La verónicaAdolfo Ariza

Terminadas las Comuniones

[Ilusa carta abierta a niños y niñas de Primera Comunión]

Estimado niño o niña de Primera Comunión:

Como ya sugirió en su momento un Papa de comienzos del siglo XX, San Pío X, para tu Primera Comunión no era necesario «un conocimiento pleno y cabal de la doctrina cristiana». Lo cual no quita que hayamos sido capaces de dejar en ti el buen sabor de boca por el que continuar aprendiendo «gradualmente todo el catecismo». Este mismo Papa nos recuerda que el objetivo último de tu catequesis habría debido de ser el que distingas «el pan eucarístico del pan corporal y común» para que te acerques a «la Eucaristía con la devoción» que tu edad permite. También se trataba de que hubieras podido percibir, gracias a tu sacerdote y catequistas, que ojalá participases después de tu Primera Comunión cada domingo en este Sagrado Banquete. ¿Lo hemos conseguido?

Otro gallo nos hubiera cantado, prosigo con el mismo Papa, si te hubiéramos hecho ver cuando venias a Misa que cuando comulgábamos no lo hacíamos «por rutina, vanidad o respetos humanos, sino por agradar a Dios», unirnos «más y más a Él por el amor y aplicar esta medicina divina» a nuestras debilidades y defectos”. Para serte sincero, estimado niño/a de Primera Comunión, no sabría decirte con verdadero conocimiento de causa si cuando hemos comulgado hemos estado «libres de pecados veniales, al menos de los completamente voluntarios y de su afecto». ¡Y cuánto más de los mortales! Lo mismo ni se dio «una preparación cuidadosa» ni le siguió «la conveniente acción de gracias, conforme a las fuerzas, condición y deberes de cada uno». En este sentido, no hace mucho, un consejo integrado por teólogos de todo el mundo al servicio del Papa indicaba el siguiente problema: «Se da una distancia entre lo que la Iglesia profesa que se celebra en la Eucaristía, los requisitos para participar plenamente en la misma, las consecuencias que comporta en la vida ordinaria y lo que muchos creyentes buscan en celebraciones ocasionales o esporádicas de la Eucaristía»

En relación con lo que te vengo diciendo, deja que te cuente lo que un gran obispo alemán, que con el tiempo llegó a ser Benedicto XVI, decía a los jóvenes seminaristas que se preparaban para el sacerdocio: -«Es peligroso moverse constantemente en la cercanía de lo santo que fácilmente se le hace a uno cotidiano y habitual y, de ese modo, termina siendo fatal […] la costumbre insensibiliza». A través del ejemplo del sacristán ilustra de forma bastante gráfica lo que venía diciendo: -«Sabéis que, si hay un sacristán que a diario está en contacto con lo más sagrado, acaba pronto por dejar de arrodillarse, porque lo encuentra demasiado habitual. Este riesgo lo experimentamos todos al sentir que lo grande nos supera, pero luego se convierte en una rutina, dejando de percibirlo y experimentarlo en toda su grandeza o como algo que nos supera y ante lo cual sentimos temor o agobio».

También puede que, contra el sentir de la más elemental pero verdadera antropología y pedagogía, hayamos dudado de tu capacidad de Dios y obviando tus preguntas sobre el sentido de la vida aun cuando el establishment presta poca atención a tu educación. Contraviniendo el más elemental sentido común hemos «pasado» un tanto de tu capacidad de preguntar «por el sentido de la creación, la identidad de Dios, el porqué del bien y del mal», y de tu capacidad de alegrarte «ante el misterio de la vida y del amor» (DC 236).

Si dice el Catecismo de la Iglesia Católica que «la memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración», - sigue diciendo el mismos Catecismo -, ¡qué importante hubiera sido el que te hubiésemos hecho «gustar su sentido» (CCE 2688)!

Estimado niño/niña de Primera Comunión salta a la vista que estas letras - puede que nunca - no caerán en tus manos. Pero, ¿y si cayeran en manos de tus sacerdotes, catequistas o padres?

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