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17 de mayo de 2024

Leer La infancia de Jesús, de Ratzinger Dentro de las grandes aportaciones del papa bávaro, destaca este libro. Una obra de pocas páginas —apenas un centenar— en que aúna un buen puñado de consideraciones históricas con otras de aprovechamiento ascético. Así es Ratzinger; profundizar en eso que se llama «el Jesús histórico» no es más que aproximarse mejor a los contornos concretos del «Cristo de la fe». Ratzinger explica que no hay diferencia alguna. Que ambos son el mismo Jesús, el Jesús de carne y hueso —verdadero Dios y verdadero hombre—, que vivió hace dos milenios en Palestina y con el cual el cristiano establece una relación específica, personal, sin imitar unas devociones meramente externas. Este libro alimenta la meditación sobre las diversas facetas de la Navidad y del misterio de Dios Niño. Porque, si no os hacéis como niños… Rezar algo más; una cosa cada día Son fechas para engordar el alma. Y, para eso, el cristiano dispone de dos festines: la oración y los sacramentos. ¿Algo más de tiempo, aunque sean diez minutos, se les puede dedicar? Hay muchas posibilidades. Desde incorporar una novena a san José —el santo mudo, atento siempre a escuchar a Dios Padre y obedecerlo sin chistar; el padre de familia que cuidó del Dios Niño— hasta rezar doble, como decía otro santo: villancicos y conciertos navideños que suelen disfrutarse en no pocas iglesias. Adoraciones, rosarios por la calle, silencio de móvil. Una insospechada fuerza reside en la oración. Quizá el descuido de la oración por parte de tantos cristianos explique muchas cosas. De modo que, en vez de volver a introducir el turrón por Navidad, que estos días sirvan para repescar la oración. Acudir pronto a la Misa del Gallo Aquí la propuesta es doble. Por un lado, ir a la Misa del Gallo. Pero participando, no como simple espectador. La Misa del Gallo debería convertirse en el punto central de la Nochebuena. La cena, los preparativos, el follón de cuñados, primos, sobrinos, nueras, hermanos… Todo ello se queda cojo, si no se ha planeado como envoltorio de la Misa del Gallo. ¿A qué organizar un banquete, si falta el invitado principal? Y, por otro lado, acudir pronto. Sin prisas. Si es posible, habiendo meditado durante la tarde las lecturas de la misa. Acudir pronto implica que nos vamos a quedar de pie, para ceder el asiento. Pero cederemos el asiento a quien le hace falta. Asimismo, acudir a la Misa del Gallo tiene mucho de peregrinación —¿qué es la vida cristina, sino peregrinación en este mundo hacia la Morada Celestial?— y nos ubica en nuestro sitio: al igual que Tintín, con los pastores que raudos marcharon a adorar al Infante divino. Poner el belén y enviar christmas Muchas veces lo hacemos por simple costumbre. Una decoración que se confunde con el paisaje, como las luces inexpresivas pero ostentosas con que los ayuntamientos engalanan las ciudades. Como el uniforme bermellón o escarlata que Coca–Cola le puso —o eso dicen— a San Nicolás. Pero el belén es, sobre todo, una especie de tabernáculo ante el cual orar en casa. Mediante su imagen carnal, alude a la Trinidad. Encierra una concatenación de misterios. Y es también un juego de niños con Dios. Un juego santo. Y una invitación a que, a través de la mirada de los niños, entremos en la infancia espiritual. Algo parecido puede decirse de los christmas —aquellos que merece llamarse así, no los que muestran a un Papa Noel borracho al que un guardia pone una multa tráfico en compañía de sus renos beodos—, una forma tangible en que esmerar nuestra caligrafía y rehuir la creciente inhumanidad del whatsapp.

Bocanegra

¿Nació realmente Jesús de Nazaret el 25 de diciembre?

Diferentes textos históricos establecen el nacimiento de Cristo el Die Octavo ante Kalendas Ianuarias, que en el calendario moderno sería equivalente al 25 de diciembre

En estos días de reunión, generosidad y alegría, corremos el peligro de olvidar el hecho central de las festividades, esto es, la conmemoración del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. Una fecha que, aunque importante, es al mismo tiempo un tanto controvertida, debido a que no existe documento alguno que certifique la fecha exacta del nacimiento del Mesías. Esto provoca que surjan dudas debates o discrepancias: por ejemplo, los orientales celebran su nacimiento el 6 de enero.
La Biblia, a pesar de dar algunos datos temporales, no recoge las fechas exactas de los acontecimientos evangélicos. No es ni el objeto ni el propósito de los evangelistas aportar detalles cronológicos exhaustivos, sino dar testimonio de la venida del Reino de los Cielos, razón por la cual no se recoge el nacimiento de Cristo. Más aún, festejar los cumpleaños era propio de paganos, tal como indican algunos Padres de la Iglesia como Orígenes de Alejandría (184-253): «Ninguno de los santos alguna vez celebró una fiesta o un banquete en su cumpleaños, nadie se alegra del día natalicio de su hijo. Solo los pecadores se alegran de la natividad». Por tanto, es lógico que, si en algún momento se conocía con exactitud la fecha del nacimiento del hijo de Dios, esta terminara quedando olvidada. Por otra parte, sí se celebra y conmemora la fecha de su muerte, por ser de mayor relevancia espiritual.

