La ministra de Igualdad, Irene Montero, en un mitin de Podemos en Valencia.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, en un mitin de Podemos en ValenciaJORGE GIL/EP

Elecciones 28-M  El miedo a no entrar en las Cortes Valencianas lleva a Podemos a definir a PSOE y Compromís como «de centro»

Irene Montero y Ione Belarra consideran a su formación la única izquierda y se arrogan los méritos de haber aprobado leyes como la de Vivienda o la Trans

La calma en el seno de la izquierda en la Comunidad Valenciana se ha confirmado que era lo que se sospechaba: tan endeble como forzada y artificial. Dos han sido los hechos que están rompiendo los cimientos en los partidos cuya ideología está más allá de la del PSOE.
El primero fue la negativa firme de Compromís a compartir papeleta electoral el próximo 28 de mayo con Unidas Podemos (UP). Es cierto que el escenario que pronostican las encuestas no es el más alentador para los nacionalistas, pero es sin duda mejor que el que les puede esperar a los comunistas.
Mientras la candidatura de Joan Baldoví aspira a conseguir unos resultados similares a los de 2019 –en cualquier caso más de diez escaños–, los morados ni siquiera tienen asegurada su presencia en el parlamento autonómico. Si no alcanzasen el 5 % de los votos en el conjunto de la región, saldrían del hemiciclo y se quedarían con cero asientos.
Por ello, la intención de Unidas Podemos era la de coaligarse con Compromís para, entre ambas formaciones, conseguir más diputados. Aunque esta opción estuvo sobre la mesa, las posibilidades reales de que fructificase siempre fueron más bien escasas. Ceder espacio electoral a UP habría equivalido a hacerlo también en un hipotético nuevo tripartito después del 28-M.

Compromís tanteó a Yolanda Díaz

Ahora, con cada partido haciendo la guerra por su cuenta, la influencia que pudieran tener los morados en ese Ejecutivo sería la mínima para configurarlo, mientras que la mayor parte del pastel se la repartirían entre socialistas y nacionalistas.
Este aspecto no sentó nada bien a los dirigentes nacionales de Unidas Podemos, que consideran a Compromís un socio estratégico. Pero el cabreo fue a más con los continuos acercamientos de los de Joan Baldoví hacia Yolanda Díaz y su proyecto político personal, Sumar. Mientras los comunistas bajaban en las encuestas por, entre otros motivos, los efectos de la ley del 'solo sí es sí', más explícitas eran las peticiones para que la ministra de Trabajo hiciese campaña por la organización nacionalista.
El clima entre los partidos a la izquierda del PSPV-PSOE llegó a un punto de tensión extrema y tuvo que ser Díaz quien saliera a apagar el fuego. Lo hizo con un ejercicio de contorsionismo y bilocación política, asegurando que acompañaría a Compromís en el Ayuntamiento de Valencia y a Unidas Podemos de cara a la Generalitat.
Este hecho sin precedentes no ha servido, ya que ha sido la propia ministra de Igualdad, Irene Montero, quien se ha encargado de hacerlo saltar por los aires. Para ello no ha dudado en cargar contra sus aliados, consciente de que tiene que arriesgar todo lo que esté en su mano no ya para no desaparecer de las Cortes Valencianas, sino para no conformarse con el pírrico premio de ser la última formación de izquierdas en la Comunidad.
La titular de Igualdad ha visitado Valencia dos veces en apenas tres días. En su primer mitin ensalzó las medidas que su Ministerio ha sacado adelante y criticó duramente a una «derecha asalvajada que no cree en la democracia». No obstante, ha sido en su segunda participación en la capital levantina cuando Montero ha realizado una llamativa afirmación:
«En vuestro territorio –la Comunidad Valenciana– se van a presentar partidos muy de derechas y algunos de centro, pero solo una fuerza política con capacidad para transformar las cosas, dispuesta a asumir el coste político de plantear los avances en derechos que nos habían dicho que eran imposibles».
Dicho con otras palabras, la dirigente de Unidas Podemos cree –sin nombrarles directamente– que tanto el Partido Socialista como Compromís son «de centro». En esta línea de 'centralizarles', continuó asegurando que si por ambas formaciones fuese «no habría habido Gobierno de coalición en este país».
Especialmente dura se ha mostrado con el líder nacionalista. A Baldoví le reprochó de manera clara haber vetado un pacto PSOE-Podemos tras las elecciones de abril del 2019 y haber apostado por un Ejecutivo en solitario de Pedro Sánchez e incluso uno junto a Ciudadanos.
La vicepresidenta segunda del Gobierno, con el alcalde de Valencia, Joan Ribó, en la capital levantina.

La vicepresidenta segunda del Gobierno, con el alcalde de Valencia, Joan Ribó, en la capital levantina.BIEL ALIÑO/EFE

En lo referente al PSOE, la acusación de Montero y la equiparación al «centro» ideológico ha venido a cuenta de la ley trans, ampliamente cuestionada por históricas dirigentes de la organización como la exvicepresidenta Carmen Calvo, con quien tuvo varias sonoras discrepancias en el Consejo de Ministros a propósito del polémico texto.
En esta ocasión, las palabras de Montero han sido: «Ni siquiera los partidos de centro salieron a poner el cuerpo para defender a las mujeres y a las personas trans». Parece evidente, pues, que la estrategia de UP es la de apropiarse de todas las leyes de carácter social de la actual legislatura y proponerse como la única formación de izquierdas verdadera.
Complementando a su compañera, la ministra de Asuntos Sociales, Ione Belarra, lo escenificó también en Valencia al señalar que el mérito de que se haya aprobado la Ley de Vivienda era únicamente morado, llegando a señalar al exministro José Luis Ábalos: «Aún recuerdo cuando dijo que era un bien de mercado. El Partido Socialista me agota», apostilló.
Por tanto, la calculada maniobra de Yolanda Díaz puede desembocar para la izquierda en que quizás haya sido peor el remedio que la enfermedad. Hasta su irrupción en la arena nacional, Compromís y Unidas Podemos convivían de manera tranquila y no tenían roces.
En cambio, ahora los esporádicos dardos se han convertido en ataques nada disimulados entre unos y otros, algo que tradicionalmente el electorado de izquierdas ha castigado yéndose a la abstención. Y eso tanto Díaz como Montero pudieron comprobarlo en los comicios andaluces de junio del año pasado.
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