La verónicaAdolfo Ariza

¿Se acabó la fiesta?

Desconozco las coordenadas del sueño utópico del tal Alvise Pérez pero lo que sí que te puedo decir es que incluso «en la mejor Utopía, debo prever la caída moral de cualquier hombre de cualquier posición en cualquier momento»

Actualizada 05:00

Lo cierto y verdad es que, por un lado, no sé si realmente se ha acabado la fiesta y, por otro lado, el hecho de que algún que otro joven que conozco me haya dicho que ha optado por estas siglas (SALF) en las pasadas elecciones europeas me ha hecho pensar. Si a eso le sumamos que en estos días he estado repasando la Ortodoxia de Chesterton juzgue el lector por sí mismo el resultado.

No sé si «se acabó la fiesta» es también, entre otras muchas cosas ahora difícilmente catalogables pero que todos intuimos, la expresión de un hartazgo por el «colapso total» y «el descomunal error de nuestro tiempo». A saber – aunque entiendo que muchos no lo compartan -: «No estamos modificando el mundo real para ajustarlo al ideal. Nos contentamos con modificar el ideal, lo cual es mucho más fácil». Equivocadamente pensamos que «podemos cambiar el examen en lugar de intentar aprobarlo. […] Si los valores cambian, ¿cómo puede producirse una mejora que implica un valor?». Las cosas están de tal modo que «si quieres que las instituciones sigan inmutables deja que las creencias se marchiten deprisa y a menudo». Es algo que no falla: «Cuanto más desarticulada esté la vida del espíritu, más segura estará la maquinaria de la materia».

Dando un paso más conviene retener un hecho tal como que «no sólo para gobernar es necesario tener una norma estricta, sino también para rebelarse». Chesterton habla de «un ideal fijo y familiar» que «es necesario para cualquier tipo de revolución». Pero, ¿adónde queremos llegar? ¿Revolucionar en qué dirección? Conviene no confundirse: «Si hemos de dar un golpe necesitamos un bien y un mal abstractos». Es obvio que, en general, el mundo de la política ya muestra lo que no queremos ser. Pero, ¿qué queremos ser?

Si hasta aquí «mi lógica» no te convence, déjame proponerte dos ejemplos de Chesterton: 1) «[…] en la Inglaterra del siglo XIX, se confiaba en el fabricante radical como si fuese un tribuno del pueblo, hasta que de pronto se oyeron los gritos de los socialistas diciendo que era un tirano que devoraba a sus hijos como si fuesen Pan». 2) «[…] hemos confiado hasta el último momento en los periódicos como órganos de la opinión pública. Hace muy poco que algunos hemos reparado (y no de manera paulatina, sino con un sobresalto) en que evidentemente no lo son, sino que se trata sólo del juguete de un puñado de millonarios». ¡¡¡Créeme!!! «Se requiere una vigilancia casi sobrenatural por parte del ciudadano debido a la horrible velocidad con que envejecen las instituciones humanas». La fuente de los sufrimientos suele estar en «tiranías que habían sido libertades públicas apenas veinte años antes». Y dicho sea de paso, «puestos a hablar de ambiente peligrosos, el más peligroso de todos es el acomodado».

Desconozco las coordenadas del sueño utópico del tal Alvise Pérez pero lo que sí que te puedo decir es que incluso «en la mejor Utopía, debo prever la caída moral de cualquier hombre de cualquier posición en cualquier momento; y sobre todo mi caída de mi posición en este momento». Todo lo que salga de esto no es sino venta de humo o charlatanería feriante. Si bien el drama está más hondo como te comento a continuación.

Chesterton «se reía en toda la cara» de un tal Carlyle cuando este afirmaba que «debe gobernar quien se vea capaz de hacerlo». Chesterton lo tenía muy claro: «Debe gobernar quien no se crea capaz de hacerlo». Me explico con Chesterton: «La mera maquinaria del voto no es la democracia, aunque hoy no sea factible recurrir a un método democrático más sencillo». ¿Garantiza el sistema electoral actual el que podamos decir «al hombre modesto: ‘Amigo, alza la voz’»? Cuando en realidad lo que se le dice es amigo, te pido tu voto. No hay demócrata que no se precie de rechazar «cualquier discriminación basada en el nacimiento». «La democracia nos enseña a no despreciar la opinión de un hombre válido, aunque sea nuestro caballerizo». En cambio hay algo como «la tradición» que «rechaza la discriminación basada en la muerte». La tradición nos pide que no despreciemos la opinión, «aunque sea nuestro padre».

Y, finalmente, una advertencia. Ten cuidado porque «el revolucionario moderno, en suma, se ha convertido en un escéptico absoluto y se pasa el día minando sus propias minas. Observa que “en sus libros sobre política ataca a los hombres por pisotear la moralidad» y «en sus libros sobre ética ataca a la moralidad por pisotear a los hombres».

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