle la réplica: «Sois la copia barata y la que triunfará es la original», espetó a los de Junts en X, acusándoles de «oportunismo» y de haber perdido el tren.

En esta encrucijada, la figura de Puigdemont empieza a resquebrajarse, y algunas voces dentro del partido han ido filtrando su descontento desde hace unos meses, soñando con volver a los tiempos de gloria de la antigua Convergencia. El problema es que en Junts no hay una figura alternativa que pueda hacer sombra al prófugo.

«No hay revuelta interna» para deponer a Puigdemont, señalan fuentes conocedoras. La sangre, de momento, no ha llegado al río, pero si la herida abierta por Orriols sigue manando, la cosa puede cambiar en poco tiempo.

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