La verónicaAdolfo Ariza

Carta abierta a Román, Fuentes Bocanegra y Quintana

Mirarte en el espejo de Manolete no es presunción sino el más genuino ejercicio de humildad puesto que cuánto se puede aprender del magisterio de aquel que supo «crearse una norma para torear»

Actualizada 04:30

Vaya por delante toda mi admiración y respeto por la profesión a la que ojalá hayas sido llamado definitivamente por esa misma Providencia que, taurinamente hablando, tantas veces da y otras tantas quita. Permite que interrumpa brevemente tu concentración y deja que te hable de alguien de quien de seguro sabes más que un servidor, Manolete, y de lo que bien podría denominarse como Escuela Cordobesa.

Mirarte en el espejo de Manolete no es presunción sino el más genuino ejercicio de humildad puesto que cuánto se puede aprender del magisterio de aquel que supo «crearse una norma para torear»; una norma «que responda única y exclusivamente a su conciencia». Sus mismas palabras, «[…] el héroe en la vida sólo responde a la circunstancias», son punto de apoyo para trascender cualquier tipo de contratiempo o adversidad. Recuerda que tras los elogios recibidos en su alternativa en Sevilla mantiene la magnanimidad del que pide que se señalen «los defectos y que no se prodiguen tantas alabanzas». Recuerda también que ya en la cima de su carrera no se vio emborrachado o cegado por el éxito: -«El estar en la cumbre requiere una gran dosis de filosofía y de paciencia. Yo tengo dicho antes, que por el mundo hay una plaga de curiosones, lunáticos y sobones que caen, especialmente, sobre el torero, de manera alarmante y sofocante».

Precisamente al final de su última temporada como novillero le confesaba a un periodista cordobés de ABC que «sin afición no se puede torear» y que «no es el aplauso, ni el nombre, ni el provecho económico», sino «la plena satisfacción de vencer con la inteligencia algo que parece imposible, que es precisamente la lidia de toro» lo que constituía su norte. Es más, cuando el plumilla le recuerda las críticas que se le hacen por «esa modalidad de pasar la muleta al toro», mientras pone «impasible la mirada en los tendidos», ni corto ni perezoso le responde: -«Pues mire usted, es algo que yo hago tan a conciencia que será muy difícil que abandone nunca. Ni busco efectos, ni pretendo ovaciones; ni quiero parangonarme en hombría con los compañeros que están conmigo. Sencillamente eso lo hago, cuando logro materialmente emborrachar al toro con la muleta, y sé que es bastante un juego mecánico de mi muñeca y el suave impulso de tirar del animal para hacerlo pasar».

-Admirado novillero, ¿y si volviese a resurgir en vosotros la Escuela Cordobesa? De los grandes integrantes de la misma, el crítico César Jalón Clarito decía en su momento que «los maestros cordobeses» eran «devotos del arte sobrio, solido, austero» y que eran estos los que sobrevivían «a los percances irreparables, conservando ternes su personalidad en primea línea». Para Clarito, otros podían «tener más capacidad; algunos destacar temeridades que lindan el suicidio; los más ejercer el toreo de relumbrón, con adornos, desplantes, variedad de suertes y de estilo: en una palabra lo que se llama alegría y vistosidad en la lidia». «Pero en lo de hacer la faena que pide el toro – sigue diciendo Clarito -, mantenerse en el ruedo con soberana inteligencia y el mando necesario, cuajar esta faena con naturalidad y sin forzamientos, siempre a base de emoción», radica el «gran secreto que tiene el toreo cordobés, lento, muy lento en conseguir mantenedores de este peculiarísimo estilo». Piensa querido novillero – y sigo con Clarito – que para que surgiese Manolete, «para que represente con firmeza la Escuela Cordobesa», tuvieron que «transcurrir más de cincuenta años». Sevilla da «cada día toreros nuevos de ese estilo alegre y gracioso que subyuga en conjunto»; y sin embargo Córdoba, «al parecer dormida, y como presa de un serio embarazo con todas las dificultades de un alumbramiento», «sublimizada por unos y motejada por otros», era y será «siempre e indiscutiblemente bien necesaria para reverdecer las verdaderas esencias taurinas y crear esa armónica competencia sin la cual no puede vivir la afición».

La esencia de esta Escuela con mayúsculas la definió El Monstruo cuando a pregunta de un periodista sobre su comprensión de la faena con el capote respondió: -«[…] si me guarda usted el secreto le voy a decir a usted algo interesante. Yo podría ser un torero largo con el capote, porque poder y recursos no me faltan. De tal modo, que cuando ha salido el toro propio para hacerlo, me he dejado ir de los caprichos del público y lo he ensayado todo: gaoneras, chicuelinas, largas cambiadas y hasta en un día de humor, he galleado y he toreado por revertinas, o sea capote al brazo. Pero soy un esclavo de la sobriedad en este primer tercio – no sé si con esto interpreto a la escuela cordobesa – y soy esclavo porque al toro no se le puede ni se le debe dar más que lo que necesita. En los primeros momentos, el animal es dueño de todo su poderío y el lance resulta fácil y vistoso. Y un diestro que tenga verdadera conciencia de lo que trae entre manos, sabe que no puede gastar en salvas lo que ha de necesitar después para salir airoso de su empeño».

Admirado novillero, solo me resta desearte toda la suerte del mundo augurando para ti, en esta próxima Feria de Nuestra Señora de la Salud, lo escrito con respecto a un jovencísimo Manolete por un periodista: -«Desde hoy la suerte del toreo ha caído en manos de un cordobés. Miremos a aquella tierra, como tierra de promisión taurina y desde el fondo de nuestra alma, demos un: ¡Viva Córdoba!».

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