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26 de abril de 2024

Los príncipes indios y su obsesión por los Rolls-Royce

Los príncipes indios y su obsesión por los Rolls-Royce

Picotazos de historia

El príncipe indio que se vengó de Rolls-Royce usando sus coches para recoger basura

En el primer viaje que Jai Singh Prabhakar hizo a Inglaterra fue despreciado por un vendedor de la marca. Al día siguiente encargó nueve automóviles y los envió a la capital de su principado

El marajá Jai Singh Prabhakar (1882–1937), de Alwar, estaba considerado como un gran orador, un erudito y una persona de gran encanto personal. Desde luego fue un gran derrochador, pero en aquel entonces todo el mundo esperaba un comportamiento así en un príncipe indostaní. En el primer viaje que hizo a Inglaterra fue despreciado por un vendedor de la casa Rolls-Royce. Al día siguiente apareció con toda su corte detrás y encargó nueve automóviles que envió a la capital de su principado. Cuando llegaron los operarios de la casa, vieron horrorizados cómo transformaban los lujosos coches en furgonetas para la recogida de la basura en la ciudad. El marajá tenía una magnifica colección de coches Hispano Suiza preparados especialmente para él.

Jai Singh, el marajá loco de Alwar

Retrato de Jai Singh de Alwar

Retrato de Jai Singh de Alwar

Gran erudito de la historia de su zona, envió un escrito al gobierno imperial demostrando que su principado existía desde el siglo X y que el nombre real era Alwar (como se conoce hoy esta zona de la India), la forma de escribirlo como «Ulwar» era una incorrección del siglo XVIII y exigía el cambio a la forma original. ¿Les parece una tontería? Para él y los otros príncipes de la India era algo importantísimo, ya que –de un plumazo– su principado (Ulwar) había pasado de ser el último, en el listado alfabético de los principados de la India, al primero (Alwar).
Poco antes de entrar en la cincuentena, su comportamiento se fue haciendo más excéntrico. El que se consideró el primer gran aviso se dio en Alwar en 1931, durante una competición de polo en la que participó. El marajá no estaba nada complacido por la actuación de la jaca que había estado montando por lo que –delante de todo el público y autoridades congregadas– vació un bidón de queroseno sobre el pobre animal y le prendió fuego.
El segundo aldabonazo lo dio durante una cacería de tigres. Al llegar a la aldea donde iniciarían la jornada cinegética, los invitados contemplaron horrorizados, como apartaban a un grupo de niños pequeños con idea de usarlos como carnaza para la fiera. «No se preocupen, soy un tirador de primera categoría –explicó a sus invitados– Y si fallara, ellos apenas sentirían nada». Se pueden imaginar que se canceló la cacería y los aterrorizados niños fueron devueltos a sus madres.
Su caída vino por su tercer gran fallo: le dio por disparar a los perros que veía en la calle cuando le conducían en uno de sus quince Hispano Suiza. Los indignados dueños de una docena de perros de raza setter, caniche y otras (todos europeos), no pararon hasta conseguir que Jai Singh fuera apartado del gobierno por loco. Las autoridades británicas, le obligaron a abdicar en favor de un sobrino y le prohibieron que volviera a poner los pies en Alwar. El marajá partió al exilio en 1933, hacía París, ciudad donde fallecería pocos años después.
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