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19 de abril de 2024

La muerte de Lucio Emilio Paulo en Cannas, según un cuadro de John Trumbull (1773)

La muerte de Lucio Emilio Paulo en Cannas, según un cuadro de John Trumbull (1773)Wikimedia Commons

Las cinco derrotas más desastrosas del Ejército romano

Incluso el Ejército romano no se salva de haber sufrido derrotas a manos de sus enemigos. Recopilamos cinco ocasiones en las que las tropas romanas perecieron en batalla

Ningún poder militar es invencible. Ninguno. Y de entre todos los que la Historia ha visto ascender y caer, el de Roma no fue una excepción. A lo largo de más de ocho siglos, los romanos sufrieron importantes derrotas a manos de sus enemigos, en ocasiones por la osadía y la falta de preparación de los mandos o de la tropa, otras veces por la superioridad cuantitativa o cualitativa del enemigo, algunas veces por la adversidad de las condiciones geográficas o climáticas, otras por la falta de moral o la ausencia de esprit de corps, y un largo etcétera.
Relieves de Naqsh-e Rostam del triunfo de Sapor I sobre Valeriano

Relieves de Naqsh-e Rostam del triunfo de Sapor sobre ValerianoDiego Delso / Wikimedia Commons

Muchos eran –y son–, en definitiva, los factores que preceden a la derrota militar. Y en no pocos casos para los romanos éstas llegaron por una conjunción de dos o más de esos factores. Ahora bien, el poder militar romano sobresalió de entre todos los del Occidente antiguo precisamente porque supo reducir todos esos factores al mínimo, sobre todo los que de ellos dependían, como la preparación de los hombres o las redes de aprovisionamiento. Flavio Vegecio, autor de finales del siglo IV o comienzos del V d.C., dejaba clara la razón de la superioridad militar romana a lo largo de la historia en su obra Epitoma rei militaris: «En toda batalla, no es tanto el número ni la valentía, que no se enseña, como la habilidad y el entrenamiento lo que generalmente produce la victoria»; lo que antaño hizo triunfar a Roma contra sus enemigos «fue la selección cuidadosa de los reclutas, la instrucción en las reglas, por así decirlo, de la guerra, el endurecimiento en los ejercicios diarios, el conocimiento previo de la práctica en el campo de todas las eventualidades posibles en la guerra y la batalla, y el castigo estricto de la cobardía. El conocimiento científico de la guerra nutre el coraje en la batalla. Nadie tiene miedo de hacer lo que está seguro de haber aprendido bien. Una pequeña fuerza que está altamente entrenada en los conflictos de la guerra es más apta para la victoria: una horda brutal y sin entrenamiento siempre está expuesta a la matanza».
Pero los ejércitos romanos libraron un incontable número de batallas (literalmente no se pueden contar, pues seguramente las fuentes no han dejado constancia de su totalidad), por lo que, por pura estadística, tuvo que haber derrotas. A más batallas, más posibilidad de ser derrotado. Es como el juego de «las siete y media»: cuantas más cartas pide el jugador, más posibilidades tiene de pasarse. Los romanos, pese a su magnífico método de guerra, más depurado según pasaban los años, se «pasaron» en más de una ocasión, y la suerte les deparó auténticas masacres. Aquí hemos elegido cinco que, por varias razones, nos parecen las más desastrosas.

Canas (216 a.C.)

Tuvo lugar en el marco de la Segunda Guerra Púnica. En esta batalla el general cartaginés Aníbal llevó a cabo un ejercicio táctico impecable: consciente de su inferioridad numérica pero también de su mayor capacidad operativa y aprovechando el ordenamiento de batalla romano (desplegado en tres líneas de profundidad), rodeó a las fuerzas romanas presionándolas desde todos los flancos, lo que hizo que la superioridad numérica romana fuera neutralizada, pues las tropas del centro no podían no ya luchar, sino apenas moverse. Las fuentes arrojan la bárbara cantidad de entre 50.000 y 70.000 muertos romanos (cifra exagerada muy probablemente) y más de 10.000 prisioneros, a lo que habría que sumar la muerte de un cónsul (Lucio Emilio Paulo).

Carras (53 a.C.)

