Fundado en 1910

18 de mayo de 2024

Carteles electorales del PSI con un retrato de Bettino Craxi

Carteles electorales del PSI con un retrato de Bettino Craxi

Bettino Craxi, el socialista tan inteligente como corrupto

Hace 40 años, por primera vez en la historia de Italia, un socialista accedía a la jefatura del Gobierno: su momento de gloria fue, igualmente, el inicio de su declive

El 4 de agosto de 1983, tuvo lugar en el Palacio del Quirinal –sede del presidente de la República italiana– una ceremonia algo insólita: el líder del Partido Socialista Italiano (PSI), fundado en 1892, juraba como presidente del Consejo de ministros, jefe del Gobierno en la jerga política del país en forma de bota. Era algo que no había ocurrido ni durante la era de la Italia liberal, que imperó entre 1861 y 1922, ni, por supuesto, durante el fascismo.
Tampoco durante los primeros 35 años de la Primera República: el poderío electoral de la Democracia Cristiana, así como la hegemonía del Partido Comunista Italiano (PCI) sobre el conjunto de la izquierda, taponaban la llegada de un socialista al Palacio Chigi, donde se rigen los destinos de la Italia republicana. El milanés Benedetto «Bettino» Craxi, secretario general del PSI desde 1976, estaba determinado a romper esas posiciones y sacar a su partido, de su condición de sempiterno segundón de la política transalpina.
Craxi y Pietro Nenni en 1979

Craxi y Pietro Nenni en 1979Roma's / Giacominofoto

Craxi ya tenía el antecedente de su propia elección como líder socialista, habiendo sido designado en su condición de mínimo denominador común debido a la neutralización mutua entre los caciques del partido. Pensaban estos que le iban a manejar como si fuera una marioneta, pues apenas controlaba el 10% del partido. Pues bien, el «alumno» se puso manos a la obra para poder, un día –más pronto que tarde, a poder ser– sentarse en el Palacio Chigi.
Eso implicaba invertir, o por lo menos rectificar, la relación de fuerzas en el seno de la izquierda. Demoscópicamente, resultaba impensable. Pero políticamente, pensó Craxi, se el PSI podía y debía perderle cierto «respeto» al PCI y a su líder, Enrico Berlinguer. Cuestionando, por ejemplo, su estatus de interlocutor privilegiado de la DC. O apostando por una agenda más reformista que dogmática que permitiese aliviar ciertos bloqueos de la sociedad italiana.
Tras un primer fracaso en las elecciones de 1979, el horizonte de Craxi empezó a esclarecerse: un congreso democristiano se decantó por una relación preferencial con los socialistas, si bien el entonces se. Pero fue, sobre todo, el empeoramiento de la situación económica –con la Fiat amenazando con despedir a 20.000 trabajadores y una inflación desbocada– lo que dio alas al PSI Los comicios de 1983 confirmaron la tendencia: los socialistas superaban el 10%, la DC perdía seis puntos porcentuales y el PCI de Berlinguer se estancaba.
Craxi y Giuliano Amato, dirigentes del PSI, 28 de enero de 1985

Craxi y Giuliano Amato, dirigentes del PSI, 28 de enero de 1985

Un escenario propenso para Craxi, que se convirtió en presidente del Consejo sin experiencia ministerial previa. Otro hito en la muy jerarquizada política italiana. «Nunca se detenía en un expediente que excediera una página», observó Giulio Andreotti, su ministro de Asuntos Exteriores, «pero en materia de contactos internacionales sabía ir directamente al corazón de cada problema». Lo demostró, sin ir más lejos, cuando impidió a tropas norteamericanas desembarcar en Sicilia –es decir, violar la soberanía italiana– para arrestar a unos terroristas palestinos que se habían escondido en la isla.
Tampoco le faltó arrojo en los asuntos internos: la noche de San Valentín de 1984 recortó en tres puntos la escala móvil salarial a cambio de un bloqueo de los precios y tarifas administradas. La mayoría de los sindicatos asintió. El PCI quedó descolocado. Unos días antes, Craxi había culminado con la Santa Sede la firma de un concordato que actualizaba los Acuerdos de Letrán de 1929. También impulsó los decretos que permitieron las televisiones de su amigo Silvio Berlusconi, de forma dudosamente legal, empezar a emitir el territorio nacional.
Desde la derecha: Craxi saluda al Papa Juan Pablo II durante una ceremonia en el Quirinale en 1986, bajo la mirada del Presidente Francesco Cossiga.

Desde la derecha: Craxi saluda al Papa Juan Pablo II durante una ceremonia en el Quirinal en 1986

Craxi dimitió en marzo de 1987, habiendo permanecido en Chigi prácticamente 4 años. Solo le superaron Alcide De Gasperi y Aldo Moro. Su retirada –del Gobierno, que no del partido–, estaba, obviamente cargada de segundas intenciones: pretendía volver al poder pasado un tiempo. Siguió haciendo y deshaciendo gobiernos durante un lustro.
Sus planes empezaron a chafarse en febrero de 1992, cuando la investigación sobre las corruptelas de una venerable obra benéfica milanesa desembocó en el descubrimiento de la financiación ilegal, de carácter masivo y duradero, del PSI y del resto de partidos del sistema. Había estallado la «Operación Manos Limpias», que se llevaría por delante a buena parte de la clase política italiana. Todo el feliz relato craxiano iba a revelarse totalmente falso.

La «Manos limpias» hizo una víctima orgánica: la Democracia Cristiana. Y una personal: Bettino Craxi

Inicialmente, Craxi no se dio por aludido. Sin embargo, a finales de año, la Justicia indicó su intención de imputarle. El 29 de abril de 1993, la tensión se cortaba con un cuchillo en el hemiciclo de la Cámara de Diputados mientras se votaba el levantamiento de su inmunidad parlamentaria. Al día siguiente, al abandonar el Hotel Raphael, su residencia romana, manifestantes enfurecidos empezaron a lanzarle monedas. Algunas rodaron sobre su portentosa calva.
Durante meses intentó defenderse afirmando que todas las grandes empresas italianas habían financiado ilegalmente a los principales partidos italianos. En vano: la ofensiva judicial era imparable. Al no haberse presentado a las elecciones de 1994, su detención era inminente. El 5 de mayo huyó a Túnez, donde moriría en enero de 2000. «He venido aquí a defender mi libertad, y con ella mi vida», dijo nada más llegar. Al final fue condenado dos veces por contumacia: a 5 años y 6 meses de prisión por soborno en el juicio Eni-Sai, y a cuatro años y seis meses de prisión por financiación ilícita por los sobornos del Metro de Milán. La «Manos limpias» hizo una víctima orgánica: la Democracia Cristiana. Y una personal: Bettino Craxi.
Comentarios
tracking