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30 de abril de 2024

El Papa Francisco, durante la celebración de la primera Misa del año 2023

El Papa Francisco, durante la celebración de la primera Misa del año 2023EFE

Benedicto XVI

El Papa Francisco no es el primero en celebrar el funeral de su predecesor, fue Pío VII en 1802

El cuerpo del Pontífice exiliado inició un peregrinaje triunfal, con solemnes exequias celebradas en cada parada. El 17 de febrero de 1802 tuvo lugar «la magnífica entrada triunfal a Roma»

Lo que está a punto de suceder este jueves en la Plaza de San Pedro con el Papa Francisco presidiendo el funeral de Benedicto XVI, es decir, que un Pontífice celebre las exequias de su predecesor tiene como precedente lo ocurrido con Pío VI, quien, tras morir en el exilio en Valence en 1799 como prisionero de Napoleón, tuvo un solemne funeral tres años después, celebrado por Pío VII.
La muerte de Pío VI. Grabado de 1805

La muerte de Pío VI. Grabado de 1805

Nacido en la localidad italiana de Cesena en 1717, Giovanni Angelo Braschi fue elegido Papa el 15 de febrero de 1775. Sería el 250º pastor en calzarse las sandalias del Pescador y adoptaría el nombre de Pío VI en honor a Pío V pues este fue el último Papa quien la Iglesia había puesto en el número de los santos y el nuevo Santo Padre quería «caminar sobre sus pisadas para llegar a la felicidad que goza», justificó tras la elección del nombre.
La gran crisis a la que se tuvo que enfrentar como sucesor de Pedro fue el triunfo de la Revolución francesa en 1789 y la Ilustración. Pío VI tenía muy clara su posición: estaba en contra de las ideas ilustradas y así lo hizo saber el día de Navidad de 1775 cuando en su primera encíclica, Inscrutabile divinae sapientae, arremetió contra «esos filósofos perversos que intentan disolverlo todo, gritando hasta la náusea que el hombre nace libre». Más dura fue su posición respecto a los revolucionarios que detuvieron a Luis XVI, acabaron con los privilegios eclesiásticos y exigió a los sacerdotes jurar fidelidad al nuevo régimen. En 1791 rechazó formalmente todo lo expresado en materia religiosa por la Asamblea Nacional, suspendió de sus funciones a aquellos clérigos que aceptaron la nueva ley y retiró a su nuncio en París.

Al año siguiente, el ejército galo conquistó la propia Roma y la declaró oficialmente como República

Napoleón fue labrándose un gran prestigio como militar, acercándose cada vez más al título de futuro Emperador de Francia. Arrebató a los Estados Pontificios de forma definitiva Avignon y Venaissim, y forzó al Papa en 1797 a aceptar la pérdida de algunas de sus principales posesiones en Italia: Bolonia, Ferrara y Romagna. Al año siguiente, el ejército galo conquistó la propia Roma y la declaró oficialmente como República. Se confiscaron todas las propiedades eclesiales y se dictaron una serie de leyes destinadas a revocar la autoridad moral de la Iglesia; Pío VI fue arrestado y posteriormente expulsado al exilio en la localidad francesa de Valence.
Allí, el Santo Padre enfermó gravemente y murió al mes de llegar, el 29 de agosto de 1799. Misericordioso como nos enseña el Padre, manifestó en su último escrito que perdonaba de corazón a sus carceleros, pero no recibió lo propio de ellos: se le negó el oficio religioso y el prefecto de Valencia. En el registro de defunciones se le describió como «el ciudadano Braschi, que ejercía la profesión de Pontífice». Su funeral tuvo lugar en la ciudad francesa, mientras que los novendiali (los nueve días de Misas de sufragio antes del comienzo de las votaciones en el cónclave) se celebraron en Venecia, en la ciudad donde los cardenales se habían reunido para elegir a su sucesor.
Retrato de Pío VII por Jacques-Louis David

Retrato de Pío VII por Jacques-Louis David

Pasaron casi siete meses hasta que el nuevo Papa, Pío VII, fue elegido, quien quiso que los restos de su predecesor volvieran a Roma y en diciembre de 1801 fueron exhumados, viajaron de Valence a Marsella y de allí, en barco, a Génova. Tras desembarcar en Italia, el cuerpo del Pontífice exiliado inició un peregrinaje triunfal, con solemnes exequias celebradas en cada parada. El 17 de febrero de 1802 tuvo lugar «la magnífica entrada triunfal a Roma», con los cardenales que esperaban los restos en el Puente Milvio. La solemne ceremonia fúnebre se celebró en San Pedro en presencia del Papa Pío VII.
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