La manzana de la discordia entre los generales romanos del siglo I a.C. era, sin duda, Oriente. Tras la derrota del Rey Mitrídates a manos de Pompeyo, Marco Licinio Craso quiso superar la gloria de aquel organizando una campaña contra el Imperio parto (Persia). En torno a 40.000 hombres llevó Craso hacia la región mesopotámica. En un lugar cercano a la actual Harrán (Turquía), se enfrentó con un ejército parto al que superada en cuatro a uno. La victoria, según los números, parecía fácil. Pero el spahbed (general) parto Surena sabía lo que se hacía. Contaba con una magnífica fuerza de un millar de grivpanvar, lo que griegos y romanos llamaban catafractos, es decir, caballería acorazada: tanto hombres como caballos vestidos completamente de pesadas armaduras, portando cada jinete una larga lanza (kontos) y el arco más mortífero de la antigüedad, el arco compuesto. Junto a estos una inmensa fuerza de la flor y nata del Ejército parto: caballería ligera armada con arcos compuestos.
Relieve de una catafracta parta atacando a un león usando kontos

Relieve de una catafracta parta atacando a un león usando kontos

Si la primera embestida de la caballería acorazada parta fue difícil de aguantar por las líneas de infantería romana, la táctica del «disparo parto», muy similar a la del «círculo cántabro», fue imposible: estos disparaban a una distancia mortal, y cuando eran perseguidos huían para, en su huida, seguir disparando, y atrayendo a la muerte a todo aquel que rompía las líneas. El resultado: fueron aniquiladas siete legiones, murieron unos 20.000 hombres y fueron capturados unos 10.000 (entre los cuales estaría la famosa «legión perdida de Craso» que, según algunos investigadores, acabaría establecida en una pequeña ciudad de la actual Uzbekistán), además de perderse las águilas.

Teutoburgo (9 d.C.)

Poco se sabe realmente de la llamada Clades VarianaDesastre de Varo»), además de que tres legiones, el mismo número de alas de caballería y el doble de cohortes perecieron a manos de una coalición de pueblos germánicos. Algunos investigadores piensan que la derrota, que tuvo lugar en la actual Kalkriese, fue una emboscada tendida por Arminio y sus fuerzas mientras los romanos se retiraban a los cuarteles de invierno. Otros investigadores, sin embargo, se decantan por pensar que Varo fue atraído al lugar mediante el engaño de que una pequeña rebelión había estallado en el norte, siendo esta en realidad una trampa, donde se habrían concentrado varios miles de germanos. Se perdieron tres legiones y sus respectivas águilas.

Beth Horon (66 d.C.)

Fue la primera gran derrota infligida por las fuerzas judías a los romanos en los primeros compases de la Primera Guerra Judía (66-70 d.C.). Mientras las legiones llevadas desde Siria por el general Cestio Galo perseguían a rebeldes judíos, estos los llevaron a una trampa por el desfiladero de Beth Horon. La legión XII Fulminata fue casi aniquilada, además de perder su águila, y las vexillationes (destacamentos) de las legiones III Gallica, IV Scythica y VI Ferrata sufrieron graves daños. Los romanos no volverían a subestimar a las milicias judías. Cestio Galo consiguió huir.
Bet Horon, dibujo de 1880

Beth Horon, dibujo de 1880

Edesa (260 d.C.)

Posiblemente esta sea la más desconocida de las grandes derrotas romanas, pero lo cierto es que fue una de las más desastrosas. En el marco de las guerras romano-sasánidas, es decir, contra los persas (la dinastía sasánida, irania, había sustituido a la arsácida, parta, en el 224 d.C.), el Emperador Valeriano dirigió una gran fuerza en el 260 d.C. Al frente del ejército sasánida, uno de los más grandes Shahanshah («Rey de Reyes») sasánidas, Sapor I. Muy poco se sabe de esta batalla, especialmente para la parte persa. Pero los especialistas calculan que de en torno a los 70.000 efectivos que llevó Valeriano hasta las cercanías de la ciudad hoy llamada Sanliurfa (Turquía), pudo haber entre las 60.000 bajas entre muertos y capturados, contando entre estos últimos al mismísimo emperador Valeriano. Este, según Lactancio, recibía el castigo que se merecía en pago a su política de persecución de los cristianos.
La cultura popular (el cine, las series, la novela histórica, etc.) han puesto especial atención en la lucha llevada a cabo contra los bárbaros occidentales, ya fueran germanos, galos o britanos. Pero si hubo un enemigo temible por el Imperio romano, ese fue, sin duda, el Imperio persa, primero bajo la dinastía parta de los Arsácidas, y después con la dinastía irania de los Sasánidas. La llegada de Sapor I al trono persa desestabilizaría el frente oriental romano para siempre.
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