Parada del autobús de la Electromecánicas junto a la Telefónica

Parada del autobús de la Electromecánicas junto a la Telefónica

El portalón de San Lorenzo

El autobús de la Electromecánicas

Siempre se consideró a los pabellones militares como algo aparte, no perteneciente al casco urbano de Córdoba

De los primeros trabajadores que tuvo entre 1930 y 1940 la Constructora Nacional de Maquinaria Eléctrica (Cenemesa) apenas la décima parte vivía cerca para poder ir a pie, en esos barrios entonces totalmente aislados de la ciudad, como los Olivos Borrachos o el propio barrio construido para los trabajadores de la Electromecánicas, la empresa matriz de Cenemesa con la que compartiría gran parte de su historia. Por este motivo, y como también las bicicletas eran un objeto casi de lujo, el joven director de la fábrica, Juan Seguela, ordenó al ingeniero Antonio Latorre que gestionase con la empresa de autobuses de Bilbao La Naval-Samua un servicio de tres o cuatro autobuses que en las horas señaladas de los relevos hiciesen el recorrido hasta la ciudad.

Así, en el ‘Diario de Córdoba’ de 25 de noviembre de 1930 se cita esta gestión del ingeniero Latorre y ya se nombran esas paradas de gratos recuerdos para todos los que llegamos a utilizar aquellos añorados autobuses.

La parada de Pabellones

En la hoy avenida República Argentina, después de otras paradas más céntricas como la de la Telefónica en las Tendillas, se situaba la parada de pabellones, junto a los edificios militares construidos a principios del XX como residencia para los jefes y oficiales del cercano cuartel de Artillería. En 1966 serían derruidos, pues se habían quedado muy anticuados, sobre todo en la dotación de servicios públicos y comodidades, pues siempre se consideró a estas viviendas como algo aparte, no perteneciente al casco urbano de Córdoba.

Antiguos pabellones militares

Antiguos pabellones militares

El Ejército encargó un proyecto para reemplazarlos al arquitecto Calixto del Barrio de Gándara. La obra terminó en 1970 y suponía dar un giro completo a la situación. Los nuevos bloques se caracterizaron desde el principio por su amplitud y modernidad (aún hoy apreciable), con portero y todo. Eran en régimen de alquiler, pasando a propiedad a primeros del año 2000. Con su diseño tan arriesgado tuvieron al principio problemas de sujeción con los elementos de la fachada debido al calor que se da en Córdoba por el verano, por lo que hubo de renovarse la fijación de los paramentos a base de «spirros».

Pabellones militares

Los pabellones militares en la actualidadD. Caparrós

Volviendo a esta parada, si ibas para el trabajo te indicaba que dejabas la ciudad y el camino estaba encauzado y despejado hacia la fábrica, y si llegabas de vuelta te advertía de que, por fin, estabas en Córdoba. Lo primero que te encontrabas al subir o bajarte era el Kiosco de San Rafael, una sucursal de la famosa confitería con el mismo nombre que José Delgado Hidalgo tenía en Santa María de Gracia. Hay que decir que este José Delgado trabajó en su día en la confitería de Mirita de la calle Concepción, y allí, junto a otros confiteros como Antonio Sánchez y Vicente Soler, sacaron el célebre pastel cordobés que luego sería explotado comercialmente por la confitería La Perla y por la citada confitería San Rafael. Años después, esta última confitería, para satisfacer una rara petición que le hiciera Manolete de querer llevarle a sus amigos mejicanos trozos de pastel cordobés con un tamaño más manejable, ideó el pequeño pastel cordobés que se denominó Manolete.

La parada de los cuarteles

En la acera de los cuarteles primero aparecía el de la Guardia Civil y luego el de Artillería 42. Después venían los pisos de Cañete

En la acera de los cuarteles primero aparecía el de la Guardia Civil y luego el de Artillería 42. Después venían los pisos de Cañete

La siguiente parada era la de los cuarteles, a donde acudían los trabajadores que vivían por aquel incipiente barrio de Ciudad Jardín, un barrio que empezó a desarrollarse al principio de los años 50, básicamente sobre los terrenos de los que era dueña la familia de Pedro López, propietarios de la banca del mismo nombre.

