Mar Dorrio, madre e influencer: «Pudiendo tener doce hijos, no me voy a quedar con tres»
La influencer ferrolana gana el premio nacional 'Luchadora por la Familia', otorgado por la Plataforma per la Família Catalunya-ONU
Mar Dorrio tiene 12 hijos y más de 10.000 seguidores en Instagram. La influencer gallega, nacida en Ferrol, acaba de recibir el premio nacional Luchadora por la Familia, creado por la Plataforma per la Família Catalunya-ONU y que será entregado en una gala en Barcelona el próximo 6 de mayo. El presidente de la entidad, Daniel Arasa, justifica el galardón por cómo Dorrio «habla de la belleza de la familia y siempre en positivo», y destaca cómo manifiesta de modo habitual el amor hacia su marido, Javier Cuadrado, frente a quienes muestran la pareja «como un enfrentamiento continuo».
Conocida en Instagram como @whynottwelve y autora de varios libros –Calendario de Adviento, Cocinar con sobras, Después del sí quiero y el cuento El castillo de los calcetines perdidos–, Dorrio colabora con varios medios e impulsa también las tertulias de temática cristiana ‘El café de los viernes’. Entre sus próximos proyectos –confiesa– está publicar un libro sobre la adolescencia.
–¿Cómo se siente al recibir este premio?
–Me hace una ilusión enorme, y viendo a quién se lo han dado antes, a Leopoldo Abadía, a Jaime Mayor Oreja… ¡He aprendido lo que es el síndrome de la impostora! (ríe). Es un regalazo, y tengo el firme propósito de intentar merecerlo el resto de mi vida.
–¿Se considera –como reza el galardón– una luchadora por la familia?
–Con mi marido nos hemos dejado la piel por sacar adelante nuestra familia, al ser tantos en un momento en el que serlo es contracorriente. Y es verdad que he crecido viendo las familias como auténticos tesoros, lo veía en las calles de Ferrol. Y si es un tesoro, ¡pudiendo tener doce no me voy a quedar con tres!
–Complete la frase. La familia es…
–…lo mejor que le podemos dar a un ser humano. Es el cobijo de estar en casa aunque el mundo se hunda allá fuera, el refugio donde repliegas velas y donde te quieren a pesar de ser como eres. Donde no tienes que fingir ni sacar una plaza, porque está hecha a tu medida. Yo apelo por hogares que sean un ring de boxeo del amor. Del «yo te quiero más», y por eso bajo la basura, recojo este calcetín o te pongo una cerveza. Donde hay amor no necesitas leyes que te defiendan.
–Decía que tener una familia numerosa hoy es ir a contracorriente. Al mismo tiempo, usted y otras madres tienen un éxito considerable en redes sociales mostrando su día a día.
–Yo creo que la verdad, el bien y la belleza son tozudas. Si no, no tendría explicación que en un tiempo en el que las leyes quieren eliminar hasta la palabra «familia» y en el que las series y películas van en dirección contraria haya miles y miles de personas siguiendo a mamis de familias numerosas. Yo creo que el ser humano tiene ese anhelo de bien y de belleza, y que eso arrebata, atrae.
–¿Cuál cree que es la principal aportación de perfiles como el suyo en el «continente digital»?
–Que la gente se plantee que una familia numerosa puede ser real, y que entonces se pueden plantear alcanzarlo. Antes en Ferrol solo me conocían a mí, la trastornada (ríe), pero ahora ven que hay más y más gente, que se puede hacer y es posible. Alguna madre me ha dicho: «Cuando me enteré de que estaba embarazada pensé que si Mar puede con doce, ¿no voy a poder yo con tres?», y creo que cuando lleguemos al cielo veremos a ese hijo más en esa familia, a ese en aquella… Pero, más que numerosa, lo importante hoy es mostrar que puedes tener una familia y que, como te decía, es el mayor tesoro de esta tierra.
–Con doce hijos, le habrán dicho a usted de todo…
–Imagínate. Me dicen: «No puedes atenderlos igual», y es cierto. Lo que nos caracteriza a los padres de familia numerosas es que aprendemos a pedir perdón mil veces en un día, porque hay un montón de sitios a donde no llegas. Yo me acuesto todos los días sin ese cuento que no conté, sin ese preguntar la lección a este otro... pero también sé que todas esas imperfecciones son minucias al lado de una vida que merece ser vivida, la de cada uno de ellos. Cada vez que miro a mi hija Paz, la número 12, pienso que lo normal es que no hubiese existido, ¡y qué pena! ¡Lo que se hubiese perdido este planeta sin la presencia de Paz!
–Merece la pena.
–Exacto: merece la pena. La pena, no las alegrías, ¡aunque hay muchas! Aquí tenemos más cumples que nadie, pero las penas siguen mereciendo la pena. Además, muy pocas cosas en la vida tienen categoría de problema: hay que diferenciar entre momentos a resolver -más o menos pelmas, más o menos caros- y problemas reales.
–Esto choca con los posts, artículos y libros sobre crianza y paternidad que andan por ahí, en los que parece que hay que ser perfecto para no fracasar como padre, o madre.
–Sí, pero yo creo que el no hacerlo todo tan perfectito, a la larga, les da más herramientas. Esto me ha llevado mucho tiempo y disgustos, porque a veces me ha dado mucha pena no llegar a cosas que sabía hacer. Por ejemplo, yo quería acompañar a mi hija cuando se fue a la universidad, en Santiago, y decorar con ella su habitación, con un corcho, preciosa… pero la realidad es que su padre no estaba, yo tenía un bebé con lactancia y ella fue a Santiago en el coche de otros padres. Esa noche lloré lo incontable, pero aunque te encantaría estar y llegar la autoestima crece cuando ellos lo hacen solitos. Por eso creo que los niños de familias numerosas salen con una extraescolar de forjado de espíritu y de asumir frustraciones mucho más potente que otras familias.
–Antes hacía referencia al cielo, y en su perfil habla abiertamente de su fe cristiana. ¿Cómo lo han vivido en la familia?
–Con bastante libertad. Más que obligar, lo que sí hacemos es mucho márquetin de Dios. Yo les vendo a mis hijos lo que me aporta el Señor, y les digo, por ejemplo: «Si estás enfadado, tómate un café con Él, que haga ese efecto diálisis que transforma la bilis en comprensión y ternura». El Señor consigue transformar la ponzoña negra en oro líquido, y yo le hago mucha publicidad, para que mis hijos se enamoren: una vez lo tocan, o rozan, eso ya no se lo quita nadie.