La banda de los cuatro
En sentido coloquial, y en su sentido más favorable, una banda es un conjunto de personas con tendencia más o menos agresiva respecto a otras personas o grupos. En su sentido más negativo, esa banda organizada suele tener fines delictivos.
Todo lo que se va conociendo sobre los cuatro del Peugeot no es sino síntoma de que los muchos días y kilómetros compartidos para hacerse con las riendas de un partido centenario solo fue posible porque entre ellos había sintonía, tanto en los fines como en los objetivos, en el procedimiento y en la forma poco ortodoxa de tratar a los compañeros.
No es el momento de atribuir responsabilidades penales a ningún miembro de la banda, hasta tanto no sea la Justicia la que determine y sancione sobre el particular. Pero si podemos compartir el sentimiento de rechazo al estilo, las formas y los modales de quienes descalifican a sus propios compañeros como petardos, hipócritas, pájaras, jodidas, tocahuevos y otras lindezas.
Muchos kilómetros compartiendo contactos y recabando apoyos entre una militancia más o menos primaria debieron hacer pensar que ese es el estilo apropiado para gestionar la cuarta potencia económica del euro, pensando que los españoles podrían ser dirigidos por individuos con estilo chulesco y barriobajero. Y así tenemos el resultado que tenemos: hoy están imputados dos miembros de la banda, el tercero está en vísperas de serlo y el cuarto, al que los otros llaman «el uno», tiene en entredicho la conducta penal de su esposa y de su hermano, ocasionado sin duda por el beneficio de su cercanía al poder que le abría todas las puertas de la influencia política. Como la sabiduría popular tiene dicho, «dime con quien andas y te diré quien eres».
La mínima cautela y el máximo respeto a la presunción de inocencia nos debe excluir de hacer juicios de valor en el ámbito jurídico. Pero en términos políticos, todo lo que se está viviendo sobre la conducta de los cuatro de la banda no es digno de servir de ejemplo para un país que se precie a sí mismo ni para una ciudadanía que reclame un mínimo respeto para su dignidad.
El sanchismo, como forma tramposa y torticera de regir el interés general al servicio de unas minorías egoístas, tendrá su final que será más o menos dramático. Lo procedente ahora es que los sectores políticos y sociales de un país herido comiencen a articular unos proyectos de reformas para que terminen tantos abusos, tantos privilegios y tanta liberalidad y desvergüenza en la administración del interés público, y conseguir que la unidad territorial, el principio de igualdad y la separación de poderes sean debidamente gestionados por una administración servida por profesionales seleccionados en base a los principios de igualdad, mérito y capacidad y no por una legión de enchufados.