Cinco poemas de Cunqueiro, el fantástico escritor gallego que escribió para durar mil primaveras
Fue poeta en los años 30, falangista durante siete años y novelista a partir de los 40. Escribió para ABC y después volvió a Galicia donde escribió para todos los periódicos. También fue director de El Faro de Vigo y escritor y poeta inagotable incluso después de su muerte en 1981
cinco poemas de álvaro cunqueiro:
- Puertos
Sol:
Cinco ventanas colgadas
de la misma alba rosa:
vivas,
intactas,
desnudas,
con anhelos de manos,
como espejos de mástiles.
Sombra:
Cinco ventanas colgadas
de la misma alba turbia:
calladas,
llanas,
duras,
sin afanes de presencia,
sin afanes de huida.
Siempre:
Cinco ventanas: sólo. - Le dije a la Tórtola
Le dije a la tórtola: ¡Pase mi señora!
Y se fue por el medio y medio del otoño
por entre los abedules, sobre el río.
Mi ángel de la guardia, con las alas bajo el brazo derecho,
en la mano izquierda la calabaza de agua,
mirando a la tórtola irse, comentó:
-Cualquier día sin darte cuenta de lo que haces
dices: ¡Pase mi señora!
y es a tu alma a quien despides como un ave
en una mañana de primavera
o en un atardecer de otoño. - En medio de su pecho los veleros…
En medio de su pecho los veleros habían armado una red tímida
que tenía una voz llena de lámparas y eclipses
y un párpado tejido por los vientos.
Ella seguía siendo universal y nítida.
Una garganta llena de distancias
era la flauta que encantaba los ecos olvidados en el fondo de las
corrientes marinas,
penetradas de cauces desde las islas negras de sus ojos.
Ella estaba lejos de todo. Todo estaba al lado suyo. - Yo quisiera tener las voces
Yo quisiera tener todas las voces,
las que sirven para decir amor.
La voz de la madre que desde la ventana
¡adiós! dice al hijo que se va al mar.
—Y la voz de la madre, que desde la puerta,
¡bienvenido seas! dice al hijo que viene del mar.—
Y también al hombre, o al amante.
Para decir amor tiene que haber voces como de bosque
o de río en cascada, y aun otras
suaves como una piel suave.
La voz de Francisco para decir amor a toda cosa
y voces de amor carnal, casi suspiros.
Y al final, cuando tuviera todas las voces,
—¡adiós, enamorada mía, que vas a mondar
arroz a las lagunas; adiós, dama de Duino
que lloras lágrimas de oro y encaje de Venecia!—
al final, digo, ser dueño de esa voz secreta
que solamente un oído escuche,
que viene como viene la noche,
sin saber de donde,
poniéndose su blusa de estrellas. - Aún no sé para qué…
Debe haber por ahí gente
a la que le sobre un poco de tiempo de su vida,
y podría dármelo a mí, que agoto el mío
echado en mi asiento, al lado de la arena caliente
y del esqueleto del ciervo que creía
que al norte había fuentes de agua fresca.
Mis ojos ya no saben distinguir un árbol en otoño
de una mujer que se yergue del suelo
después de haber parido un niño rubio
y lo levanta sobre su cabeza.
No diferencio las lenguas ni los vientos
y he olvidado ya el regazo de mi madre
y a Katty, a la que besé en una oreja y lloró.
Muriendo, pido una limosna de tiempo
aunque no sé para qué…