En corto y por derechoJosé Juan Jiménez Güeto

¡Vergonzoso!

«El aborto, nos guste o no reconocerlo, es un fracaso social que genera una gran frustración en muchas personas».

Actualizada 10:20

No tengo la sabiduría, el temple y la ecuanimidad de los obispos de Castilla y León, a los que felicito por la nota de prensa que han emitido a cuentas del debate sobre el aborto, a la vez que me parecen vergonzosas y deleznables muchas manifestaciones de políticos, de un signo u otro, que han convertido en un estercolero una cuestión que causa un profundo dolor a innumerables mujeres, familias y profesionales sanitarios.
El aborto, nos guste o no reconocerlo, es un fracaso social que genera una gran frustración en muchas personas. Se habla de él como un derecho de la mujer olvidándose de los que amparan al nasciturus. Falta la reflexión previa de por qué una mujer puede llegar a encontrarse en la terrible situación de tener que plantearse tomar una decisión que le va a marcar para siempre. He acompañado a muchas mujeres que han pasado por este trance y he constatado su sufrimiento y el terrible sentimiento de culpabilidad, no hallando consuelo y paz en su corazón.
El ser humano está llamado a la vida y no a la muerte. La sociedad en su conjunto tiene el deber de establecer los cauces adecuados para garantizar una cultura de la vida. Por ello, habría que redoblar los esfuerzos y medios adecuados que permitan a las mujeres, a todas las familias en general, poder afrontar con calma y paz este drama de encontrarse inesperadamente con una nueva vida en una situación de desvalimiento. La primera opción nunca debe ser eliminar esa vida, sino ofrecer todo lo necesario para que esa nueva criatura se sienta esperada, querida, acogida y amada plenamente.
Basta de criminalizar, señalar o perseguir a nadie por sus ideas, decisiones o acciones porque no estén en mi línea de pensamiento, o ideológica o religiosa. Una sociedad sana no se resistiría a luchar por la vida, garantizar el bienestar de las madres y de los nasciturus en todo momento. Por ello, les pido a quienes nos gobiernan y representan en el arco parlamentario que dejen de jugar a la política con algo tan sagrado como es la vida y, por una vez, trabajen al unísono por el bien, por lo bueno, por la belleza de una nueva criatura que aspira en su incipiente latir a gozar como nosotros de la luz de este mundo.
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