De comienzo en comienzoElena Murillo

Verano

En las tardes que todavía son de trabajo, aunque salpicadas en algunos lapsos de tiempo por la lectura, se hace necesario dirigir el pensamiento a los albores de la vida

Actualizada 05:05

Los tórridos días del verano traen la sensación del peso que las altas temperaturas cargan sobre nuestros hombros. Cuesta desplazarse sin evitar sentir la impresión de esa falta de aire que impide una respiración medianamente vital. Las prolongadas jornadas del mes de julio se alargan a la espera de unos días de descanso que parecen todavía lejanos.
En las tardes que todavía son de trabajo, aunque salpicadas en algunos lapsos de tiempo por la lectura, se hace necesario dirigir el pensamiento a los albores de la vida. Los veranos de la infancia eran otra cosa. Largas vacaciones que marcaba el calendario escolar y que transcurrían en compañía de seres queridos. En mi caso pasaban en una pequeña aldea que bullía especialmente en estos meses esperando a que llegaran unas fiestas sentidas y celebradas. Eran fiestas que ya se venían adivinando desde el momento en que, como cada año, como si de un ritual se tratara, iban llegando desde distintas capitales españolas y de algún que otro país, aquellos que un día tuvieron que abandonar su tierra buscando un futuro más próspero.
Era la oportunidad de bañarse en las albercas; de recolectar los hermosos y abundantes frutos propios de la estación, sembrados y cuidados con mimo; de echar ratos en la era, que había sido testigo de la siega y la cosecha; de llenar de agua las vasijas en la fuente; de abrir la orza de lomo en manteca o el jamón ya curado de la matanza del año anterior; de charlar debajo de una parra, buscando algo de aire que apaciguara el bochorno; de coger moras en las zarzas o de comer higos; de disfrutar de las noches en las que se paraba el tiempo en aquellos corrillos que se arremolinaban en torno a los umbrales de las casas; de observar a las salamanquesas junto a las farolas; de ver las estrellas; de querer detener el reloj para obviar la obligación de tener que irse a dormir y, con la misma inmediatez, escuchar el canto del gallo y reconocer la voz de aquel que pregonaba melones y sandías, anunciando que un nuevo día despuntaba.
Esperando los días de agosto en los que repetir anécdotas y revivir los instantes que forjaron nuestra esencia, me recrearé en la poesía que evoca también la historia de acontecimientos pasados. Y, como Pablo García Baena en Bajo tu sombra, junio…, repetiré Bajo tu sombra quiero esperar las mañanas fugitivas de frescura / y los atardeceres largos como miradas / cuando todo mi ser es un canto al amor, / un cántico al amor entregado…
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