La verónicaAdolfo Ariza

Redes

La epidemia de nuestros días está constituida por un virus que básicamente viene a ser «ladrón de nuestra atención»

Actualizada 05:00

Las redes de las que hablo – otras cosa es que sean o no de pesca en un sentido más o menos figurado - son aquellas que de un tiempo a esta parte «configuran nuestros valores, creencias, lenguaje y supuestos de la vida cotidiana». En principio seguimos usando la web para buscar información o entretenimiento, pero – reconozcámoslo sin tapujos - también ya hace un tiempo que «acudimos a las redes en busca de una sensación de pertenencia y afirmación, transformándolas en un espacio vital donde tiene lugar la comunicación de valores y creencias fundamentales» (10).
El problema viene cuando esta redes únicamente ponen «en contacto a quienes son los ‘mismos’, agrupándolos y atrayendo su atención para mantenerlos en línea» (15). El dilema es acuciante en este sentido: -¿Hasta qué punto las redes permiten que sus usuarios encuentren realmente al ‘otro’ que es diferente? Uno puede hacerse el ciego o no o puede querer mirar para otro lado o no pero es un hecho que «[…] las redes sociales se están convirtiendo en un camino que conduce a muchos a la indiferencia, a la polarización y al extremismo». De ahí que «cuando los individuos no se tratan unos a otros como seres humanos, sino como meras expresiones de un cierto punto de vista que ellos no comparten, estamos ante otra expresión de la ‘cultura del descarte’ que difunde la ‘globalización’ – y la normalización – de la indiferencia» (19).
Dicho lo cual, pregúntate, también, por un momento: -«¿Cuánto en nuestras relaciones digitales es fruto de una comunicación profunda y sincera, y cuánto está meramente conformado por opiniones incuestionables y reacciones apasionadas?» (5). ¿Acaso puede la web social sustituir el encuentro en persona, que cobra vida a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada y la respiración del otro?
Dando un paso más conviene considerar que estamos en la época de «los debates generalmente limitados por el número de caracteres que consiente una red y por la rapidez con las que las personas reaccionan a los comentarios de los demás, sin olvidar los argumentos emocionales ad hominem – ataques dirigidos a la persona que habla, independientemente del tema principal que se discute-» (52).
La epidemia de nuestros días está constituida por un virus que básicamente viene a ser «ladrón de nuestra atención». A lo que hay que añadir un difícil contraste: Tenemos infinitas posibilidades de tener al alcance de la mano información con rapidez, pero sin el contexto completo y necesario. «Intentar navegar por esta abrumadora red de información e interacción social» dispersa nuestra atención lo cual suele ir unido a «pérdida de la capacidad de pensar de modo profundo y centrado». «En lugar de ponderar en profundidad las realidades, exploramos la superficie y nos quedamos en las orillas» (33). Harina de otro costal es este otro dato cuanto menos curioso: «En una sociedad en la que la información desempeña un papel esencial, es cada vez más difícil verificar las fuentes y la exactitud de la información que circula digitalmente» (14). Aquí también el dilema salta a la vista: «¿Cómo podemos garantizar que quienes elaboran los algoritmos estén guiados por principios éticos y ayuden a difundir globalmente una nueva conciencia y un nuevo pensamiento crítico para reducir al mínimo los fallos de las nuevas plataformas de la información?» (8).
Piensa también – es la última vez que te lo pido - por un momento que sin darte cuenta has pasado de usuario a consumidor bombardeado por una publicidad personalizada. Y esto no es gratis, estás pagando con minutos de tu atención y bytes de tus datos.
Post data: Para más información ir al reciente documento del Dicasterio Pontificio para la Comunicación titulado Hacia una plena presencia. Reflexión pastoral sobre la interacción en las redes sociales (28 de mayo de 2023). De él son los números entre paréntesis.
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