Imagen de una mujer soldado

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Crónicas castizas

La desertora afortunada

Allí conoció Internet y usándolo chateó con un chico de un pueblecito de Perú y floreció el amor, para el que ella es fértil. Con ese impulso vital, más corta que perezosa, marchó a América y se fue a vivir con él. La cosa cuajó más allá de los bytes

La enviaron sus padres a Madrid desde el pueblo a casa de unos parientes que la acogieron con esa solidaridad familiar intensa que aún queda en el Palacio de la Moncloa y en los barrios populares.

Para ayudar en la casa, Neli hacia la limpieza, pues los dos del matrimonio hospitalario trabajaban y ella disfrutaba de la casa vacía casi siempre. Tras dejarla como los chorros del oro cada día se hacía la merienda y lo ponía todo perdido de migas y restos de comida. Limpiaba antes, no después. Era obvio que no había mala intención, sino problemas de cálculo.

Un día estaban haciendo cocido y el hombre de la casa se extrañó al pasar ante la cocina del piso y verla derramando el líquido de la olla:

–¿Qué haces?

–Tiro el agua sucia del cocido.

Con más ánimo pedagógico que sorna él le dijo: –Nosotros lo llamamos sopa y no lo tiramos sino que echamos fideos– se explicó más sorprendido que molesto.

Esos detalles avisaron de lo que iba a pasar cuando ella se presentó a los exámenes de especialista de las Fuerzas Armadas, suspendió y se quedó sin lucir el galón blanco.

Al final, perseverante, se alistó como soldado raso, tropa auxiliar, al Ejército español y logró entrar. Tras el periodo de instrucción, en aquel tiempo, la dieron un destino al que se incorporó y donde despertó la simpatía de sus jefes por su buena disposición. Allí conoció Internet y usándolo chateó con un chico de un pueblecito de Perú y floreció el amor para el que ella es fértil. Con ese impulso vital, más corta que perezosa marchó a Hispanoamérica y se fue a vivir con él. La cosa cuajó más allá de los bytes. Su magro sueldo de soldado español la hacía casi la más afortunada del pueblo peruano. La geografía tiene esas cosas. La familia creció sin pasar por la iglesia, fue fecunda, hicieron uso del matrimonio y tuvieron hijas, la suegra puso coto a los iniciales gastos desaforados de la pareja y los encarriló en un negocio que no prosperó.

Neli se trajo a su hermana y comenzaron a vivir de una tarjeta de crédito que nunca pagarían y cuyo saldo se fundieron con premura.

Como Neli no nacionalizó como españolas a sus dos hijas, su padre, desde España, preocupado, le envió dinero para los trámites, que despilfarraron en francachelas ajenas. Al final, el padre se vio abocado a hablar directamente con la embajada española en Lima y consiguió nacionalizar a sus nietas pagando todos los gastos directamente.

Años antes, en España, el padre de Neli, alarmado por su desaparición previa y antes de saberse abuelo, se presentó en su momento en el cuartel ante el oficial encargado del servicio donde ella tuvo destino, le informó en su momento que se la consideraba desertora, pues se había ausentado varios días sin explicación con posterioridad a la jura de bandera. Al padre aquello le dejó seco y se acordó vagamente de la película «senderos de gloria» y sus fusilamientos a mansalva y recordó lo que le habían dicho cuando hizo el servicio militar, sonaba fatal pero el capitán le tranquilizó aclarándole que para cuando acabase el ahora largo proceso militar ella habría terminado su periodo de enganche. Eso sí, en el peor de los casos le podían caer a la insensata de uno a cuatro años de prisión, improbable por el escaso ardor guerrero del momento político. La sangre no llegó al río y los padres de Neli la prepararon su vuelta, que se dilató, y convirtieron el corral, donde merodeaban los animales y brotaban las verduras, en una vivienda para sus hijas y sus nietas que tanto demoraron su vuelta que el delito de deserción prescribió mientras la desertora estaba en América.

Contaban en España con la herencia de su abuelo. Soltero empedernido y buen agricultor de sus tierras feraces, por las que contrataba cuadrillas de braceros para la recolección y la siembra. Pasaba los 40 años de edad cuando su madre, la bisabuela de nuestra desertora, quiso poner fin a las correrías del soltero de oro de la comarca que transmitió algo de su ADN granuja a Neli, y metió en la casa a trabajar a una moza que era un clavel reventón a sus 20 años. Se casaron, con ella preñada y sentó la cabeza, pues tal era el objetivo de la jugada.

La joven esposa decidió cambiar la vida de su marido, nada extraño tras el matrimonio, la existencia en un pueblo agrícola no era su paradigma. Envió a sus hijos a estudiar a la ciudad, retocó la casa familiar y luego intentó convencer a su marido de marcharse a la capital a buscar una portería donde trabajar.

El padre de Neli probó varios oficios en Madrid. Un accidente de caza con su primogénito le dio la incapacidad. En aquellos días nuestra futura desertora andaba de escapadas con los montadores de circos y de ferias y sin el graduado escolar por lo que la mandaron a la capital a estudiar y a casa de sus parientes.

El resto de la historia lo hemos contado ya.

Las dos hermanas viven ahora en el pueblo, en la antigua casa reformada del abuelo, y el padre, de nuevo agricultor y ganadero las ha advertido a sus niñas, escarmentado, que si ve por esos lares a un hispanoamericano, él no lo llama así, las pone a las dos en la calle desde que supo y tuvo conocimiento que el peruano, que no se quiso casar con su hija pero sí todo lo demás, planea instalarse allí y traerse a toda la familia para vivir de la granja y del huerto, y barrunta que también de su trabajo.

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