In Illo uno unum
Reconoce el mismísimo san Agustín, en su comentario al salmo 127 [Felicidad del Justo], que en el salmo 126 hay «un versillo oscuro» en el cual se dice: «Como saetas en mano de un poderoso, así son los hijos de los sacudidos». Parece que lo pertinente, siguiendo al santo, sería indagar sobre quiénes son estos «hijos de los sacudidos» precisamente «sacudiendo el salmo», «no suceda que nos engañemos por el envoltorio, y, palpando lo que se halla dentro, pero no viéndolo, quizás tengamos por madera lo que es oro, y por cascajo lo que es plata». Al sacudir el salmo resulta que esos «hijos de los sacudidos» son los mártires y que posiblemente no existe un mejor anhelo que el ser tenidos por «hijos de los sacudidos» ya que así seríamos «saetas en manos del potente» que «nos arrojará por su mandato hacia los corazones de los hombres que aún no aman, para que, heridos con las saetas de las palabras de Dios, amen».
En medio de toda esta vorágine, subraya san Agustín que «son muchos los hombres y un hombre solo». Como «muchos los cristianos y un solo Cristo». De manera que «estos cristianos, con su Cabeza, que subió al cielo, son un solo Cristo». Lo cual, aclarado, significa que «no es Él uno y nosotros muchos, sino que, siendo nosotros muchos en Aquel uno, somos uno» – In illo uno unum -. Luego, prosigue el de Hipona, si Cristo es uno, Cabeza y Cuerpo, se pregunta acto seguido «¿cuál es su Cuerpo?». La respuesta es aquella misma Iglesia por la que aun cuando se nombra a «muchos cristianos», se reconoce «a uno solo en un solo Cristo». Luego también somos muchos y somos uno. Ahora bien, «¿cómo somos muchos y uno?». San Agustín responde: «Porque estamos unidos a Aquel del cual somos miembros, de cuyos miembros está la Cabeza en el cielo para que después sigamos los miembros».
Así las cosas, «el mismo Cristo se halla en los cristianos, a quienes por el bautismo todos los días engendra la Iglesia». De ahí que sea clave preguntarse: «¿Acaso no perteneces a los miembros?». Y también sea clave responder: «Si no está en ellos, llora, porque ni aquí ni allí lo tendrás. Si estás en los miembros, estate seguro, porque, si los tienes allí y no aquí, será más fructuoso tenerlos allí en los miembros que aquí en la carne». Para san Agustín está fuera de toda duda que «si él hubiera sido sólo hombre… tú jamás hubieras alcanzado. Si él hubiera sido sólo Dios… tú jamás hubieras alcanzado» (Enarrationes in Psalmos 134, 5).
En este mismo comentario de las Enarraciones sobre los Salmos, enseña san Agustín que no hay mejor modo de entender un salmo que hacerlo como si lo hablase todo de Cristo y que sea escuchado por todos, «unidos al Cuerpo de Cristo y hechos miembros de Él». Se pregunta también en su comentario al salmo: «¿Qué amamos en Cristo? ¿Los miembros crucificados, el costado herido o la caridad? Cuando oímos que padeció por nosotros, ¿qué amamos?». La respuesta es obvia: «La caridad». Así, si «todos nos hallamos en sus miembros; somos miembros de Él, y, por tanto, somos un único hombre», «vea cada uno qué caridad tenga».
En definitiva, si Cristo es la cabeza de su cuerpo, de la Iglesia (Christus totus), no sólo garantiza (contra los donatistas) la santidad radical e inmutable de la Iglesia, sino que es también (contra los pelagianos) el mediador de toda gracia. Por eso el hombre recibe la gracia de la salvación sólo participando en el acto redentor de Cristo que consiguió todas las gracias; y se hace partícipe perteneciendo al cuerpo de Cristo por medio del Bautismo.
Esto es todo lo que en principio puede dar de sí el lema pontificio que rotula el escudo de armas del Papa León XIV: Todo un programa.