Entrevista I Autor de México. La novela
Pedro Ángel Palou: «Leer el pasado con los ojos del presente es un anacronismo brutal»
El autor nos presenta en su última obra, México. La novela, una máquina del tiempo literaria en la que viaja por los 500 años de historia de la ciudad
Tenochtitlan, Ciudad de México y Distrito Federal; tres nombres para tres ciudades que han ido creciendo una sobre otra hasta convertirse en la gigantesca metrópoli que es hoy la capital de la república. El Debate se cita con Pedro Ángel Palou, escritor mexicano, autor de 40 libros, que acaba de publicar México. La novela, una máquina del tiempo literaria en la que viaja por los 500 años de historia de la ciudad. Al pasar las páginas se recorren las calles de la ciudad, desde que llegó Cortés hasta el terremoto de 1985, pasando por su independencia y las guerras contra franceses y americanos.
Decía Valle Inclán que «en México está la esencia más pura de España», y Octavio Paz se refirió a ella como la «novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada cada día…». Para saber si tenían razón, preguntamos a Pedro Ángel Palou sobre el pasado español de la ciudad, la mezcla, la Leyenda Negra, las trasformaciones sociales y políticas que vivió la urbe durante su independencia y, por supuesto, sobre las familias que aparecen en su novela que son reflejo de su identidad nacional.
–La novela empieza en 1526 en una Tenochtitlan en la que mexicas y españoles están construyendo lo que será la futura Ciudad de México. ¿Cómo es la convivencia entre ambos?
–Durante muchos años, un cierto antihispanismo recalcitrante y un nacionalismo mal entendido estableció una serie de reflexiones sobre el proceso de conquista y evangelización. Hoy los arqueólogos y los historiadores no es que hayan desechado del todo aquella percepción, pero sabemos que, por ejemplo, la idea de que los españoles construyeron su ciudad y fuera otra para los indios no solo es irreal sino demográficamente imposible.
Sabemos que Cortés y sus hombres fueron brutalmente inteligentes al aliarse con los pueblos enemigos de los mexicas, y luego gobernar con gobernantes originales las parcialidades, los barrios, que además coinciden con los barrios indígenas de la ciudad anterior. Estos gobernadores indígenas podían controlar el comercio, y la vida cotidiana. Al ser una franca minoría los españoles, había un gran miedo entre ellos de una sublevación, por lo que había toque de queda, los indígenas no podían ir con otros dos más en grupo porque ya casi era motín. Fue una convivencia evidentemente forzada para los mexicas, pero mucha más de continuidad que de ruptura.
–¿Y cómo era la ciudad en aquel momento?
–Quería que el lector se trasladara físicamente a esa ciudad y caminara. Por eso creé esos diálogos entre personajes que recorren la ciudad y para ver cómo se estaba reconstruyendo. La verdad es que todos los cronistas, en especial los prehispánicos, cuentan una historia muy similar, que los españoles hacen una construcción frenética, casi neurótica. Estamos en 1526, han pasado solo cinco años desde la conquista, los tres primeros fueron para limpiar cuerpos, canales y toda la destrucción. A partir del tercer año empezó toda la construcción. Era una ciudad donde todas las casas tenían entrada por tierra y por agua.
–Escribe que: «En Tenochtitlán se había hecho de noche para siempre» y había llegado la «muerte de una civilización anterior» en sustitución de una nueva que acababa de despertar. ¿Cree realmente que no queda nada de aquella ciudad azteca?
–Neruda escribe un libro gigantesco sobre América en el que dice: «se llevaron el oro, nos dejaron las palabras». Para mí decir eso es construir una historia romántica como que el español nos une totalmente, y eso impide ver todo lo demás: se llevaron el oro y se llevaron las palabras. Recordemos que tanto el quechua como el náhuatl no se escribían, se dibujaba o se ataban en nudos. Al establecer un nuevo lenguaje, una nueva cultura, lo que se acaba es un modo de ser. Pero lo que empieza es un mundo mixto, mestizo.
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–Entiendo por sus palabras que no está a favor de la corriente que defiende el «genocidio» español en México.
–No se puede negar la parte de «genocidio». Ahora bien, tú no puedes leer el pasado con los ojos del presente. No le puede pedir a Hernán Cortés que piense como Zapatero. Eso es un anacronismo brutal. Si uno estudia con cuidado la famosa leyenda negra de Bartolomé de las Casas entiende que ya desde el principio, en la propia Nueva España había mucha polémica al respecto: ¿Qué hacemos ahí? ¿Cómo lo hacemos?, se preguntarían ellos. No solo era defender a los indios, porque antes de la llegada de los españoles los aztecas ya habían subyugado a otros pueblos.
Además, no fuimos colonia. Mucha gente no entiende la diferencia sustancial entre haber sido colonia, como la India, o un virreinato. Un virreinato es una estructura social complejísima en donde no está el Rey, pero una corte simbólica y real que reproduce la corte española representa a la monarquía. Hay que entender a las civilizaciones en su lugar, con sus valores.
No hay ningún otro país, incluido Perú, que tenga tanta obsesión con el pasado y su identidad como México
–Entiendo por sus palabras que usted es de los defensores de que el Rey Felipe VI no tiene que pedir perdón, en contra de lo que opina el gobierno mexicano.