Junto a la parada estaba el Cuartel de Artillería 42, levantado el 22 de septiembre de 1917 al crearse el Segundo Batallón de Artillería de Posición con base en Córdoba (inicialmente acantonado en los cuarteles de Alfonso XII-Lepanto y la Trinidad), y que en 1928 pasaría a ser regimiento en este cuartel, desde donde partiría el destacamento que bajo las órdenes del coronel Cascajo daría lugar a la proclamación del estado de guerra y el inicio de la guerra civil en Córdoba el 18 de julio de 1936.

Por cambios orgánicos esta unidad tendría diferentes nombres, como Regimiento de Artillería 32, que lo adoptó en 1939, al de Regimiento de Artillería de Campaña 42, en 1965, dentro de la BRIDOT II. En 1982 se incrementó su potencial y en 1985 quedó integrado en la flamante Brigada Mecanizada XXI, que cambió su denominación a Grupo de Artillería de Campaña ATP XXI. El 30 de septiembre de 1995 los últimos militares abandonaron el cuartel trasladándose a su actual ubicación en la base de Cerro Muriano.

Por su parte, las dependencias del inmediato antiguo cuartel de la Guardia Civil fueron inauguradas en 1905, desde diciembre de 1917 como Comandancia de la Guardia Civil con la denominación de Cuartel de la Victoria.

Más allá de su función castrense, para nosotros esta zona de los cuarteles era conocida porque detrás estaba el simpático Estadio América, con un aforo muy respetable de 5.000 espectadores y fue inaugurado en 1923 con un partido entre el principal equipo de Córdoba de aquellos tiempos, el Racíng, y otro de Granada. Su dueño fue don Jerónimo Padilla, un hombre que había hecho fortuna en América y por eso le puso ese nombre al estadio. Tras los cuarteles se accedía también a la estación o apeadero desde donde, encaramados en lo alto de los vagones aparcados en Cercadilla, muchos aficionados presenciaban de gorra el fútbol.

Nos contaba Juan Blanco Pedraz (1936-2019), compañero de Cenemesa y vecino de los Olivos Borrachos, que por los años 40 y 50 en este Estadio América se jugaban partidos de la máxima rivalidad, sobre todo cuando por allí aparecía, viniendo desde su lejano barrio, el histórico equipo de la Electromecánicas (que tenía allí su propio estadio) para enfrentarse a los equipos fuertes «de la ciudad» como el Deportivo Córdoba (sucesor del Sporting y del Racing) o incluso mi San Lorenzo. El Chato Efrén y el gigantón Patricio no eran, precisamente, ni Messi ni Cristiano, pero tenían también a sus admiradores.

La parada de los pisos de Cañete

Los pisos de Cañete en la actualidad

Los pisos de Cañete en la actualidad

Siguiendo la actual avenida de Medina Azahara se llegaba a la parada junto a los pisos que fueron construidos en solares de su propiedad por don José Cañete del Rosal (1876-1950), seis bloques en régimen de alquiler. A todos los que fuimos más de una vez al economato de la Electromecánicas andando (había que tener pies), siempre nos llamaron la atención estos pisos en los que lucía el buzón de correos personalizado en el portal, toda una novedad para los que aún vivíamos en una casa de vecinos.

Pasando los pisos de Cañete en seguida llegaba el Viaducto de la Electromecánicas. Desde lo alto se podía divisar perfectamente la Residencia de la Seguridad Social Teniente Coronel Noreña, imponente edificio levantado a mediados de los 50. El viaducto lindaba a su izquierda con la llamada Huerta de la Marquesa, que fue adquirida por el torero Manuel Benítez ‘El Cordobés’ a través del corredor, también torero, Antonio Sánchez Fuentes, al que le fue pagada su comisión con varias corridas de toros que le proporcionó El Cordobés.

