
En el principado de Moscovia, la mujer se encuentra en una situación bastante peor que en el resto de Europa
Picotazos de historia
Las deplorables condiciones de vida de la mujer rusa en el siglo XVII
Se tenía una visión sobre ellas como de un ser tonto, intelectualmente limitado, moralmente irresponsable y, si tiene la mínima oportunidad
En el siglo XVII, en el principado de Moscovia, la mujer se encuentra en una situación bastante peor que en el resto de Europa. Son hijas de una variedad de razas –eslavos, tártaros, bálticos, etc– donde abundan las personas de cabellos rubios o claros, piel clara y ojos en función de la ascendencia (claros si eslavos/bálticos, negros si tártaros/túrquicos). De soltera se recoge el pelo en una gruesa trenza que adorna con guirnaldas de flores o con cintas. Si esta casada se recoge el pelo bajo una pañoleta o una especie de mantilla de muchos colores.

El Kremlin de Moscú bajo el príncipe Ivan Kalita (principios del siglo XIV) por Apollinary Vasnetsov
Los habitantes de estas tierras tienen una idea sobre las mujeres provenientes de la cultura bizantina, así que no les ha llegado la idealización o el concepto del «amor cortes». Se tenía una visión (y cito la biografía de Pedro I de Massei porque van a venir piedras) sobre ellas como de un ser tonto, intelectualmente limitado, moralmente irresponsable y, si tiene la mínima oportunidad. Una entusiasta de la promiscuidad. Subyace la idea del pecado original y ven en la mujer un punto diabólico, subrayado por su propia naturaleza por lo que es prudente mantenerlas alejadas, limitar el contacto. Su educación, fuera de los bordados, es inexistente y se las mantiene aisladas en zonas especialmente reservadas para ellas, en las casas.
No tienen voz en el propio matrimonio. Es el padre quien arregla la unión y los detalles de la dote. La ceremonia de cesión se representa con una pequeña fusta, con la que el padre golpea a su hija para, posteriormente, entregarla a su yerno, simbolizando la entrega de la autoridad sobre ella. Tras el intercambio de anillos, la esposa se arrodillará y tocará con su frente el pie de su marido.
Una vez casada no posee derecho alguno más aquellos que deriven de su esposo. Si es hábil o tiene algún talento gestionará y cuidará del hogar, dirigiendo a los sirvientes. Cuando tengan una visita importante, se la permitirá presentar a copa de bienvenida al invitado... y desaparecer.En 1556, un monje de nombre Silvestre publicó el denominado Manual para la administración del hogar denominado Domostroy. En él se aconseja, al cabeza de familia, azotar a las mujeres para enderezarlas pero nunca en estado de furia o enfado. Si la mujer falleciera a consecuencia de las palizas, el marido puede volver a contraer matrimonio sin problema alguno. Si, desesperada, la esposa acabara con la vida de su maltratador se la enterraría , dejando la cabeza fuera, y se la abandonaría a los elementos.
El aislamiento de la sociedad llevó a que esta tuviera un estancamiento en su vida intelectual, desarrolló una mayor rigidez en las relaciones familiares y dio lugar a un fomento de la zafiedad y tosquedad en el trato. Básicamente, los hombres privados de la compañía femenina, poco podían hacer excepto beber, con las lógicas consecuencias.
Lo curioso es que cuanto más bajo era el estratos social mayor libertad y camaradería tenían las mujeres. Las más desgraciadas de todas serán aquellas que ocupan los lugares más altos: las Tzarevnas. Las tías, abuelas, hermanas, madres, hijas y sobrinas de los zares. Condenadas a vivir en el Terem (nombre de una parte del Kremlin donde se alojan las mujeres del la familia del Zar), separadas del resto de los hombres por motivo de su rango y del matrimonio con extranjeros por causa de su religión, están condenadas a una solitaria y sombría existencia.

Alegoría de la victoria de Catalina sobre los turcos (Stefano Torelli, 1772)
De este mundo oscuro y sin esperanza saldrán mujeres que se abrirán camino así mismas, desde el pozo del Terem hasta el gobierno –incluso hasta la corona–. Mujeres como Sofía Alekseevna (hermana de Pedro I y primera mujer que gobernó Rusia), Isabel Petrovna (hija de Pedro I el Grande y zarina por derecho propio) y, su nuera, Catalina la Grande.