Apuntes de fe anunciando la Semana Santa ( I )
«Y entre ese aroma de azahar y cera, la saeta eleva su vuelo para irse clavando en nuestro corazón»
Hoy la acera ha quedado aparcada, no hubo paseo por la ciudad. Como comenté el pasado viernes, me he quedado en la pequeña oficina de entretenimiento que tengo en casa y me puse a repasar los papeles que sobre antiguos pregones que exalté. Y no ha sido fácil unificar los llantos y alegrías que viví en la acción de pregonar nuestra fe cristiana, nuestros sentimientos y lo que estamos obligados a exclamar y difundir cuando hablamos que creemos en Jesús.
«Una de las sensaciones y privilegios más estremecedoras de nuestra Semana Santa es oír esa quebrada voz, que desde la soledad y el anonimato brota de las alturas para orar a las imágenes cantando «jondura», porque la saeta ha sabido encontrar en el flamenco una forma de encauzar su plegaria, y no de forma casual, sino porque el flamenco es ya por si mismo una oración».
Este fue el inicio de mi pregón en la Peña Azahara en el año 2013. Años anteriores, tuve el privilegio de exaltar a la Semana Santa en la incomparable localidad de Dos Torres, iniciándose el proceso de pregones en 1992, con esta primera exaltación.
Con estas columnas de opinión no quiero sino transmitiros en forma de texto los sentimientos que envuelven a un pregonero en el único ánimo de contar, a ritmo de letras y poesía, lo que quiere transmitir y lo que significa para él la Semana Santa.
Y comenzaba así: «No tengo más remedio que confesar que es para mí una gran satisfacción y una inmensa responsabilidad, ser el exaltador de la saeta en Córdoba», o «La Semana Santa en un municipio que significa tanto para mí», … «como es este lugar sencillo, entrañable, y tan querido para mí, mis vivencias y recuerdos»… «De ahí que no tenga palabras de agradecimiento a esta peña, a sus peñistas (o al alcalde Manuel Torres) por la designación de mi persona como pregonero de este acto».
“Hoy no voy a descubriros aquello que solo puede descubrir la propia ilusión de nuestro silencio, de nuestra fe y de vuestro sueño, la propia vivencia de cada uno de vosotros unida a su propio corazón, a su sentimiento cofrade. Hoy voy a exponeros sencillamente, lo que piensa y vive mi corazón en el fervor de la noche, en el silencio de la larga estela que va dejando el penitente a lo largo de sus pasos en su camino, ... y lo que vibra por los más ocultos rincones de mi sangre, cuando en ese silencio rompe la voz rajada de la saeta, la vivencia que quiero compartir hoy con todos vosotros.
Hoy no solo voy a hablar sobre el cante, la oración, y el arte, sino que voy a mostrar además, lo que significa para mí, que el olor a azahar nos impregne y nos acaricie, y que aparezca ante nosotros ese pétalo radiante, que como el abanderado mayor de todos nuestros deseos, nos hace entender que la primavera está aquí, muy cerca de nuestras vidas”.
Al encontrarnos en el inicio de la primavera, o bien entrados en ella, decía, … “Justamente empezó esa primavera que un año más se va a convertir en relato evangélico, en una Jerusalén con aromas de incienso, jazmín, azucena y azahar florido, en una ciudad como esta, que pregona a los cuatro vientos su Semana Santa. Es ella, nuestra ciudad y sus gentes, la única pregonera real de su más íntima esencia de costumbres, devociones y sentimientos.
Y entre ese aroma de azahar y cera, la saeta eleva su vuelo para irse clavando en nuestro corazón, como un dardo sentencioso, en ese pecho de los que van tras el Nazareno o la Virgen Dolorosa. Esa misma saeta que nos va contando a modo de cante, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor en pocas líneas, con pocos versos.
Su exaltación se convierte en protagonista de una agenda flamenca, pasmada en multitud de actos como este, como pregoneros de una cercana semana de devoción y fe, con el enriquecido duelo, llanto y dolor que afloran en las exaltaciones, en la que siempre están presentes, como auténticos protagonistas, aficionados y profesionales del cante ....
Y junto a la voz y la plegaria del saetero, en forma de carcelera, está el cofrade, que, en ese camino eternamente inacabado de su sueño, surgirá de la espesura urbana ese nazareno que, lento y callado, por el camino más corto y sin hablar con nadie, se encaminará al puerto de su hermandad, meta única de todo penitente, en el que las lágrimas se confundirán con el cubreroto, y las manos temblarán al atravesar la puerta tras la que aparecerá el palio de su Virgen, siempre triste y reflexiva, siempre mirando al vacío de su dolor.
Cofrade y fiel caminante, sufrido y discreto, que con cíngulo o esparto, descalzo o no, con cirio o cruz, suspirando cansancio por todos sus poros, con la ilusión escrita en la mirada de su más profunda fe, avanzará con solemne serenidad desde el ocaso y casi hasta el amanecer, bajo la dulce mirada de la luna y el canto celeste de la alondra que año tras año, llenará la paleta de colores de su más viva ilusión.
Ya se respira verdadera penitencia, como el color de las túnicas y cubrerostros de los hermanos. Y sufrimiento v tragedia, como el negro del traje de las hermanas, con mantilla, peineta o velo. Por ello y para no convertirnos en estatuas de sal, inmóviles, mudas, sin sentido, es preciso que miremos a nuestro hermano más humilde, y estemos siempre dispuestos a tenderle la mano de la caridad, y más en estos tiempos especialmente difíciles que numerosas personas y familias están viviendo.
Cada día que comienza, debe ser para nosotros una renovada invitación de futuro, esa llave y herramienta para cambiar el curso de los sucesos quebrados, respetuosas de las tradiciones, como creadora del verdadero ser cristiano y cofrade, sembrando de esperanza todas las mañanas.
Y ese cofrade, caminante, sufrido y discreto, que también tiende su mano, rompe en lágrimas de alegría y de emoción cuando en el largo caminar de su andadura, entre la callada multitud, entre ese «silencio que se escucha», en las calles de nuestra ciudad, arranca la solitaria voz de un joven saetero, que acaba de vencer al pellizco que precede al cante, para no quedarse sin respiración en ese arranque, cuando se va a cantar a la imagen de la que se es devoto, una saeta que decía así:
“Con el poder de mi cante,
me gano el amor de Dios,
el cariño de mi gente,
y mi propia salvación.
Señor de tanto poder
con el que estoy siempre hablando.
hoy te lo pido otra vez,
y te lo pido cantando.”