St Ives, c. 1928, obra de Alfred Wallis
Picotazos de historia
Alfred Wallis, un artista insospechado y desdichado
Alfred no había tocado unos pinceles en su vida, tampoco había recibido ninguna clase de dibujo pero empezó a pintar
Penzance es una pequeña población costera de Cornualles (Reino Unido) a la cual prendió fuego, el 23 de julio de 1595, el bueno de nuestro compatriota Carlos de Amézola o Amezqueta, como relaté en un artículo anterior. Esta población fue el lugar de origen de los padres de Alfred Wallis (1855–1942), quienes tuvieron que desplazarse a Devonport buscando trabajo. Allí nacieron sus dos retoños. La madre de Alfred murió poco después, por lo que el viudo decidió volver a su ciudad natal, llevando a los dos niños pequeños.
Con quince años Alfred dejó la escuela y se enroló en una goleta que faenaba los caladeros de Terranova. Era una vida dura, pero los largos meses de trabajo le permitían ganar un buen dinero que ayudaban a su padre y hermano. En 1876, con apenas veinte años, Alfred se casó con Susan Ward, que le doblaba la edad (tenía cuarenta y un años) y aportaba cinco hijos al matrimonio. Alfred continuó faenando en alta mar, pero a la vuelta de una de sus largas ausencias, descubrió que los dos niños menores habían muerto de enfermedad. Renunció a la pesca de altura y solo se enrolaba en barcos para la pesca local: no quería volver a estar ausente en un momento de necesidad.
En 1890 abandonó la mar y abrió un pequeño negocio de venta de materiales para los barcos. Compraba y vendía chatarra, velas, cuerdas, etc. Aguantó hasta 1912, año en el que tuvo que echar el cierre al pequeño negocio que ya no daba para vivir. No encontró trabajo y se ganó la vida haciendo pequeñas cosas, durante un breve tiempo trabajó para un anticuario y este fue el primer contacto que tuvo en su vida con el arte. Ese breve encuentro debió dejar huella en su espíritu ya que cuando enviudó –1922– empezó a pintar.
Pintaba sobre cartones que recogía de la calle, cortándolos para aprovechar los trozos mejores
Tiempo después, cuando le preguntaron, dijo que lo hizo para estar entretenido y alejar la soledad. Alfred no había tocado unos pinceles en su vida, tampoco había recibido ninguna clase de dibujo pero empezó a pintar. No tenía dinero para pinturas ni lienzos así que aprovechó los restos de los botes de pintura que encontraba en los diques y talleres. Pintaba sobre cartones que recogía de la calle, cortándolos para aprovechar los trozos mejores. Era un entretenimiento inocente y a nadie le pareció mal.
Unos años más tarde, en 1928, se estableció allí cerca una colonia de artistas que habían decidido crear los pintores Ben Nicholson (cubista) y Christopher Wood (postimpresionista). Un día paseaban por el pueblo ambos artistas, sin duda con idea de buscar inspiración en el pintoresco lugar y sus no menos pintorescos autóctonos, cuando pasaron frente a la humilde morada de Alfred. Este solía poner en la entrada algunas muestras de su arte, por si algún visitante lo encontraba de su agrado y pagaba unos pocos peniques por uno. Los dos artistas se quedaron alucinando.
Arca de Noé, por Alfred Wallis
Delante de ellos encontraron unos magníficos ejemplos de arte naif. El autor ignoraba la perspectiva, no usaba escalas ni proporciones pero la fuerza narrativa de las imágenes era asombrosa. Los pintores se pusieron como locos por el descubrimiento que habían hecho y mucho más al conocer a Alfred y saber de su historia. De la noche a la mañana Alfred Wallis se encontró dentro del selecto grupo de los pintores más vanguardistas del Reino Unido.
De la noche a la mañana Alfred Wallis se encontró dentro del selecto grupo de los pintores más vanguardistas del Reino Unido
Lo llamaban para exposiciones, visitaban su humilde morada, era invitado para hablar en grupos de artistas...Aunque vendió muy pocas pinturas sus vecinos, viendo tanto trajín de «gente rara», dieron en pensar que Alfred se estaba haciendo rico. En vez de alegrarse por él surgieron los celos, las envidias que degeneraron en rencor y aislaron a Alfred de sus gentes por la mezquindad de estos últimos.
Alfred Wallis se acogió a un asilo público para subsistir los últimos años de su vida, muriendo en una mayor miseria que la que había sufrido antes, un 29 de agosto de 1942. En el año 2012 la empresa de subastas Sotheby's remató un cartón pintado por Alfred Wallis por la cifra de 145.250 libras.