La verónicaAdolfo Ariza

Atrofia de fines, hipertrofia de medios

«Existe un evadirse de las profundidades hacia la periferia, cuando para la persona su vida anímica se convierte en tormenta, cuando el alma está llena de desesperación»

El diagnostico no es mío sino del filósofo Francesc Torralba (Barcelona, 1957) al reflexionar sobre el panorama educativo occidental. Trascendiendo lo del mundo de la educación puede que el diagnóstico sea también aplicable al «europeíto» o «españolito» de a pie e hipotéticamente más educado y leído. Torralba se hace eco de la sabiduría filosófica y teológica de Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz) y desde este pensamiento trata de arrojar luz sobre nuestra atrofia de fines e hipertrofia de medios.

La atrofia de fines se hace más que evidente cuando sin darnos cuenta tratamos de eludir la que bien podría ser nuestra «tarea más urgente»: «Saber qué somos, qué debemos ser y cómo podemos llegar a serlo». De hecho, prosigue Stein, «educar quiere decir llevar a otras personas a que lleguen a ser lo que deben ser». Pero, obviamente, esto no será posible «sin saber antes qué es el hombre y cómo es, hacia dónde se le debe conducir y cuáles son los posibles caminos para ello».

Stein, tal y como nos propone F. Torralba, pone claramente el dedo en la llaga: «En la gran masa existe un desagarro interior, una carencia total de convicciones seguras y fundamentos sólidos, un dejarse llevar sin rumbo y, como resultado de la insatisfactoriedad de semejante existencia, una ‘embriaguez’ en placeres cada vez más nuevos y refinados»; y, cómo no, también «entre aquellos que quieren una vida con un contenido serio, una inmersión exagerada en un trabajo profesional unilateral que, si bien les preserva del torbellino de la vida epocal, tampoco puede detener este torbellino».

En realidad, con una cierta cura, se percibe claro que no es sino dispersión por doquier o evasión a mansalva. Edith Stein, en Individuo y comunidad, lo ilustraba en estos términos: «Existe un evadirse de las profundidades hacia la periferia, cuando para la persona su vida anímica se convierte en tormenta, cuando el alma está llena de desesperación […] Aunque la ‘evasión’ logre el éxito apetecido, sin embargo la desesperación sigue estando en el fondo del alma y mientras el yo se entrega plenamente a la actualidad de la vida periférica».

Sin lugar a dudas condimentan este guiso un no cultivo de la memoria ya que solo es posible comparar el ser presente con el ser pasado si existe memoria. Cuánto ganamos cuando somos capaces de percibir que no somos nada sin dos potencias del alma: la facultad de recordar y la de anticipar. También adereza el sopicaldo el no disponer de un nutrido universo de palabras por las que podamos revelar nuestra interioridad, quedando, por tanto, atrapados en ella sin la más mínima posibilidad de dar a conocer nuestros adentros. Pero hay un elemento que le da el más sutil toque final: la mismísima hiperestimulación” a la que nos vemos sometidos como consecuencia de nuestra dependencia tecnológica. Casi sin darnos cuenta la dispersión mental y emocional y la sustitución de la educación por el placer – necesariamente los procesos educativos tienen que ser divertidos, entretenidos, estimulante y placenteros – se han convertido en las coordenadas básicas que parecen indicarnos norte-sur, este-oeste.

En semejante panorama, ¿qué hacer? ¿Por dónde empezar? Sin muchas más zarandajas, bien optimistas o bien pesimistas, Torralba nos recuerda que «el conocimiento de uno mismo es el preámbulo del conocimiento de Dios». Citando a la Stein de Ser finito y ser eterno nos invita a retener que «la vida interior es aquí un ser consciente, el yo un ser despierto, cuyo ojo espiritual mira hacia el interior y hacia el exterior: puede asumir comprendiéndolo todo lo que va hacia él, responder en una libertad personal, de tal o cual manera. Lo que puede y porque lo puede, el hombre es una persona espiritual». Finalmente el filósofo nos invita retomar dos claves en el pensamiento de la filósofa: la fuerza de la gracia y la vocación que no es sino la respuesta a una llamada interior.

En definitiva y con san Agustín: «Niégate a ir fuera, regresa a ti mismo; en el hombre interior habita la verdad; y si hallares mudable tu naturaleza, trasciéndete también a ti mismo» (De vera religione, 72).

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