Neojipis
«Enróllate, sé moderno, y deja de ser facha»
Según salí del «chino» de comprar cosas que no necesito, fue cuando le vi. Era un pavo, un viejo colega del Ángel de Saavedra, del insti, ya sabes, donde repetimos COU un par de veces. De aquellos de la old school. Vi que tenía mala cara. Poco después, yo acababa de apurar un café con leche en caña en el bar de la esquina del barrio de siempre. Y volví a verle. Juraría, por su forma de andar, que escuchaba por los cascos Coldplay o alguna mierda de esas. Vestía raro. Vestía neojipi.
El barrio de Santa Rosa, todavía, por las mañanas aunque no siempre, aún huele a puchero a medio hacer de patio de vecinos, cuando me levanto. A olor a puerro y zanahoria cocidos, a bocata de chopped de recreo de colegio de curas, a bingo gamberro recién chapado, a lejía a granel del Dos Haros, a copa de solysombra mañanero junto a vaso de café en bares ya no tan viejos, a afterhour recién abierto otra vez -ponme la última, eh, bro-, a manguerazo en el patinillo de señora con delantal de siglos en las casitas de Valdeolleros, a colonia Nenuco a la altura del ambulatorio, y a marujas haciéndose la cruz mientras meten codo en la cola del Modesta.
Pero, en el barrio de Santa Rosa, aún, no es habitual cruzarse con un neojipi.
Nuestros barrios son un fabuloso escaparate de diversos tribus novedosas, amén de una multiculturalidad envidiable. Asisten nuestras calles a una eclosión de nuevas formas de vida, de «sentir», de individuos «racializados» -¿acaso no lo somos todos?-. Que mola, quillo, vaya si mola. Sirva, pues, este trabajo de campo para un análisis riguroso y muy descabellado sobre la fauna que campa por nuestros centros comerciales, por nuestros gimnasios, por colmados, por nuestros centros cívicos, por maravillosas boités y por nuestras benditas mercerías. Porque todos, alguna vez, merecemos un instante de gloria.
Centrémonos hoy en una tribu urbana local. Es curioso, pero el «neojipismo» tiene más éxito -producto, sin duda, de nuestras ejemplares políticas de igualdad- entre la parroquia femenina. Ello ha desembocado en la figura de la ya tradicional jipi-pija, con faldas de volantes con detalles indígenas -una mezcla entre motivos tribales de la Polinesia, su pelín tuareg, y cuarto y mitad tlaxcalteca o nahua-, camiseta deportiva de fitness, leggings a los cincuenta o un chándal directamente de marca, acompañado, oh, de bolso Louis Vuitton -las más pudientes- o un Bimba y Lola: ambas de mercadillo. Mono y sugerente, así, con estilo multicultural y mestizo. Ideal para ir de picnic al almacén contemporáneo de nombre C3A, sito en nuestra ciudad, y donde usted, so merluzo, no debe confundir una sublime obra de arte o accesorio de happening currao con el mocho de la fregona de la mujer de la limpieza, apoyado en una esquina junto a la pared. Los neojipis van mucho a estos sitios. Y menos mal, porque, si no lo hicieran, ya me contaría usted quién se encarama hasta aquel enorme trastero brutalista varado en pleno parque de Miraflores. Perdón, quise decir centro-de-creación-contemporánea, así, dicho de seguido.
En resumidas cuentas. La especie neojipi liberal progre -y liberal- cavila, rastrea, olfatea, mientras usted, insensato, descansa.
Síntesis de semejante escombrera multitribal, donde lo mismo cabe un temita guapo de Fito y Los Fitipaldis, que lo último de Rosalía, que si pago un salario de tres meses por ver a los Rolling Stones en Lisboa haciendo el imbécil desde una distancia de quinientos metros para luego contarlo, que otro de El Canto del Loco, su poquito de rap rabiosamente progresista: mezclado, eso sí, con un imposible cover facha de La Oreja de Van Gogh. Y sin que falte su pizca de lenguaje inclusivo y un par de anglicismos, y abreviaturas tipo «porfi» o «pisci». Cándidos ellos, sofisticadas ellas, esta nueva tribu urbana está que lo peta.
Las lecturas de los neojipis son variadas y consistentes. Y van, pendulan, desde alguna autora feminista sistémica a lo Almudena Grandes, a otra de Premios Planetas, o múltiples blogs sobre moda femenina y masculina de Tik-Tok, con sus correspondientes accesorios en forma de abalorios para caballeros, botas de cow-boy para ellas, y pañuelo fantasía para ellos. Tiendas de segunda mano mola mazo. Porque lo de la moda masculina no se queda atrás: ya sabes, boho-chic y cejas depiladas. Enróllate, sé moderno, y deja de ser facha. Ellas desprecian la moda «tradwife».
En la década de los 90 nunca tuvimos mucho que hacer, pero a aquel viejo notas, ya neojipi, del Ángel de Saavedra, nunca volví a verle. Y me faltó gritarle, desde aquella esquina de la cafetería, que las rentas del trabajo -clases medias y trabajadoras-, que no las del capital financiero globalista, son las que quizás permitan que yo escriba aquí, bro. Y que tú existas. Porque a ver si va a ser verdad la pintada que leí alguna vez escrita, a boli Bic, en la puerta de un baño de la estación de autobuses de Córdoba: «Desde hace muchas lunas, en España hay más tontos que aceitunas». Que no hombre, que no. Qué va.