Relatos en verdeRafael del Campo

Nos vemos en la calle, cualquier noche…

«Mientras cruzo la puerta de la cárcel, experimento un sentimiento de gratitud hacia mi abogado»

Actualizada 09:37

I.- Muchas noches, cuando estaba zambullido en sueños agradables en los que paseaba por suaves laderas cuajadas de flores, oyendo trinar a los trigueros que coronaban las cumbres de las encinas, de los chaparros o de las retamas, muchas noches, digo, súbitamente, me despertaban gritos y lamentos de mujer. Eran gemidos tan profundos, tan desesperados, que todo se tornaba desagradable y el frío se me clavaba en el cuerpo y los tiritones se apoderaban de mí y, al ritmo de esas sacudidas, chirriaba el somier de mi cama, con una música oxidada e hiriente que me recordaba quien era y donde estaba….
Luego, ya despierto, superados los momentos de confusión y tan pronto era consciente de que sólo se trataba de una ocurrencia de mi mente, que se afanaba en retornarme el pasado, y seguro ya de que tales gritos no eran reales, me relajaba y, feliz, me hundía nuevamente en mis sueños y, si era afortunado y habilidoso, podía recuperar el concreto sueño interrumpido, y seguir paseando por el campo, por hermosos paisajes de flores y pájaros, a la luz del sol….
Esto me pasaba muchas noches porque la mente, sostengo, tiene una vida independiente a nuestra propia personalidad y goza torturándonos y es injusta.
Aquellos gritos y lamentos de mujer existieron , lo reconozco, y yo fui el causante de los mismos pero, en rigor : ¿ qué importancia tiene ? El dolor, el sufrimiento, es algo normal, inherente a la vida, inevitable. Querer erradicarlo es querer subvertir la naturaleza de las cosas. Un absurdo : como absurdo sería querer reinventar la vida o eliminar el placer, el goce y la supremacía de unos sobre otros.
II.- En la sala de visitas de la prisión aguardo a mi abogado, un pobre rábula a cuya torpeza debo, sin duda, una condena mayor a la que yo esperaba. Cuando se abre la puerta, lo veo entrar: está algo más gordo que antaño, pero sigue teniendo el aspecto desaliñado de siempre y una sonrisa bobalicona hace más necia aun la expresión de su rostro.
Sobre la mesa, arroja unos folios y dice muy ufano :
- Auto de libertad inmediata, por aplicación de la Ley Orgánica 10 / 22…la llamada ley del “ Sí es sí"… ¿ te suena ?
En esos momentos me quedo perplejo, como cuando los gritos y lamentos de mujer me sacan del sueño y me tornan a la vigilia. Pero, al poco, cuando recobro la lucidez, pregunto:
- ¿ Cómo es posible ? ¿ Esa ley no era para proteger a las víctimas ?
Mi abogado, entonces, se pone magnífico y perora:
- Como es sabido, la Carta Magna consagra la retroactividad de las disposiciones sancionadoras favorables, dicho de otro modo, la norma penal ulterior despliega efectos retroactivos cuando beneficia al reo. De esa suerte, hemos conseguido que la Audiencia dicte…..
Le corto. Me importan poco sus pedantes disquisiciones. Sólo me apremia saber cuándo gozaré de la libertad :
- Bien, ¿cuándo salgo ?
- En un rato, estamos tramitando el papeleo…
III.- Mientras cruzo la puerta de la cárcel, experimento un sentimiento de gratitud hacia mi abogado: ese leguleyo gordo, desaseado y bobalicón. Pero, al instante, abotargo esa sensación. No merece ni mi reconocimiento ni mi agradecimiento. Quien me hace salir de la cárcel no es su ciencia jurídica, ni es su trabajo, ni son sus desvelos.
Quien de verdad me hace salir de la cárcel es ella, Irene, y sus secuaces, y el guaperas del Presidente, y sus intereses políticos…y, también, parte del pueblo español, que no se rebela, que no se repulla ante lo que yo sé que es un sinsentido y que, sin embargo, dócil y desinhibido, sigue afanado, solamente, en seguir viviendo su pobre vida amagada y servil.
Gracias Irene, secuaces, Presidente y politicastros, por estos días de libertad que me regaláis, gracias por vuestra torpeza pero, sobre todo, gracias, mil gracias, por vuestro sectarismo.
No sé si la sucesión de vuestras estupideces, de vuestros turbios intereses, que abocan en mi libertad, son injustas, pero, en tanto me favorecen, me parecen loables, porque, como tengo dicho, de nada debo arrepentirme: el dolor, el sufrimiento, es algo normal, inherente a la vida, inevitable. Querer erradicarlo es querer subvertir la naturaleza de las cosas.
Y sabed : volveré a hacerlo.
Nos vemos en la calle, cualquier noche…estaré amatongado en cualquier oscuro rincón…Esperando. Como siempre.
Gracias
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