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02 de mayo de 2024

La humanidad esperando el juicio final de Johan Sadeler

La humanidad esperando el juicio final de Johan Sadeler

La profecía del fin del mundo: ¿Quién tuvo miedo al Año Mil?

San Abón, abad de Fleury, en su 'Liber Apologeticus', da noticia de algunos predicadores que, en el año 975, anunciaban el inmediato fin del mundo

«¿Os imagináis el subir del sol el primer día del Año Mil? ¿Y qué asombro de alegría y qué grito subió al cielo de las multitudes reunidas en silenciosos grupos en torno a los castillos feudales, acurrucadas y sollozantes en las sombrías iglesias y claustros, esparcidas con rostros pálidos sometidos por las plazas y los campos, cuando el sol, eterna fuente de luz y vida, salió triunfante en la mañana del Año Mil?».
Con estas palabras el poeta y hombre de letras italiano Giosué Carducci abría, en 1868, uno de sus discursos sobre literatura universal. Si incluso el primer italiano en ganar el Premio Nobel cayó en la enésima falacia sobre la Edad Media esto es porque ya desde hacía tiempo estaba arraigada en la historiografía la idea falsa de una Cristiandad que –encerrada en los claustros y en los castillos– temblaba en la espera de la medianoche del 31 de diciembre del año 999.

Una misma manera para medir el tiempo

El problema es que las fuentes medievales no nos dan pruebas reales de similar histeria colectiva. Además, tal reacción comunitaria habría sido prácticamente imposible en una sociedad que no compartía entonces –al contrario que ahora– una misma manera para medir el tiempo. La realidad es que no llevamos 2024 años con el calendario cristiano, sino apenas 1500 (año arriba, año abajo).
Durante el primer periodo de la era cristiana el tiempo siguió siendo calculado con base en el calendario imperante en los territorios alrededor del Mediterráneo, es decir el calendario juliano (donde los años se calculaban desde la fundación de Roma, ab Urbe condita, y eran epónimos, esto es, recibían su nombre de aquellos que ocupaban el consulado, la magistratura suprema romana en época republicana). Solamente Dionisio el Exiguo, en el siglo VI d.C., estudiando y comparando las Sagradas Escrituras con los historiadores clásicos pudo reconstruir con cierta (no total) exactitud la fecha del nacimiento de Jesús de Nazaret, inaugurando así la que desde ese momento se llamó la Era Cristiana.
A pesar del descubrimiento del milenio (nunca mejor dicho) de Dionisio hubo que esperar casi otros cinco siglos para que las poblaciones de la Europa latina adoptaran este mismo calendario. El ejemplo más útil y cercano lo tenemos en la península ibérica, donde solo a finales del siglo XIV (es decir ya casi al comienzo de la Edad Moderna), se aceptó de una vez por todas la Era Cristiana y se dejó al lado la llamada Era Hispánica, que calculaba los años a partir del 38 a.C. (el fin simbólico de la conquista de Hispania por Augusto).
Podemos por lo tanto descartar las poblaciones hispánicas del número de pueblos que pasaron una mala Nochevieja el año 999, ya que estas llegarían al «fin del mundo» solo 38 años después. Aun así, incluso otros pueblos que sí aceptaron el año de la encarnación como instante cero (como Francia, Inglaterra y Alemania) con muy poca probabilidad dieron un valor excesivo a esta fecha. Esto porque no estaban de acuerdo sobre cuándo poner el comienzo del año.
Con base en la costumbre no solo de cada reino sino, como en el caso italiano, de cada ciudad, el año podía bien empezar el día de Navidad (nacimiento de Jesús) o bien –para los más detallistas y eruditos– el día de la encarnación de Jesús, es decir el 25 de marzo. Hubo algunos –y esto es el caso de Francia hasta el siglo XII– que incluso llegaron a complicar enormemente el sistema, fijando el principio del año en el día de Pascua, con todas las dificultades propias que conlleva el elegir una fiesta móvil.
En todo caso, ninguno de estos tuvo que dar un significado real a un día que hasta ahora ni hemos nombrado, el 31 de diciembre y que se instaurará como último día del año ya avanzado el siglo XVI. ¿Cómo pudieron esperar con terror la llegada del nuevo milenio si ni siquiera acababan el año en el mismo día? Simplemente no lo hicieron. Pero entonces ¿por qué los eruditos del siglo XIX daban por segura esta histeria en masa?
El miedo al Año Mil es el producto de un punto ciego de la historia. Se trata de un momento sobre el cual tenemos muy pocas fuentes y que el historiador solo ha podido llenar con la extensión imaginaria fruto de la unión entre lo que sabe y lo que cree saber. Si, como en el siglo XIX, se cree que los hombres medievales se dejaban llevar por la superstición, fomentada por la interpretación literal de las Sagradas Escrituras, lo más natural es pensar en multitudes de cristianos aterrorizados encerrados en las iglesias a la espera del Juicio Final.
'El Juicio Final', de Roger van der Weiden

'El Juicio Final', de Roger van der Weiden

Lo divertido es constatar que, muy al contrario, la única fuente medieval que nos habla de cierto pánico entre la población es la misma que desmonta esta idea. San Abón, abad de Fleury, en su Liber Apologeticus, da noticia de algunos predicadores que, en el año 975, anunciaban el inmediato fin del mundo. Es el mismo Abón quién resuelve la cuestión, con su mordaz comentario: «Esos curas están locos. Basta con abrir las Sagradas Escrituras, para saber que Jesús dijo que no se habría sabido ni el día, ni la hora».
Siempre merece la pena preguntarse cuánto hay de nosotros mismos en nuestra idea del pasado. O mejor, si la pregunta resulta demasiado complicada, cuántos de nosotros mirábamos por la ventana aquél 31 de diciembre de 1999 con el callado temor de que el Millennium Bug fuera real y de que los aviones empezaran a caerse del cielo.
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