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09 de mayo de 2024

Ali Bey El-Abbassi (1728-1773), sultán de Egipto. Grabado de principios del siglo XIX

Ali Bey El-Abbassi (1728-1773), sultán de Egipto. Grabado de principios del siglo XIXCollection Roger-Viollet | Roger-Viollet via AFP

Domingo Badía, el Lawrence de Arabia español

Uno de los personajes más fascinantes de la Historia de España, recorrió de incógnito la mayor parte del norte de África y de Oriente Medio y visitó la Meca

Siempre he sostenido que la mal llamada Guerra de la Independencia fue en realidad una más de nuestras numerosas guerras civiles y al igual que la guerra de sucesión, con una fortísima intervención extranjera. España nunca se independizó de nadie porque nunca había dejado de ser un estado soberano, por mucho que el cambio dinástico fuese forzado, como en gran medida también lo había sido en 1700. De hecho, la mayor parte de las élites españolas y la mayoría de la intelectualidad optó por José Bonaparte, que, por cierto, de no haber sido derrotado hubiese sido mucho mejor Rey que el desastroso Fernando VII. Como la historia la escriben los vencedores a todos los partidarios de «Pepe Botella» se les llamó peyorativamente «afrancesados». Sin embargo, en este amplio grupo había personajes verdaderamente notables.
Antes que Richard Francis Burton viajase de incógnito a la Meca y mucho antes que T. E. Lawrence conspirase con las tribus árabes y se involucrase en su revolución, otro europeo había participado en conspiraciones, había recorrido, también de incógnito la mayor parte del norte de África y de Oriente Medio y había visitado la Meca. Ese otro europeo, cuyas aventuras son iguales o incluso superiores a la de los británicos citados, es uno de esos «afrancesados».
Domingo Francisco Jorge Badía y Leblich, también conocido como Alí Bey. Es uno de esos personajes fascinantes de la ilustración española. Badía nace en Barcelona en 1767, unos 11 años más tarde su padre es destinado a Vera, en Almería, por lo que toda la familia pasará a residir en la cercana localidad de Cuevas de Almanzora. En esta localidad había una importante comunidad de descendientes de moriscos, aquellos que habían escapado a las expulsiones decretadas por Felipe III y con cuyos hijos habría crecido el joven Domingo, aprendiendo, en consecuencia, a hablar árabe sin apenas acento, idioma que terminaría de perfeccionar en Barcelona, lo que le sería de gran utilidad en el futuro.
Es posible que además contactase con los numerosos comerciantes magrebíes de la zona y que se sintiese atraído por las historias que estos le contaban sobre África. Posteriormente, realizó estudios en Madrid en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en las escuelas de Física y Química.
Tras casarse con la andaluza María Lucia Asunción Berruezo se trasladó a Córdoba. Allí su espíritu aventurero y sus inquietudes científicas lo llevaron a embarcarse en la construcción de un globo aerostático para realizar estudios atmosféricos. En una de las ocasiones se le quemó el globo en el aire y en otra casi se desnuca al tener que realizar un aterrizaje de emergencia, por lo que secretamente, temiendo por su vida, su padre pidió a las autoridades que le retirasen la licencia de vuelo.

De Domingo Badía a Alí Bey

Frustrado y arruinado por el malogrado proyecto, envió a su familia a Vera, a casa de sus suegros, mientras que él, con graves apuros económicos, terminaría en Madrid de bibliotecario. En las bibliotecas retomó su interés por África, consumiendo enfermizamente todos los libros de exploradores que caían en sus manos y ahí alumbró un proyecto de exploración que presentó a Godoy, valido de Carlos IV.

Abrir nuevas rutas comerciales podía ser interesante, pero podría serlo mucho más contar con un agente español en Marruecos que se pudiese pasar por árabe

Se trataba de realizar una ruta por el interior de África viajando solo y, aprovechándose de su dominio del árabe, haciéndose pasar por musulmán. Godoy consiguió que el Rey le aprobase el plan. Abrir nuevas rutas comerciales podía ser interesante, pero podría serlo mucho más contar con un agente español en Marruecos que se pudiese pasar por árabe. En aquel momento la situación del sultán, Muley Soliman era inestable. Además, era un firme aliado británico y recelaba de España y de Francia. Así que «el Príncipe de la Paz» cambió el plan de Domingo para reconvertirlo en espía.
Así, en junio de 1803 con un amplio turbante y un impecable vestido de clase alta musulmana y ya transformado en Alí Bey, acaudalado príncipe sirio en peregrinación a la Meca, tras realizar estudios en Europa, desembarcó en el antiguo fuerte portugués de Arcila, cerca de Tánger. Dado su dominio del árabe, su vasta cultura y su carisma personal el engaño funcionó a la perfección y a partir de ahí mantuvo un doble juego.

Mantenía contactos con las tribus rebeldes alentando derrocar al sultán si este mantenía su alianza con los británicos

Por un lado, mantenía contactos con las tribus rebeldes alentando derrocar al sultán si este mantenía su alianza con los británicos. Por otro, cautivando a éste con su arrolladora personalidad, hasta el punto que Soliman incluso llegó a regalarle un palacio. Sin embargo, cuando la sublevación para poner a un sultán afín a España estaba lista, el propio Carlos IV dio marcha atrás y le ordenó pararla dejándole en una posición muy comprometida con las tribus. Cuando poco después Inglaterra le declara la guerra a España e intentan que retome el complot, ya fue tarde. El sultán había sido informado de su participación, por lo que escapa, con la excusa de que tiene que continuar con su peregrinación.
Tras sus increíbles aventuras marroquíes y en su camino a la Meca, en Egipto también participará en nuevas conspiraciones. Así, enterado de una conjura para derrocar a Mehemet Alí e instalar a un sultán títere de los británicos, consigue hacerla fracasar. Allí traba cierta amistad con el escritor francés Chateaubriand quien lo califica como el «mahometano» más inteligente y cortés que había conocido.

Si alguien descubría que era europeo, la ejecución estaba asegurada

Tras sus aventuras egipcias, por fin consigue llegar a la Meca. El asunto no era baladí para un español. Si alguien descubría que era europeo, la ejecución estaba asegurada. En el siglo XVI un boloñés, (Ludovico de Verthema) y luego un portugués, (Pedro da Covilha) habían conseguido entrar en la ciudad santa de los musulmanes, pero Badía fue el primero en dejar constancia escrita de los ritos, marcar la posición geográfica y dibujar los templos.
Tras la Meca siguió su periplo por Palestina y Siria. En este último territorio descubrió y destruyó una línea de comunicación que tenían los británicos para comunicarse con la India. Cuando finalmente regresa a España, trabajó en diversos e importantes puestos a las órdenes del nuevo monarca, José I y tras la derrota de éste se exilia en Francia, donde publica Viajes de Ali Bey en África y en Asia, libro que se tradujo a varios idiomas y que tuvo una gran difusión en toda Europa. De hecho, fue modelo para otros viajeros célebres como Burton o Von Humboldt.
Ali Bey murió en el desierto sirio en 1818. Se sospecha que envenenado por un agente británico mientras llevaba a cabo una misión secreta para Luis XVIII de Francia. Si esa versión es la correcta, murió como le había gustado vivir, en mitad de una de sus aventuras y entre las onduladas dunas de uno de esos mares de arena que le eran tan familiares y queridos.
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