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29 de marzo de 2024

Momento de la explosión del LZ 129 Hindenburg

Momento de la explosión del LZ 129 Hindenburg

El 'Titanic del aire': el dirigible Hindenburg, símbolo de la Alemania nazi, ardió en llamas

Hace 85 años, el famoso zepelín alemán cayó en una impactante explosión en la que fallecieron 35 personas de las 97 que iban a bordo

«¡Explota en llamas! Explota en llamas y está cayendo, se está chocando…», expresaba con voz temblorosa Herbert Morrison, el periodista radiofónico desde el lugar de la catástrofe. «¡Oh, la humanidad!», se lamentaba conmocionado Morrison. El dirigible más grande del mundo ardía dejando a sus pasajeros atrapados por las llamas. «Escúchenme, voy a tener que parar durante un minuto porque esto fue lo… Lo peor que he visto nunca».
El 6 de mayo de 1937 el orgullo de la ingeniería alemana, el zepelín Hindenburg perecía entre llamas. Tenía 245 metros de largo y estaba diseñado para alcanzar una velocidad de 130 kilómetros por hora, siendo hasta tres veces más rápido que un crucero a vapor. En principio fue pensado para tener una capacidad de 50 pasajeros sin tener en cuenta la tripulación, pero más tarde aumentaría hasta 72. Fabricado por Luftschiffbau Zeppelin en 1935 con un coste de 500.000 libras, hizo su primer vuelo el 4 de marzo de 1936. En su primer año de uso comercial, el Hindenburg voló 308,323 km, trasportando 2798 pasajeros y cruzó diecisiete veces el océano Atlántico.
Tiempo después, el régimen nazi se haría con el dirigible para fomentar esa imagen de grandeza del poderío alemán que llevaban cultivando a base de propaganda como el famoso vídeo de la cineasta alemana Leni Reinfenstahl, Triumph of the Will. Con este nuevo propósito, Hindenburg sobrevoló el 1 de agosto de 1936 el estadio olímpico durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín, momentos antes de la entrada triunfal del führer, creando la escenificación perfecta para el alarde del poderío nazi.

Se cubre de llamas

Tres días antes del accidente, partía de Fráncfort para comenzar el primero de diez viajes entre Estados Unidos y Europa como parte de su programa para esa temporada. Los operadores del Hindenburg firmaron un contrato con la aerolínea estadounidense American Airlines para trasladar pasajeros de Lakehurst a Newark ambas en el estado de Nueva Jersey durante su servicio de viajes transatlánticos.
En la mañana del 6 de mayo, el zepelín sobrevolaba Boston. Debido a los fuertes vientos y a la tormenta eléctrica su aterrizaje en Lakehurst se tuvo a atrasar. Informado del mal clima, el capitán Pruss realizó un recorrido alternativo sobre la isla de Manhattan sin desaprovechar la oportunidad de ofrecer un espectáculo al público que salió a la calle para divisar el zepelín. Sobre las cuatro de la tarde, el Pruss dirigió al Hindenburg por las costas de Nueva Jersey mientras esperaba a que el clima mejorase. Al recibir noticias de que las tormentas habían cesado, viró rumbo a Lakehurst.
A las 19:25 h, mientras el Hindenburg había conseguido los amarres y se acercaba a la torre, se observó a popa un destello que pronto prendió fuego en la parte superior y que rápidamente se fue extendiendo por todo el dirigible. El Hindenburg quedaba cubierto de llamas mientras que su estructura se precipitaba lentamente hacia el suelo. Fueron escasos 32 segundos en los que el famoso dirigible alemán quedaba destruido por el fuego, cobrándose la vida de 35 personas (13 pasajeros y 22 tripulantes).
Restos del accidente

Restos del accidente

Al igual que con el Titanic se cometieron varios errores. En este caso la clave fue el gas que elevaba el dirigible. En un principio se intentó llenar el zepelín con helio; sin embargo, EE.UU. había decretado su embargo lo que obligó a sus constructores a sustituirlo por hidrógeno, altamente inflamable y fuertemente explosivo.
El desastre quedó ampliamente documentado, pues muchos periodistas se encontraban presentes en el lugar del accidente cubriendo lo que sería el primer vuelo transatlántico para pasajeros que aterrizaba en suelo estadounidense en aquel año, pero dejarían grabado y narrado para la historia una de las tragedias más resonadas del siglo XX.
La dramática narración radiofónica de Herbert Morrison con la memorable expresión «¡Oh, la humanidad!» –en su narración se había referido con anterioridad al público presente en Lakehurst como masa de humanidad– quedaría ligada a la catástrofe. Adolf Hitler también quiso deshacerse de cualquier vestigio que manchase su impoluto régimen y ordenó terminar con la flota de dirigibles comerciales. Las distintas imágenes del accidente se dieron a conocer por todo el mundo haciendo mella en el público que terminó por desconfiar su seguridad lo que supuso el fin de los dirigibles como medio de transporte.
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