Pulso legalÁlvaro Caparrós Carretero

El juicio de Rubiales: entre la Justicia y el esperpento

Actualizada 04:30

Aquí estamos, señoras y señores, en la gran final de la Liga de los Tribunales, el espectáculo más insólito del momento: el juicio de Luis Rubiales. Si alguien pensó que esto iba a ser un procedimiento serio y meticuloso, claramente no ha estado prestando atención. Hemos tenido de todo: giros argumentales dignos de un thriller, una defensa que parece sacada de un monólogo de stand-up, una fiscalía con nervios de acero y, por supuesto, un juez que cada día se despierta preguntándose por qué aceptó el cargo en vez de estar aquí lidiando con este circo.

Porque, sí, esto ha sido un circo. Pero, aunque todo sea esperpéntico, no hay que olvidar que hay una persona jugándose una condena que podría ir desde una multa hasta una pena de prisión. Y en este vodevil judicial, no faltan los números dignos del mejor teatro del absurdo. ¿El más inesperado? Sin duda, la intervención del perito sordomudo. Para quien no haya seguido la trama, esto fue lo que pasó: David Murillo, un experto en lectura de labios, testificó en el juicio sobre lo que realmente se dijo en aquel famosísimo momento del beso. Y aquí es donde la situación se vuelve completamente surrealista. El juez, en un alarde de genialidad judicial, decide que el intérprete de Murillo no debe traducir algunas preguntas para no «contaminar» su testimonio. ¿Cómo? Sí, sí, lo han leído bien. Un hombre que depende de la interpretación de señas para comunicarse, y el juez le dice que algunas partes mejor que no se las traduzcan. Es como decirle a un futbolista que tire un penalti con los ojos vendados porque, oye, así es más justo.

¿Y cómo reaccionó Murillo? Con la paciencia de un santo y la resignación de alguien que claramente ya ha visto demasiadas cosas en la vida. Mientras tanto, el juez, viendo que la situación se le estaba yendo de las manos, trataba de mantener el orden como el profesor de secundaria que sabe que, pase lo que pase, hoy tampoco va a conseguir que los alumnos presten atención. Y la CNSE (Confederación Estatal de Personas Sordas) no tardó en denunciar lo ocurrido, porque, claro, todo comenzaba a parecerse demasiado a un sketch de Monty Python.

Pero no nos detengamos ahí. Volvamos al espectáculo principal: la batalla de las versiones. La defensa de Rubiales, con la convicción de quien intenta vender un coche sin motor, sigue insistiendo en que aquello fue un «pico espontáneo», «sin intención sexual». ¡Ah! Y que si se la ve sonriendo en los vídeos posteriores, eso automáticamente invalida cualquier reclamo. Si y no...

Mientras tanto, la fiscalía, armada con la paciencia de un Buda y el escepticismo de quien ha visto demasiadas películas de abogados. Y, claro, aquí es donde nos damos cuenta de que todo esto no va solo de un beso, sino de cómo se interpreta el consentimiento y de cómo este puede ser viciado dependiendo de la versión.

Pero si hay alguien que realmente merece una ovación en este juicio, es el juez Francisco de Jorge. Pobre hombre. Se le nota el agotamiento en cada nueva sesión, en cada nuevo testimonio, en cada nuevo intento de que este proceso no acabe convirtiéndose en un reality show de los más absurdos. Hay momentos en los que su desesperación se siente a través de la pantalla. «Pero por favor, señores, respondan a lo que se les pregunta», parece querer gritar cada dos por tres. No se lo podemos reprochar: ha tenido que escuchar explicaciones sobre picos espontáneos, sobre el lenguaje de los labios, sobre si una sonrisa en un vestuario invalida una denuncia, y todo sin perder la compostura. Hay que decirlo: es un héroe silencioso de esta tragicomedia.

Y ahora, con el juicio visto para sentencia, solo nos queda esperar. ¿Cuál será el veredicto? ¿Se hará justicia o esto terminará como uno de esos partidos que acaban con un penalti dudoso en el último minuto? Sea como sea, el caso Rubiales ha sido un recordatorio de que, a veces, la realidad es más absurda que la ficción. Y que si algo nos ha enseñado este juicio es que el fútbol español ya no solo nos ofrece espectáculo en el campo, sino también en los tribunales.

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