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07 de mayo de 2024

Francisco Umbral en su casa de Madrid en 1995

Francisco Umbral en su casa de Madrid en 1995GTRES

Quince años sin Umbral, el escritor que prefirió el sonido antes que el sentido

El autor madrileño, criado en Valladolid, murió el 28 de agosto de 2007 en la ciudad «mágica» a la que regresó porque allí es «donde vivían los escritores»

Lo que quería ser Umbral de adolescente era «sublime sin interrupción», como decía Baudelaire que no se podía ser. En Las Ninfas Francisco Alejandro Pérez Martínez, con ese nombre sin suerte, se retrataba como una estrella de la poesía en Valladolid al que Miguel Delibes, un poco después, se llevó con gusto a El Norte de Castilla. Una estrella incipiente del columnismo al que el autor de El Camino le dijo que no se fuera a Madrid, y entonces se fue porque era la ciudad «mágica» donde vivían los escritores y los banqueros y las artistas.
A Madrid como a su París particular y en lugar de a La Closerie des Lilas al Café Gijón. Bajo el ala de Cela publicó sus primeros libros mientras escribía en todas las revistas. En 1968 tuvo un hijo, «Pincho», que murió a los seis años de leucemia. «Pincho» fue el objeto del que dicen que es su mejor libro, Mortal y Rosa (un libro sobre un niño que ya había empezado a escribir, sin imaginar la muerte del suyo), donde trató de sacarse de encima todo ese dolor que se quedó con él, cómo no, para siempre, acentuando su particularidad, su «asentimentalidad» y su dedicación obsesiva a la escritura.

Umbral y Baudelaire

En 1977 su personalidad y sus obras (y su fama: había ganado el Nadal un año antes por Las Ninfas) caminaban, altas, por Madrid, cuando lo cogió el gran periodista Joaquín Soler para su programa de entrevistas A Fondo, donde también habían aparecido Rulfo o Borges y las figuras artísticas más famosas de la época. Umbral solo tenía 45 años, había escrito más de cincuenta libros y Soler dijo de él para comenzar que quería ir más allá de una «personalidad extraordinariamente sugestiva», mientras el invitado crujía con interés entre los dientes una manzana.
Umbral, ya Umbral, dijo que ese Madrid suyo dado la vuelta un día dejó de fascinarle porque con el tiempo se le fue perdiendo «la visión paleta de provincias», palabras y expresiones que serían prohibidas, canceladas, en el mundo que dejó de contemplar hace quince años. Una mezcla constante de poesía y realidad. Baudelaire y la poesía de la ciudad y «los alcaldes que la estropearon».

La concesión del Premio Cervantes a Umbral es «un ejemplo de la putrefacción de la vida literaria española»Juan Goytisolo

Ramón Gómez de la Serna fue el escritor que no se le acabó nunca en la vida. Decía que partes de su obra se iban muriendo, pero como escribió tanto siempre iba quedando algo, un poco como él mismo, cuya obra ingente y desconocida y variada también se pierde entre novelas, ensayos, relatos, artículos, biografías, poesía, diarios, antologías y rarezas casi interminables.
Juan Goytisolo escribió en un artículo en El País que la concesión del Premio Cervantes a Umbral en 1999 era «un ejemplo de la putrefacción de la vida literaria española», una de las muchas señales de que el autor que se alejaba de los géneros para ser simplemente escritor gustaba y no gustaba y también molestaba.

Amigo de un «cristiano avanzado»

El autodidacta que apenas fue al colegio y que se hizo noble en «el reino de la libertad», como consideraba a la literatura, donde afirmaba que existía mucha más libertad que en «las democracias que estamos conociendo». El mismo que afirmaba que los intelectuales comunistas, los poetas comunistas del pasado, siempre hablaban de España al tiempo que mencionaba con orgullo y con todas sus letras a don José Ortega y Gasset.
Un animal prehistórico sería Umbral, una extravagancia prehistórica en la actual España de Sánchez con semejantes giros metidos en frases largas y subordinadas como las de su admirado Proust, con conceptos tan «violentos», como decía que era Larra, como el que toda revolución ha de ser científica. El amigo de un «cristiano avanzado» como Miguel Delibes, para el que siempre fue más importante, resolviendo la vieja disyuntiva de Paul Valéry, el sonido que el sentido.
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