¿Por qué el 25 de diciembre?

San Hipólito de Roma (¿?-235), en su Comentario al Libro de Daniel (ca. 204), da el primer indicio: «Ocho días antes de las calendas de Enero, el miércoles, el año 42 del reino de Augusto (IV,23,3)». Asimismo, pocos años más tarde, Sexto Julio Africano, en su cronografía Crónicas del año 221, trató de escribir la historia del mundo desde la creación. En la obra se menciona la encarnación del hijo de Dios el 25 de marzo, datando por tanto su nacimiento de 9 meses más tarde, el 25 de diciembre.
El cronógrafo del año 354, manuscrito copiado por Filócalo, contiene una lista martirial con fechas y lugar del martirio. Dicha enumeración, al igual que el texto de San Hipólito, establece el nacimiento de Cristo el Die Octavo ante Kalendas Ianuarias, que en el calendario moderno sería equivalente al 25 de diciembre.
Parece que la celebración comenzó a principios del siglo IV durante el gobierno de Constantino I, estando ya arraigada en la segunda mitad del siglo en el Norte de África (360), España, Constantinopla y Antioquía (380). Es destacable el sermón del Papa León Magno (390-461) a los feligreses romanos en esta solemnidad, instando a la alegría en la fecha señalada: «Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida».

La precisión de la fecha

Joseph Pascher (1893-1979), uno de los expertos que prepararon la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, afirmó que el 25 de diciembre era una fecha ficticia del nacimiento de Cristo. Tal como afirma San Lucas, «(los pastores) velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño», una actividad típica de la época primaveral señalada en el Evangelio Armenio de la Infancia. La modificación pretendía hacer frente a la fiesta pagana del solsticio de invierno que celebraba el nacimiento del dios sol inuictus. De este modo, se tomaban elementos del lenguaje pagano para atraer a fieles a la liturgia cristiana y reafirmar a Cristo como luz del mundo (Jn. 1,4).
El emperador Heliogábalo (203-222) introdujo el culto al dios Sol. Posteriormente, de la mano de Aureliano (214-275), fue reinstaurado y promovido en agradecimiento por su victoria sobre Cenobia. Sin embargo, la celebración del diies natalis no se atestigua antes del 362, cuando fue oficializada por el emperador Juliano (331-363). Coincidía con la celebración de las saturnalia (17-23 diciembre) celebradas como aliciente tras la derrota militar de Trasimeno (217 a.C.),en las que se aprovechaba el final de la época de cosecha para descansar, decorar las casas, encender velas y hacerse regalos. Eran, de acuerdo con el poeta Catulo, los mejores días: Saturnalibus, optimo dierum!
La Navidad, como se ha indicado previamente, era celebrada mucho antes que el Sol inuictus, De hecho, parece que la «okupación» de la festividad se produjo de manera inversa y que el culto al Sol inuicto trataba de erradicar la festividad cristiana. Ratzinger, en El espíritu de la liturgia, mostró su incredulidad hacia la idea de que los cristianos, perseguidos hasta el momento, quisieran tener algún tipo de relación con aquellos que les habían condenado.
Frente a estas hipótesis, algunos estudiosos han tratado de realizar una cronología verídica, tales como Duchesne (1843-1922) historiador y teólogo francés. Para ello, se apoyó en una antigua creencia según la cual Cristo murió el mismo día de la encarnación, y considerando que su muerte fue el 25 de marzo, su nacimiento se habría producido el 25 de diciembre.
Recientemente, el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Shemaryahu Talmón (1920-2010), siguió la cronología de San Juan Bautista. Estudió el ciclo sacerdotal que le correspondería a Zacarías en el momento de la anunciación de San Juan Bautista, a finales de septiembre, entre el 23 y el 25, descubriendo que, en efecto, las antiguas iglesias orientales celebraban el anuncio el 24 de septiembre.
Asimismo, basó sus cálculos en los tiempos de embarazo de Isabel y María según San Lucas: a los 6 meses, el 25 de marzo, Gabriel daba la Buena Nueva a María (Lc. 1,26), y 3 meses más tarde, el 24 de junio, nacería San Juan Bautista. Finalmente, cumplidos los 9 meses, nacería Cristo el 25 de diciembre. El profesor negaba que la presencia de los pastores en el exterior fuera suficiente para afirmar que Cristo había nacido en primavera, ya que consta que las ovejas de Belén podían dormir al raso en lugares próximos a la ciudad incluso en invierno.
Bajo esta luz, se deben negar rotundamente las hipótesis que tratan de afirmar que los cristianos aprovecharon capciosamente la festividad pagana. El 25 de diciembre es ya señalado como fecha del nacimiento de Cristo desde el año 204, mucho antes de que Juliano lo instaurara el día natalicio del sol invicto en el 362. Hasta que algún documento arroje más luz sobre el asunto, la fecha concreta permanecerá en la penumbra. No obstante, el 25 se erige como un día de esperanza y luz para los cristianos, que celebran la llegada de la luz del mundo, sin que importe realmente si se produjo un día u otro.
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