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17 de abril de 2024

Retrato de Serrano, de Antonio Gisbert

Retrato de Serrano, de Antonio Gisbert

Dinastías y poder

¿Qué une al general Serrano con María Guerrero?

De la mano de su hija Venturita, entra en escena Fernando Díaz de Mendoza, su marido y futuro cónyuge de la que fue una de las mejores actrices de la escena española

Serrano fue uno de los más renombrados espadones decimonónicos. Gaditano, con participación destacada en las Guerras Carlistas, amante de una joven Isabel II y enzarzado en todas las componendas políticas de aquel reinado. Pero también instigador de la Gloriosa, enemigo acérrimo de Prim y una especie de dictador tras la fallida Primera República. Su desmedida ambición y falta de compromiso con una verdadera identidad política, le valieron el sobrenombre de «judas de Arjonilla». Casado con la también conspicua Antonia Domínguez Borrell, estandarte de la nueva aristocracia progresista y figura de sociedad del Madrid de su tiempo, se convirtió en promotora cultural y organizadora de famosas soirées en su palacete de la hoy, calle Serrano. Es aquí, de la mano de su hija Venturita, donde entra es escena Fernando Díaz de Mendoza, su marido y futuro cónyuge de la gran María Guerrero.
Francisco Serrano y Domínguez nació en Cádiz en 1810, durante los días del asedio francés. Hijo de militar cursó la carrera de las armas que le llevaron a distinguirse como coronel, primero, y luego general, en la Primera Guerra Carlista. España se batía en los campos de batalla entre realistas y liberales hasta que la victoria de las tropas de Espartero, sellaron el trono para Isabel II. Serrano, inmiscuido en todas las salsas políticas, no dudó en ganarse el afecto de la joven soberana, infeliz en un matrimonio convenido con el remilgado Rey Francisco. Ya diputado, apuesto y gallardo, pasó a convertirse en «el general bonito», el motivo de desvelos de la apasionada Isabel que se deshizo en llantos cuando los moderados apartaron a su amante de la corte por la influencia que ejercía en las decisiones de su inexperta conquista. Decidido a romper sus vínculos amorosos con la Reina, Serrano contrajo matrimonio con Antonia Domínguez Borrell, impetuosa señora nacida en Cuba y personaje insigne del Madrid de los generales. Con ella marcho a sus destinos en la embajada de París y a las Antillas, ahora como capitán general. Aunque voluble en lo político, se integró en las filas de la Unión Liberal animada por O´Donnell y conspiró contra la propia Isabel II, como uno de los cabecillas de la Gloriosa revolución de septiembre de 1868.
Gobierno Provisional, 1869

Gobierno Provisional, 1869

Con la monarquía liberal en el exilio y tras aceptar el puesto de regente con tratamiento de Alteza, se enemistó con Prim, llegando –dicen– a instigar su asesinato. Con el marqués de los Castillejos fuera de circuito, Serrano pasaba a ser el político más significado de la nueva situación. No dudó en asumir el gobierno y cuando aquellos impulsos democráticos tocaron fondo, erigirse en una especie de dictador al estilo «macmahonista». Era el año 1875. Diez años después, tras ser relegado de la escena púbica por los nuevos prohombres de la Restauración, fallecía en Madrid. Era el 25 de noviembre de 1885, el mismo día que moría Alfonso XII.
Los duques de la Torre –por concesión de la monarca depuesta– se habían erigido en la representación casi perfecta de la nueva aristocracia liberal. El matrimonio había hecho de su palacete en la hoy calle Serrano –en su honor– el escenario de los bailes más demandados y las veladas de sociedad más codiciadas. Tuvieron cinco hijos, la menor de los cuales, Venturita, era muy aficionada a las representaciones teatrales y al mundo escénico. No en vano, el pequeño teatro aledaño a la residencia de los duques, era conocido como «Teatro Ventura». Muy querida en el Madrid de la época, se había casado en 1888 con el apuesto Fernando Díaz de Mendoza, primogénito del conde de Balazote y como ella, actor aficionado.
El matrimonio tuvo un hijo pero ella, aquejada de afecciones de pecho, moría apenas unos meses después entre gran conmoción social (La Época, 24 abril 1890). Eran los días de la Regencia de María Cristina y Fernando se quedó al cargo del pequeño, alternando su papel como aristócrata-viudo con papeles como secundario en representaciones teatrales. Fue así como, en el Teatro Español, conoció a María Guerrero, la gran dama de la escena, célebre por sus papeles de María la Brava o la doña Inés del Tenorio. Se casaron el 10 de enero de 1896 y pasaron a formar una de las parejas más requeridas del panorama social. Con su compañía, triunfaron en los escenarios americanos, compraron el Teatro Cervantes de Buenos Aires –lo que les llevó a la ruina– e hicieron del Teatro de la Princesa (sede del actual Centro Dramático Nacional) su propia vivienda. María Guerrero murió en 1928. Un multitudinario cortejo fúnebre acompañó su féretro a la Almudena. Entre ellos un afligido Jacinto Benavente y los hermanos Quintero. También iba Fernando, ya mayor, que falleció en Vigo en 1930.
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