Siempre libresChules de Bocatas

Fábulas

Actualizada 04:30

Un día hace ya tiempo nació, en un mundo extraño dominado por la bruma que impedía ver con precisión, un hombre. Ya de adulto, movido por el ímpetu de su corazón -educado y cultivado hacia la apertura-, y viendo como su tierra clamaba por algo más, se lanzó a la aventura.

Salió de su propia tierra para alcanzar una tierra ignota donde, decían, había unas ricas minas de oro. El entusiasmo por encontrarla era tal que empezó a mover a otras personas a su alrededor, embarcándolas también en la aventura. Pronto se hicieron caminos donde antes no los había. La tierra se fue modelando para alcanzar las minas. La gente aplicaba todo su ímpetu, su corazón, su creatividad, sus virtudes en hacer el camino. El que era ingeniero construía puentes, el creativo construía coloridos caminos que lo hacían menos fatigoso, el listo aplicaba inteligencia para ir adoptando atajos... Todo el mundo participaba y era bienvenido.

Este hombre sólo se enfadaba, con los que se habían lanzado con él a la aventura, cuando viendo los avances, confundían el camino con la mina y se detenían complaciéndose de cómo se iba construyendo y de que tanta gente se uniese a aquella peripecia. A personas de todas partes les alcanzaba la noticia de las minas y un gusanillo inextinguible les nacía en el corazón.

Un día, un buen día, este hombre de bien murió, desapareció. Pidió con ahínco a sus amigos que continuaran construyendo, que no se pararan, y que siguieran apasionadamente buscando las minas de oro. Dejó todo un know-how, indicaciones y sugerencias de cómo seguir haciendo, de cómo seguir viviendo.

Tras su ausencia se hizo evidente que habría que seguir caminando pero los hombres, aquellos que se habían unido a esa aventura, dejaron de intentar alcanzar la meta. Los kilómetros y kilómetros de camino construidos eran reales mientras que a la mina de oro nadie había llegado todavía. Se empezó a dar peso al camino - de hacerlo así o asá - y no tanto a la mina.

El brillo del corazón se sustituyó por el polvo del camino. De vez en cuando alguien señalaba la mina, pero ya todas las referencias, indicaciones que aquel increíble hombre había dejado se aplicaron al camino, no a la meta. Empezaron las sutiles divisiones. Había quienes preferían caminos de luminosos tonos azules, otros preferían tonos más serios y apagados; unos preferían formas rectas y otros más curvas... De repente la inmensa diversidad de temperamentos y personas que participaban de la aventura se convirtió en un obstáculo más que un recurso. La meta de la mina se sustituyó sutilmente por otra meta mucho más alcanzable: llegar a los puestos de decisión donde se podía imponer sobre otros el modo de construir el camino.

Hubo gente que empezó a desembarcarse de la aventura. Ya no rentaba. Para seguir la aventura de otro parecía más oportuno perseguir la suya propia.

Hubo gente -muy poca- que mantuvo intacto el deseo del corazón y la frescura por alcanzar la mina de oro. Estos contemplaban, con cierta nostalgia, cómo el grupo se deshacía en aventuras menores. Esté grupo reducido, que seguía en búsqueda de la mina de oro, fue expulsado de los caminos y residía en las periferias. Vivían dramáticamente, silenciosamente pero con mucha paz.

Viendo el desaguisado, y que los antaños aventureros no salían del enredo, el dueño de la mina decidió enviar un Alto representante que les avisara del tema e indicase la verdadera dirección que debía tomar el camino que estaban construyendo. Lejos de hacerle caso, y sintiéndose atacadas, las diferentes facciones se unieron para eliminarle y borrar del mapa su memoria. ¡Que iba a decirles a ellos, grandes constructores de caminos con larga experiencia y medios y dinero sobre cómo se hacía el camino! Solo en las periferias donde habitaba ese pequeño grupo encontró cobijo el Alto representante.

Con el paso del tiempo las diferentes facciones empezaron a fragmentarse por intereses particulares, rótulos, teorías, abstracciones, ideologías...

Con el paso del tiempo la luz de la aventura recomenzó en las periferias desde donde se empezó de nuevo a construir un camino más seguro y luminoso hacia las minas. Con el paso del tiempo los grandes caminos -trazados por los grandes intereses- se quedaron en desuso, se llenaron de polvo y desaparecieron tragados por la bruma de la historia.

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