Viaducto de la Electromecánicas y la Residencia de la Seguridad Social

Viaducto de la Electromecánicas y la Residencia de la Seguridad Social

El viaducto de la Letro

Desde que la línea de ferrocarril Córdoba-Sevilla fuese inaugurada el 27 de abril de 1859 y se hiciesen viajes regulares desde el 2 de julio de ese mismo año, sólo tres años después de aprobarse con entusiasmo popular su proyecto el 11 de mayo de 1856, el tren sería indisoluble del desarrollo de una ciudad donde unas pocas viviendas y complejos industriales ya se situaban al norte de las vías, por lo que quedaban separados del resto de la ciudad.

Cuando se instalaron años después las Electromecánicas, origen de Cenemesa, lo hicieron en ese lado apartado de las vías, por lo que sus trabajadores estaban obligados a cruzarlas. De los varios pasos, a nivel o elevados, el que tenían que usar los vehículos era el anteriormente citado Viaducto de la Letro, como de forma llana se le denominaba en Córdoba al que accedía a la actual carretera de Palma del Río. Pero los peatones preferían una especie de paso a nivel improvisado justo al terminar los pisos de Cañete, por donde pasaban, sin apenas vigilancia, por debajo de un extenso parral que daba sombra a la terraza del Bar Alhambra. Al final de los años 60 el ministro de Obras Públicas Silva Muñoz inauguró una remodelación del viaducto con la que desapareció este peligroso trasiego de viandantes por las vías.

El viaducto se concibió como una gran calzada, un tanto más elevada en el centro a modo de mediana, que incluso llego a tener árboles. Allí sufrió un accidente un joven compañero del taller de Aparellaje al que apodábamos cariñosamente como Chester, porque en su gran bondad daba tabaco a todo el mundo de la citada marca. Este Chester era un gran artista de aquella máquina de perforar alemana de la marca Wiedemann, que manejaba magistralmente empleando sólo el plano de las piezas. Un día triste, en compañía de unos amigos, se precipitó con el coche desde lo alto de este viaducto cayendo a las vías.

La parada de la Residencia

Cruzado el viaducto se llegaba a la parada junto a la Residencia de la Seguridad Social construida en 1956, que más que un hospital parecía un hotel. El ala derecha estaba reservada para las mujeres y la izquierda para los hombres. En sus plantas, los enfermos y convalecientes estaban al margen del mundanal ruido que hoy azota nuestros hospitales y ambulatorios, ya que, aparte de lo alejado de todo, había un horario para las visitas que se cumplía de forma escrupulosa.

Un día de aquellos de principios de los 60 fui a la consulta del médico de Cañero, como se llamaba cariñosamente a don Eduardo Font de Dios (1932-2008). Fue el primer médico residente contratado como tal en esa residencia. Recuerdo que me comentó la marea humana que presenciaba todos los días desde su ventana cuando veía en vehículos a motor, bicicletas o hasta a pie a los trabajadores que salían de los relevos en la Electromecánicas o Cenemesa.

Esta residencia, como nuestros políticos no sabían qué hacer con ella tras años de abandono, después de varios intentos frustrados de ampliación y «ponerla en valor», terminaron por derribarla en el 2004, desapareciendo de esta forma uno de los edificios más altos de la Córdoba de entonces, y con seguridad uno de los primeros y más elegantes hospitales de Andalucía.

El Silo

Tras la Residencia venía otro edificio singular, el silo del Servicio Nacional del Trigo, empezado a construir a mediados los 40 e inaugurado en 1951. Antes, justo es decirlo, casi en la misma linde nos encontrábamos con algunas naves que se dedicaban a almacenar frutas, plásticos o hierros, y hasta hubo una fábrica que era la alegría de aquella zona, Creaciones Díaz, dedicada a la confección de prendas de vestir, con bastantes mujeres jóvenes que allí tenían su empleo.

