Llevo años preguntándome por el significado de un pequeño texto que recoge una singular experiencia de Gulag. ¿Cómo debe estar hecho el ser humano para relatar una cosa así?
Los amigos - a los que les he enviado el texto y preguntado- no me han sabido dar más que alguna que otra respuesta prefabricada e inconsistente frente al filtro de la humana razón.
Para no hacerse trampas al solitario -cosa que es harto común- hay que ser muy leal, tener muy bien amueblada la cabeza. Tengo un amigo que subraya el valor de una educación que consista en una mirada abierta de par en par a una apertura insaciable a pesar de todas las conveniencias e intereses que la quieren cerrar prematuramente. Qué gran tentación. Sin embargo, tener abiertas ciertas preguntas en el corazón -prolongadas en el tiempo- educan a estar más atento y ser más humano, más paciente.
Ahí va el texto del libro El fin del Homo sovieticus Svetlana Aleksievich:
«Cuando le concedieron la libertad, recibió́ una compensación por la muerte de su padre. «Le debemos el valor de la casa, los muebles…». Y le abonaron una elevada suma de dinero. Gleb se compró́ ropa nueva: un traje, una camisa y un par de zapatos. También compró una cámara fotográfica y vestido de esa guisa y con la cámara en bandolera, se fue al mejor restaurante de Moscú, el Nacional, y pidió los platos más caros, y bebió coñac y café para acompañar la mejor de las tartas. Satisfecho ya, pidió a alguien que le tomara una foto en aquel momento de su vida, el más feliz de todos. «Cuando regresaba a mi apartamento esa noche —me confió después— descubrí́ que no sentía la menor alegría. Ni metido en aquel traje, ni armado con aquella cámara fotográfica… ¿Y sabes qué me estropeaba la sensación de felicidad? El recuerdo de aquellos trozos de neumático y de la sopa en la sala de calderas: ¡aquello sí era felicidad!». Nos preguntábamos dónde radicaba, entonces, la felicidad.»
Hay que encontrar algo, un factor, que estuviera en la sala de calderas y no en el Nacional. Algo, algún factor, tan, tan potente que pueda y sea mucho más grande y decisivo que la aparente comodidad que gana por goleada al restaurante de Moscú frente a la sala de calderas. Encontrar ese algo potente tendrá que ser algo realmente decisivo para la vida del hombre. Tenemos, por fuerza, que descartar las pipas y cosas superficiales.
Otra pista a la que a mí me parece fácil de llegar y observar es que la mayor de las circunstancias cómodas de esta vida produce generalmente un hastío en el alma proporcional. Basta ver la tercera temporada de la serie The White Lotus anunciada estos días pasados a bombo y platillo. La vida en un hotel de super lujo que refleja desde el primer instante la vaciedad de una vida así.
Bien. Pero estas pistas no explican el enigma. Después de años he encontrado una hipótesis que pudiera acercarse a la solución. Aunque antes de seguir leyendo, conmino al lector a que se dé -a sí mismo- tiempo para pensar y poder descubrirla por sus propias armas (inteligencia, cultura y experiencia adquiridas) . Si así sucede ruego me escriba un mail a chules@bocatas.io.
Bueno, después de años de búsqueda, he descubierto - de un modo imprevisto- que ese factor se llama: estima. La persona encuentra su hogar o su casa en un sitio donde otros tienen estima por él. En la película «La zona de interés» que versa sobre el día a día de la familia alemana del comandante de Auschwitz cuya casa colinda con el campo de exterminio de Auschwitz, se ve un ejemplo perfecto de esto. La estima del sistema nazi alemán por su comandante hace que él y su mujer encuentren en semejante sitio tenebroso su hogar. Aun a sabiendas que en ese mismo lugar -ojo al dato-, se colabora activamente en generar un verdadero infierno para los otros, los judíos. Por supuesto, para los judíos, debido a esa falta de estima, el lugar es el mismísimo infierno en esta tierra.
Quizás por ese motivo la sala de calderas y la sopa boba fueran una casa para Gleb porque allí encontró amistades y gentes con una estima recíproca.
Hay un libro, hasta hace poco tiempo descatalogado, donde se ve esto a las claras en una de las peores cárceles rumanas del SXX: Diario de la felicidad donde Nicolae Steinhardt, judío rumano, cuenta su experiencia de 12 años de cárcel a la que fue condenado en 1959: «En la pequeña celda de Zarca, solo, me arrodillo y hago balance. Entré en la cárcel ciego y salgo con los ojos abiertos; entré mimado y caprichoso y saldo curado de ínfulas, aires de grandeza y caprichos; entré insatisfecho y salgo conociendo la felicidad; entré nervioso, irascible, sensible a las minucias y salgo indiferente; el sol y la vida me decían poco, ahora sé saborear un trozo de pan, por pequeño que sea; salgo admirando por encima de todo el valor, la dignidad, el honor, el heroísmo; salgo reconciliado: con aquellos a los que he hecho mal, con los amigos y los enemigos, incluso conmigo mismo» El secreto del libro, dice el autor, está en que los presos hicieron un pacto por el que se cuidaban los unos a los otros, todos tenían compasión unos por otros.
Amistad, estima mutua o compasión tal vez sean palabras que a alguien normal -que no haya pasado por la (mala) experiencia de ver cómo un lugar que debiera ser su casa se transforma por mor de otras personas en un auténtico infierno- no le digan mucho. Tal vez esas personas son las que abarrotan los hoteles de lujo en vacaciones y los buenos restaurantes los fines de semana.
Esas que han pasado por una experiencia así, tal vez busquen lugares más auténticos, humanos.
La estima. Qué importante y decisiva para la vida. Esta palabreja nos separa o nos une íntimamente a otros, nos hace reconocer un hogar o el infierno. Qué importante es una educación de servicio y compasión hacia al otro en vez de hegemonía y narcisismo que impida ver el sufrimiento del prójimo y hace que miremos para otro lado mientras no nos toque a nosotros vivir en el infierno.
Tal vez no explique todo el significado que hay detrás de la experiencia prototipo de nuestro amigo Gleb, pero cuántos Gleb podemos ver hoy en día y cuantos «machaca Glebs» que miran para otro lado, que pierden su humanidad porque miran para otro lado cuando ven el sufrimiento en el prójimo: verdugos y tontos útiles. Los infiernos están llenos de ellos.