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Bandera del navío Principe de Asturias

Bandera del navío Principe de Asturias

La historia de los colores que hicieron España: «La bandera nace en el mar, pero acaba siendo de todos»

«La bandera representa nuestra historia, nuestra gente y todo lo que hemos sido y queremos seguir siendo», sentencia el comisario de la exposición en conversación con El Debate

En mayo de 1785, una decisión aparentemente técnica cambio para siempre la iconografía de España. Carlos III ordenó que los buques de la Real Armada abandonaran los pabellones blancos, fáciles de confundir en alta mar, y adoptaran una nueva bandera claramente visible desde la distancia: rojo y amarillo. 240 años después aquellos colores concebidos para la guerra naval se han convertido en el símbolo nacional por excelencia. Esa es la historia que narra la exposición La bandera que vino de la mar. Los colores que nos identifican, que puede visitarse en el Museo Naval de Madrid hasta el 5 de abril de 2026.

La muestra no se limita a explicar el origen formal de la rojigualda. Su ambición es mayor: «Nuestros símbolos no solo son símbolos. Son sentimientos. Y eso es lo que intentamos transmitir. Acercar a la gente esos sentimientos sobre la bandera, sobre que quiere decir la bandera. Sobre emociones que nos identifica como nación», advierte en conversación con El Debate Juan Escrigas, director del Museo Naval.

Así, a través de 57 piezas originales, muchas de ellas restauradas expresamente y algunas nunca antes expuestas por su tamaño o fragilidad, el Museo Naval propone un recorrido histórico y sentimental por la vida de la bandera española para contar cómo una enseña nacida para evitar confusiones entre barcos terminó por unir territorios, generaciones y emociones colectivas.

Un problema práctico que dio lugar a un símbolo

A finales del siglo XVIII, los mares estaban dominados por imperios que compartían un mismo problema: la uniformidad cromática de sus banderas. Los pabellones blancos de las monarquías borbónicas se confundían entre sí, especialmente con viento en calma o a larga distancia. Para una Armada en expansión, aquello suponía un riesgo estratégico.

«Empieza a notarse que hay demasiadas banderas blancas y es complicado diferenciar unos escudos de otros y conviene hacer uso de un diseño que sea más propio, más personal», explica a este medio José Luis Álvarez, comisario de la exposición.

Evolución del diseño de la bandera nacional

Evolución del diseño de la bandera nacionalMuseo Naval

El Real Decreto de 28 de mayo de 1785, firmado en Aranjuez y dirigido al ministro de Marina Antonio Valdés, estableció un nuevo diseño para los buques de guerra españoles: una bandera dividida en tres listas horizontales, con las franjas rojas ocupando los extremos y la amarilla, más ancha, en el centro, donde se situaba un escudo simplificado con los cuarteles de Castilla y León coronados por la Corona Real.

La exposición muestra las distintas propuestas presentadas al monarca y el texto original del decreto, subrayando que la elección no fue casual. La disposición horizontal mejoraba la visibilidad y la colocación del escudo junto al asta respondía a una tradición naval: incluso si la bandera caía, el emblema seguía siendo reconocible.

El rojo y el amarillo: colores con historia

Aunque el decreto de 1785 no explicita el significado de los colores, la exposición dedica un espacio clave a su trasfondo histórico y simbólico. El rojo —o gules— había sido desde la Edad Media el color distintivo de los ejércitos hispánicos: pendones de la Reconquista, cruces de la Santa Hermandad, aspas de Borgoña y fajas militares identificaban al soldado español frente a otras naciones europeas, según comenta Álvarez.

Varios de los objetos que se exponen

Varios de los objetos que se exponenMuseo Naval

El amarillo, por su parte, había ganado protagonismo en los uniformes de la Guardia Real y en la decoración naval desde mediados del siglo XVIII, sustituyendo progresivamente al blanco borbónico. Ambos colores, además, tenían una ventaja práctica fundamental: los tintes naturales de carmesí, gualda y rubio ofrecían una gran resistencia al sol y a la humedad, condiciones extremas en el entorno marítimo.

La muestra revela un detalle poco conocido: parte de las primeras lanillas rojas y amarillas utilizadas para confeccionar banderas procedían de material capturado a la flota británica tras el golpe logístico que supuso la captura de dos grandes convoyes ingleses en 1780, durante la guerra vinculada a la independencia de Estados Unidos. Aquella victoria naval facilitó recursos textiles que acabarían ondeando en los mástiles españoles.

Del pabellón naval al emblema de la nación

Lo que nació como una enseña estrictamente marítima no tardó en desbordar ese ámbito. Desde los puertos de Cádiz o La Coruña, la nueva bandera se convirtió en el último recuerdo visual para quienes partían hacia ultramar y en la primera señal de regreso para quienes llegaban a América o Filipinas. El rojo y el amarillo empezaron a unir mares, familias y destinos compartidos.

Durante la Guerra de la Independencia, el proceso se aceleró. En un contexto de movilización popular contra Napoleón, la bandera dejó de ser solo un distintivo de la Armada para convertirse en un símbolo de resistencia y de identidad nacional. «Quizá el uso de esos colores en algún momento del conflicto como pudo ser la batalla de Bailén, que seguramente aparecerían esas banderas al frente de los regimientos que iban, empezaron a notarse como colores de identidad patrios. Es en esa guerra de independencia cuando el pueblo despierta su sentimiento de nación», asegura el comisario de la exposición.