Trabajadoras de Creaciones Díaz

Trabajadoras de Creaciones Díaz

Este silo del Servicio Nacional del Trigo era nombrado de distintas formas. La gente que iba a la Letro o a la Constructora le llamaba el silo de los Olivos Borrachos; para los profesionales era el silo de Carlos Inzenga, uno de sus arquitectos, y para muchos era simplemente el silo de Noreña. Tiene 48 metros de altura con una base formada por un rectángulo de 57 por 25. Con estas dimensiones, en los años 60 se decía que sólo lo superaban en altura la torre de la Mezquita-Catedral y la antena que instaló la Emisora EAJ-24 Radio Córdoba.

El Silo del Servicio Nacional del Trigo en 1959

El Silo del Servicio Nacional del Trigo en 1959

Fue diseñado por Carlos Inzenga Caramanzana e Ignacio Filer Clavé, y con su capacidad de 15.000 toneladas llegó a ser uno de los principales silos que se construyeron en España. Por su indudable belleza estética la Junta de Andalucía lo declaró Bien de Interés Cultural en la categoría de monumento. Hoy es ocupado por unas escuetas oficinas de la administración agraria y, sobre todo, como almacén de piezas arqueológicas, ya que los políticos de la UE, en su sabiduría, determinaron que los silos ya no son necesarios, contradiciendo lo que todas las civilizaciones han empleado a lo largo de la historia para almacenar cuando las cosechas venían mal dadas. Veremos qué pasa si algún día llegan las vacas flacas de las que habla José en la Biblia.

La parada de la Electromecánicas

En esta parada llegábamos por fin al final del recorrido del autobús, conjuntamente con los trabajadores hermanos de la Electromecánicas. El billete de autobús nos había costado 0,75 pesetas, adquirido del paciente cobrador que andaba de pie por todo el vehículo de un sitio a otro. Eran unos billetes como de un papel sedoso, muy estrechitos, unos de papel azul y otros blancos. El cobrador llevaba colgado del cuello el porta-billetes con unos cinco pequeños talonarios. Sería al principio de los años 60 cuando se colocaría el cobrador sentado en la puerta de atrás. Lo del chófer-cobrador ya llegó en los 80.

A la salida de los grandes relevos de las fábricas de Electromecánicas y Cenemesa, que muchas veces eran coincidentes, se veían las carreras de los trabajadores que se apresuraban para coger asiento en los autobuses, cuatro normalmente que la empresa de autobuses solía disponer.

De la parada de la Electromecánicas a las vías de Sevilla habría una distancia de unos 150 metros. Antes de llegar a ellas se dejaba atrás, haciendo esquina con la calle Arteche, la Escuela de Aprendices de la Electromecánicas una institución muy reconocida en Córdoba por su nivel formativo. Y nada más pasarlas estaba la entrada de control de la Electromecánicas, con sus vigilantes y personal de seguridad, que estaban incluso equipados con unos trajes que les caracterizaba y distinguía. También Cenemesa, tenía sus propios vigilantes y personal de seguridad, aunque los trajes eran de distinto color.

Este breve trayecto entre la última parada y la entrada de la fábrica era el lugar preferido por los diteros para saldar cuentas y cobrar, fundamentalmente los sábados, porque eran el día en que los trabajadores de una y otra empresa solían recibir sus anticipos. Hay que decir, a modo de ejemplo, que en estas dos fábricas se llegaron a vender en aquellos años 50-60 una cantidad impresionante de relojes de la marca Cauny por parte de estos diteros.

A partir del año de 1972 los trabajadores de la ya llamada Westinghouse (antes Cenemesa), empezaron a entrar por unos nuevos accesos, propios para ellos, que realizó su fábrica en la carretera que iba desde los Olivos Borrachos al llamado Bar Piloto, en la carretera del Aeropuerto. Y a nivel laboral la historia de ambas empresas ya se separó definitivamente, quedando el recordado autobús de este artículo como último vestigio.

Recordando aquellos tiempos en que ambas fábricas compartían la entrada por la Electro Mecánicas, tenemos que decir que más de una vez, los trabajadores de Cenemesa tuvimos necesidad de salvar como podíamos algunas veces un tren cargado de electrodos de cobre (procedentes de la Mina de Río Tinto), que por la vía interior de fábrica esperaba ser descargado.

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