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Chris Hemsworth y Elsa PatakyBlue Wasp / Splash News

El destino del País Vasco que Elsa Pataky elige para desconectar

A un paso de Francia y con algunos de los mejores pintxos del norte, Hondarribia es el rincón vasco donde Elsa desconecta del mundo. Historia, mar y alta cocina en un pueblo que invita a quedarse

Todos tenemos un lugar al que ansiamos volver. No por lo que ofrece a los sentidos, sino por lo que despierta en el alma. Un paisaje que deja de ser postal para convertirse en refugio. A veces es la casa de la infancia; otras, un rincón donde por fin el mundo baja el volumen. Para Elsa Pataky, ese lugar está en el norte del País Vasco, entre la bruma atlántica, las fachadas marineras y una cocina que huele a brasas, a leña y a memoria. Se llama Hondarribia o Fuenterrabía y no es solo un destino: es un vínculo emocional.

Desde que dejó Los Ángeles para instalarse con su marido, el actor Chris Hemsworth, en Byron Bay (Australia), la actriz ha cultivado una vida más pausada, rodeada de naturaleza y lejos de los focos de Hollywood. Pero cuando regresa a Europa, lo hace con brújula emocional: busca paisajes que le conecten con sus raíces, momentos que le recuerden que aún existen lugares donde el tiempo se detiene. Uno de esos lugares es el caserío Basalore, en pleno monte Jaizkibel, un alojamiento escondido entre bosques, gestionado por el Hotel Arbaso de San Sebastián. Para Pataky, y Hemsworth, es un remanso de paz entre montañas y mar.

No es su único rincón favorito. En 2019, la pareja fue vista en el emblemático Museo del Whisky, donde compartieron barra con un cóctel «Paint it, Black», whisky de Tasmania y otro ahumado, según contó el camarero Víctor Losada, quien inmortalizó el momento. La estancia fue breve, pero significativa: una hora de disfrute en la penumbra elegante del local, alejados de toda atención mediática. Y no es casual. El vínculo de Elsa con País Vasco también tiene raíces personales: su hermano, el cineasta Cristian Prieto, celebró allí su boda con Silvia Serra, el 28 de julio de 2023, en Guetaria.

Fachadas de colores en el País Vasco

Pero si el casco viejo es historia tallada en piedra, la vida cotidiana de este rincón vasco late en el barrio de La Marina. Allí, donde las casas lucen fachadas pintadas con sobras de pintura de los barcos y los balcones rebosan flores, todo tiene aroma a salitre y a tradición. En sus tabernas, el pintxo no es solo costumbre: es religión.

A las afueras del casco urbano, el restaurante Laia Erretegia –incluido en la prestigiosa lista World’s 101 Best Steak Restaurants– eleva la experiencia carnívora con carnes de maduración lenta y fuego controlado. Pero aquí, la alta cocina no necesita corbata: se sirve con naturalidad.

Chris Hemsworth y Elsa PatakyGTRES

La receta

En Hondarribia o Fuenterrabía hay una receta que despierta devoción local y fascinación internacional: la mítica sopa de pescado de la Hermandad de Pescadores. Tanto es así que –según se cuenta– es uno de los platos preferidos por los visitantes japoneses, que llegan al pueblo atraídos por su autenticidad. Para lograrlo, la elaboración se mantiene totalmente artesanal, cuidando con esmero la textura de la merluza para que no se deshaga en el proceso. El resultado: una sopa lista para llevar y calentar, directa del tarro a la cazuela, como si se sirviera recién hecha en la lonja.

La playa urbana, de 800 metros y aguas tranquilas, invita más a la contemplación que al espectáculo. La luz atlántica –limpia, suave, sin filtro– ha sido musa silenciosa de creadores durante décadas. Pintores, escritores y escultores han encontrado en este entorno el equilibrio perfecto entre estímulo y retiro.

El calendario también tiene aquí su cita con la memoria. Cada 8 de septiembre se celebra el Alarde, una fiesta de raíces militares que conmemora la resistencia frente al asedio francés de 1638. Tradición con peso, pero no exenta de debate: la exclusión histórica de mujeres ha dado paso, en los últimos años, a una versión mixta.

Con algo más de 16.000 habitantes –una cifra que se duplica cada verano–, mantiene su escala humana incluso en temporada alta. Todo está cerca: Francia se alcanza en barca en apenas diez minutos, el Jaizkibel se sube a pie, el puerto se recorre con calma, y las calles empedradas del centro invitan a perderse con intención.