En el fondo la reproducción de la bandera que se empleó durante el segundo sitio de Zaragoza durante la guerra de Independencia

En el fondo la reproducción de la bandera que se empleó durante el segundo sitio de Zaragoza durante la guerra de IndependenciaMuseo Naval

La Constitución de 1812 consolidó ese sentimiento, y en 1820 la Milicia Nacional incorporó los colores navales en sus estandartes, con la palabra «Constitución» en el centro, como expresión de compromiso liberal.

El paso definitivo llegó con el Real Decreto de 13 de octubre de 1843, durante el reinado de Isabel II, que unificó los colores de las banderas del Ejército, la Armada y la Milicia Nacional. Desde entonces, la rojigualda pasó a representar simultáneamente al Estado, a la Monarquía y a la Nación, consolidándose como símbolo común incluso en periodos de inestabilidad política .

El escudo: España resumida en dos cuarteles

Otro de los ejes del discurso expositivo es la evolución del escudo que acompaña a la bandera. Aunque las monedas romanas ya representaban a Hispania, no fue hasta la heráldica medieval cuando se consolidaron símbolos territoriales claros. Castilla y León, unidos por Fernando III, se convirtieron en el núcleo iconográfico del escudo español, al que se fueron incorporando Aragón, Navarra y Granada tras la culminación de la Reconquista.

Con los Borbones, el escudo alcanzó una complejidad notable, incorporando armas dinásticas europeas. Sin embargo, para su uso en banderas y monedas se optó por una versión simplificada, centrada en Castilla y León, que reforzaba la idea de unidad nacional. Esa simplificación, presente en la bandera naval desde 1785, explica en parte su éxito y su fácil reconocimiento.

Bandera del navío 'Reina Mercedes'

Bandera del navío 'Reina Mercedes' de 9,70 metros de ancho por 6.40 metros de altoMuseo Naval

Banderas de combate: honor, sacrificio y memoria

Uno de los espacios más impactantes de la exposición está dedicado a la bandera de combate, una enseña de mayor tamaño y riqueza decorativa, reservada para los momentos de máxima solemnidad: el combate naval. Bajo ella, la tripulación asumía el compromiso de defender la nación hasta las últimas consecuencias.

El Museo Naval expone piezas cargadas de dramatismo, como la bandera del navío Príncipe de Asturias, buque insignia de Gravina, visible incluso entre la niebla de pólvora en Trafalgar, o los restos de banderas desgarradas en el combate de Santiago de Cuba en 1898. Historias como la del condestable Zaragoza, que pidió ser envuelto en un jirón de bandera al morir, o la de Martín Álvarez, atravesado por una bayoneta sin soltar el estandarte, ilustran hasta qué punto la bandera fue entendida como algo más que un trozo de tela.

Mi bandera por Augusto Ferrer-Dalmau

Mi bandera por Augusto Ferrer-Dalmau

«Esta imagen expresa —según reflexiona Escrigas, mirando el cuadro titulado 'Mi Bandera', de Augusto Ferrer-Dalmau— la bendita testarudez de los españoles en que la bandera no se rinde; de que España no se rinde. Seguimos siendo igual de testarudos y lo demostramos en todas nuestras acciones».

Estas piezas no solo hablan de victorias o derrotas, sino de una cultura del honor profundamente arraigada en la tradición naval española.

El 98: la bandera ante el fin de un imperio

La exposición dedica un capítulo específico al Desastre del 98, un momento de derrota militar y trauma nacional. La arriada de la bandera en La Habana el 1 de enero de 1899 simbolizó el final de un imperio que durante cuatro siglos había proyectado su poder por los océanos.

Entre las piezas más conmovedoras se encuentran pequeñas banderas recuperadas de las sepulturas de marinos españoles fallecidos en cautiverio en Estados Unidos, donde durante años se colocó una enseña española en cada tumba durante el Memorial Day. Esas «banderitas», devueltas a España décadas después, conectan la historia naval con la memoria familiar y personal de los caídos .

Una bandera que sigue viva

El recorrido concluye con una reflexión sobre el presente. Desde finales del siglo XIX, la bandera forma parte de la vida cotidiana: balcones, escuelas, celebraciones populares, actos oficiales y eventos deportivos. Hoy, la rojigualda sigue ondeando sobre edificios públicos, vibrando en competiciones internacionales y acompañando ceremonias civiles.

Algunos de los documentos expuestos en el Museo Naval

Algunos de los documentos expuestos en el Museo NavalMuseo Naval

La exposición se cierra con una gran bandera histórica, imposible de desplegar por completo por su tamaño, que deja en la retina del visitante una imagen contundente. El mensaje es claro: «La bandera nace en el mar, pero acaba siendo de todos». Es memoria, identidad y emoción compartida; un símbolo que ha sobrevivido a monarquías, repúblicas, guerras y cambios sociales sin perder su capacidad de representar a España.

Como recuerda el discurso museográfico, no se trata solo de historia, sino de sentimientos. Porque en cada hilo rojo y amarillo laten siglos de sacrificio, esperanza y vida compartida bajo unos colores que, desde hace 240 años, nos identifican: «La bandera representa nuestra historia, nuestra gente y todo lo que hemos sido y queremos seguir siendo», sentencia Álvarez.

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