–Y el Rey tendría que cambiar de sangre y ser Habsburgo para poder hacerse cargo de una culpa que no le corresponde. Además, han pasado muchísimos más siglos como para echar la culpa a los demás. El Estado mexicano tendría que hacerse cargo de sus propios problemas antes de pedirle nada al Vaticano, a los reyes de España o, incluso, a los norteamericanos, que tendríamos mucho que reclamarles porque se llevaron la mitad del territorio mexicano. Pero esa retribución implicaría una guerra para que devolviesen Arizona, Nuevo México, California, Texas.
–En la novela aparece y desaparece esa mitología ancestral mexicana característica ¿Cuál es la idiosincrasia mexicana, queda algo de sus antepasados?
–El que mejor ha teorizado sobre ellos es Carlos Fuentes en un libro que se llama Tiempo mexicano, donde dice que en México se vive en todos los tiempos. Se vive el presente, se vive el futuro y se vive el pasado todos los días en el mismo lugar. Sin llevarlo al extremo, no hay ningún otro país, incluido Perú, que tenga tanta obsesión con el pasado y su identidad como México. Apareció a partir de la revolución mexicana, que no solo es un fenómeno bélico, no solo crea el Estado mexicano moderno, sino que crea una visión de lo mexicano que se inyecta en las escuelas, en la vida cotidiana, en la música.
–Ya que esa identidad nace con el Estado, viajemos ahora al siglo XIX: independencia, guerras y aparecen nuevas ideologías ¿Cómo afectaron las ideas liberales, socialistas y movimientos obreros a esa identidad nacional?
–De manera total. Hoy, por ejemplo, aunque parezca simple, el Paseo de la reforma es en origen el Paseo de Carlota, de la Emperatriz. Su marido, Maximiliano, es un caso muy curioso, porque no entendemos todavía su parte liberal. Quienes terminan fusilándole son los liberales, y quienes lo han puesto en el poder son los conservadores, pero era un Emperador liberal.
Incluso Maximiliano dice que México no tiene un padre fundador. Empieza a investigar y descubre a Miguel Hidalgo, pero no encuentran ninguna imagen, porque fue decapitado y no se sabía quién era. Curiosamente el retrato que tenemos hoy del padre de la patria, que todos hemos estudiado en primaria, se la inventan en este periodo. Además, ahora sabemos que Hidalgo nunca gritó «viva México, mueran los gachupines», que se ha convertido en nuestro grito nacional, lo que en realidad dijo el sacerdote criollo fue: «Viva Fernando VII, muera el mal gobierno». Es decir, inicialmente no fue una lucha de independencia, el problema lo tenían con Pepe Botella y con Godoy.
–Entonces, los mexicanos ¿Se afrancesaron?
–Totalmente, incluyo arquitectónicamente. Porfirio Días llega al poder y todas las construcciones se hicieron al estilo francés. Pero también sucede con la comida. La gran discusión entre Porfirio Díaz y su yerno es que le robó al chef francés. Al día siguiente estaba cocinando en el Palacio Nacional.
Te cuento una anécdota. Había en la ciudad de México un barco de vapor que iba por el canal de la Viga. En la novela pongo el menú de cenas porque todo era comida y vino francés, y parecía que estaba navegando por el Sena. Como curiosidad, somos el primer país al que llegan los hermanos Lumière, y la primera persona en ser grabada bajando de un tren, que no fuese un obrero, fue Porfirio Díaz. Luego están elementos culturales como la música de los mariachis, que viene del término francés mariage, pequeñas orquestas de cuerdas austriacas que tocaban música para los casamientos de los franceses.
El Rey tendría que cambiar de sangre y ser Habsburgo para poder hacerse cargo de una culpa que no le corresponde
–Toda esta evolución se ve a través de cuatro familias con las que el lector va descubriendo cómo era la mentalidad en cada época. Entre ellas los Sefamí, una familia judía ¿Por qué decidió introducirla?
–Hay muchísima presencia judía en la ciudad. Curiosamente fue Maximiliano el que permitió la libertad de cultos, lo que favoreció la llegada de familias asquenazí y, después, familias sefarditas sirias, sobre todo de Damasco. Hoy es una comunidad económicamente muy fuerte, pero durante años se dedicaron a vender telas y mercería en el barrio de la Merced. De hecho, como cuento en la novela, a los cinco años de llegar a México, los sefarditas ya estaban comiendo kepe bola con salsa de chipotle.
–La novela es como una máquina del tiempo, en la que cada capítulo corresponde a un año concreto. Usted ya ha hecho ese viaje al pasado ¿A qué año o siglo volvería?
–Al siglo XIX, porque es el menos estudiado y el menos entendido, pero donde ocurren las revoluciones de las mentalidades que construirán el México que tenemos hoy en día. simbólicamente se nos olvidó el siglo XIX, y es como una herida abierta, pero es un siglo entero al que habría que volver muchas veces.
–Como novelista mexicano afincado en Boston ¿Ha visto interés en EE. UU. por conocer a sus vecinos del sur?
–No. Yo creo que seguimos siendo vecinos distantes, como decía Alan Riding en su libro famoso. No somos como dice el chef Antony Bourdain «hermanos distintos de la misma madre», eso suena muy romántico y es más para un chef. El que lo entendió muy bien era Riding, que fue corresponsal del New York Times, pero el presidente Salinas pidió que lo sacaran de México y lo expulsaron por decir lo que aparece en su libro. Incluso, Porfirias Díaz decía mucho antes que «pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos».